LA LARGA Y PERTINAZ CONSTRUCCIÓN DE UNA DEMOCRACIA BASURA
POR DOMINGO SANZ
Si en aquel momento
lo hubiéramos denunciado a la prensa habríamos aportado nuestro granito de
arena contra una corrupción naciente que ha terminado pudriendo todo el
sistema.
Se denuncia en el
Diario de Mallorca que la diputada Ballester, de Ciudadanos en el Parlament
Balear, se ausentó de la reunión cuando la consellera Gómez daba respuesta a
sus preguntas sobre el presupuesto sanitario. En el párrafo siguiente el
periodista advierte que tampoco acudieron los diputados de Més per Mallorca, no
sé si estaban tan obligados a estar allí como doña Olga B. Estas noticias
recuerdan las decenas y decenas de escaños vacíos en Congreso y Senado que
tantas veces vemos en TV, ese deprimente paisaje político que diputados y
senadores construyen casi cada día de manera voluntaria y sin que les cueste ni
uno solo de los euros que cobran, todos nuestros.
En los años 80 del
siglo XX, aunque presumíamos como nunca de nuestra modélica Transición,
estábamos construyendo una democracia recién estrenada que nos había tocado en
la lotería de la vida, pues no habíamos sido capaces de derrotar al dictador y
mayor y más cruel asesino de la historia de España antes de que falleciera. Por
aquel entonces, tres representantes de los sindicatos y otros tantos de las
patronales se reunían una vez cada mes en unas Comisiones Ejecutivas con los
máximos responsables de la Seguridad Social. Había tres por cada provincia, más
las comisiones de ámbito estatal. Se trataba de una actividad por la que se
pagaban “dietas” a las organizaciones representativas de trabajadores y
empresarios y, dado que comenzaron a proliferar las ausencias de vocales a las
reuniones, desde Baleares se envió a Madrid una propuesta para que se
descontaran las dietas correspondientes a las faltas no justificadas, un
acuerdo que aún figurará en el acta correspondiente. Aquella iniciativa, una de
las pocas que circularon de abajo hacia arriba, fue rechazada. Me consta que
algunos vocales de Madrid reprocharon a los dirigentes máximos de CC.OO., el
sindicato que había planteado la propuesta, el no tener “controlados” a sus
vocales de las Islas.
No sé si hoy siguen
funcionando aquellos órganos de participación, ni cómo, pero sí estoy seguro de
que, si en aquel momento lo hubiéramos denunciado a la prensa, aunque solo
fuera para que las cosas se llamaran por su nombre, “financiación
institucional” y no “dietas”, por ejemplo, habríamos aportado nuestro granito
de arena contra una corrupción naciente que ha terminado pudriendo todo el
sistema.
El tiempo atrás que
contemplamos nos permite comprender que el autoritarismo de máxima violencia
sufrido en este país durante generaciones, y los sucesivos fracasos de la
mayoría pacífica contra sus propios criminales organizados, nos han convertido
en un pueblo que intuye el peligro en cuanto asoma y lo convierte en un miedo
cerval que, o bien le impide rebelarse para romper sus cadenas, o incluso lo
envilece hasta el punto de formar tumulto cobarde, protegido por las fuerzas
represivas y armadas para gritar “¡¡A por ellos!!” contra las minorías que se
rebelan, sean humoristas, cantantes o catalanes.
Cuarenta años
después es imprescindible desatar todo esto de una sola vez, y la única manera
es cambiar la legalidad establecida, comenzando por debatir y aprobar una
Constitución diferente. Un pueblo al que sus élites le impiden llevarse a la
boca el sabor de un triunfo de la gran mayoría, aunque sea tan pobre como el de
acabar cuarenta años después con una monarquía manchada por un origen
autoritario que siempre encuentra la ocasión para dejarse ver, y por la
corrupción que no cesa, no alcanzará jamás la sensación de comunidad.
Por eso, al no
cambiar hacia mejor todos al mismo tiempo, es natural que los que están hartos
y tienen la personalidad y valentía suficientes quieran hacerlo por su cuenta,
aunque sea rompiendo amarras.
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