viernes, 16 de noviembre de 2018

EL GRITO, por José Rivero Vivas


EL GRITO
José Rivero Vivas
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(José Rivero Vivas
EL GRITO
NC.05 (a.15) - Novela
(ISBN 978-84-8382-090-2)
Serie de nueve novelas publicadas.
Ediciones IDEA, 2007
Islas Canarias)
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Grupo de españoles, residentes en Bruselas, que discuten, con obstinación y vehemencia, sobre asuntos relativos a sus vidas. El lugar de encuentro es el bar Caprino, no lejos de la Gare du Midi, en el barrio de Saint Gilles. Alguien pone su queja en el periódico de la colonia. Cunde la indignación en el local y EL GRITO de protesta se eleva por encima del tono puntual de estridencia y exasperación. Se forma una trifulca tremenda, y el presunto autor del artículo está a punto de ser descalabrado. Al final se descubre quién es quién en esta historia, y se restablece la paz y la armonía.

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Noviembre de 2018


José Rivero Vivas
EL GRITO
Cap. 5 – (Fragmento)
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Nena le sirvió la copa de costumbre. Él tomó un trago y carraspeó; luego, abrió el periódico y enfatizó:
El Grito.... ¿Qué es el grito?... De obligada excepción es el grito del desplazado, hundido en su insignificancia, su impotencia y su desesperanza. ¿Qué puede decir quien así se realiza? ¿Cuál es su voz? ¿Y su alegato? ¿Cómo es posible alcanzar, con su afonía, distintos niveles de la sociedad que lo margina? Esta es su pena, su tortura, su dolencia inaudita: gritar, sin ser oído siquiera, porque el ruido en torno es ensordecedor. Todavía le resulta peor por cuanto su timbre no es percibido por nadie, que no tiene quien lo escuche, ni rumia intención de lograrlo, lo cual incuba en su seno la envidia del desatendido, condena, por discriminación, que le imponen sus semejantes.
Pero, ¿qué significa el grito? ¿Qué se manifiesta con esta forma de expresión? ¿Por qué se grita? ¿Cuál es la causa que nos impele al berrido? ¿Estamos acaso tan cerca de especies dichas inferiores, que hemos de usar parecido método de comunicación? ¿Supone acaso un esfuerzo compensatorio en el personal desconsuelo? ¿Implica gozo la necesaria contracción de garganta? ¿Se puede gritar sin hacer uso de las cuerdas vocales? ¿Cómo emitimos el espeluznante chillido? ¿Qué pretendemos denunciar cuando vociferamos? ¿Habrán de ser tenidos en cuenta los múltiples complejos que se achacan a quien distorsiona su timbre al hablar?... Quién sabe.
El hombre, pobre o rico, fuerte o débil, idiota o listo, poderoso o enclenque, en un momento dado, grita, porque gritar, todos gritamos: hay quien grita estridente y hay quien grita suave; uno, en el susurro grita, y, otro, en el estallido estentóreo de su voz, torrente sonoro incontenible, expande su reprimido grito. Hemos de considerar, sin embargo, que no todo el mundo llega a gritar de esa forma, que es la del grito por excelencia. Los pueblos y las razas conforman, en cada país, su lengua, directamente influida por su idiosincrasia, razón por la cual existen naciones donde no se escucha el grito, abierto y distendido, seco y escalofriante; no obstante, algunos han sabido revelar, por distinto medio, su estado de angustia y desesperación, como el pintor noruego: su cuadro, de gruesas y sueltas pinceladas, de contrastado color encendido, envuelven al personaje, en primer plano, que al cubrirse los oídos con sus manos refleja la intensidad del grito horrendo. Otros individuos, a su vez, esforzándose, en su reino, al silencio absoluto, se hacen oír por encima de los más altos marcos que delimitan su bullicioso existir en prodigioso alarde de ostentación y brillo.
Ahora bien, el grito puede ser agudo o grave, inocuo o nocivo, e incluso peligroso para la sociedad que lo percibe; depende del ángulo desde el cual sea lanzado y qué móvil lo anima. Así, advertimos el grito dado en casa, en la calle, en el trabajo, en los informativos oficiales, en el parlamento y donde cuadre; las más veces se argumenta que, el hecho de proferirlo, es con miras a entenderse mejor, aun cuando el resultado suele darse al contrario del fin perseguido. Tal vez por ello se grita constantemente en manifiesto apoyo, o desacuerdo, de una moción cualquiera esgrimida en la atmósfera de un bar, tomando café, o desde la columna de un dominical, tras la cual se esconde su autor bajo un seudónimo rimbombante.
Todos gritamos. Sin más. No hay por qué fijarse en el vecino ni presentarle queja por su alarido; su descomedimiento es común a todos. Por eso no se debe proceder contra el chico de la esquina, que juega descuidado y su voz atipla para despotricar de don fulano, que avaro y presumido exhibe su marchamo, ni tampoco desdecir del maestro de escuela, que a grito pelado da su clase cada día y al hijo del vilarino enseña a poner su nombre y más. Todos nos extremamos: a voz en cuello y a escondidas, quedamente desgañitando, como burro que rozna o ave que pipía. Quien no grita, no vive; quien no vive, no está: se ha ido, se ha esfumado, ha desaparecido ya.
En el acto de alzar la voz por encima de cortesía y mesura, cada gritador lo hace como sabe, como puede, como quiere, como le dicta su naturaleza en el instante de expeler su frémito: canta, pregona, proclama; algarea embravecido para exponer su razón, que considera suya propia, aun cuando haya tomado prestado su argumento, o en nula inconsciencia se lo haya atribuido con toda desfachatez; pero ulula, chilla, brama, y, en su obstinación, desafina asordado por la gloria, el infierno, el éxito, el fracaso, el anonimato y la fama. Así, pues, todos nos excedemos a la hora de emitir nuestro desafuero o beneplácito; se trate de delicada estima, desfortuna, agresiva actitud o tolerante y acogedor amparo. Cada uno se comporta de su guisa cuando espontáneo grita: como energúmeno, como jíbaro, como salvaje en estado primitivo, pese a su gesto armonioso dentro del entorno en que mora.
Pero, no todo grito tiene su elipsis, como aquella que describió el poeta, “de monte a monte”, acaso envuelta en sí, ni ningún tipo de figura constructiva, más o menos bella. Hay gritos que ni siquiera trazan una línea recta en el espacio, mostrando su ser profundo, llano, liviano, volátil, fañoso o aflautado, con lo cual no llegan a ser catalogados como grito ni siquiera desgarrados al revés. Nada. No son sino mazacotes abandonados, trozos hirientes, de burda expresión, lanzados, a bocajarro, a la nariz del más próximo oyente.
Respecto de esta última frase, hemos de convenir con ese señor que se molesta enormemente por la existencia del grito, emitido con estas características, cuyo bramido le causa pavor. Debemos, por consiguiente, recordarle la vigencia de otros gritos, ajenos a la elipsis poética, que marchan tras ella impelidos por la belleza de su propia creación; se dan escasamente en determinado ámbito, y es lamentable constatar la insoslayable carencia.
Elegante, primoroso y refinado ha de ser el grito del ecléctico, del docto y el circunspecto, que deponen en dogma y de infalibles se precian. Cuán ridículos fueran si un día escucharan el cursi falsete de su acento en meliflua recitación de su apergaminado interior. Callados estarían mejor que insultando, con sus pullas, al doliente silencio, herido y atenazado por la insidia y el escarnio que rezuma su inicuo y malicioso discurso sobre temas de sinsabor humano.
Gritan desabridamente aquellos que no son sabios ni ignorantes, significados de grises, híbridos y neutros, originarios de diversas capas sociales; carecen, por tanto, de auténtica clasificación en la sociedad que integran, aun cuando pretendan auparse a la más elevada esfera, impregnada de besamanos y parabienes.
Amparados tal vez en el grito de socorro que lanza el desesperado en el escenario de su desgracia, quienes salen de vuestro propio medio y, como avergonzados, tratan de olvidar la raíz que los identifica, repiten, monótono y cansino, su gemido, en deplorable dicción con que proclaman su desestima por el mundo donde fueron criados.
Para finalizar este aserto, recogido en mi rincón, apartado y solo, con mi magro aspecto por testigo, confieso que, aun callado, grito más que vosotros, de pie, junto al mostrador, enzarzados en necias disputas, pues, no sabéis discutir, acerca de pesas y medidas, logística asombrosa y armamento nuclear. Queréis arreglar un mundo que, con vuestra conducta, talante y actitud, contribuís a estropear. Seguís mansos los dictados de la moda, os dejáis atrapar en la escala de engañosa ascensión, y quedáis involucrados en malas artes y buenos oficios, para dar cumplido fin a vuestra ambición y vuestra codicia, dando lugar a que os angustie vuestra ansiedad y os derrumben vuestros fallidos anhelos. ¿De qué presumís, si os portáis sandios y discurrís cual memos? Cierto que os distinguís, por socarrones y cazurros, torpes y soberbios, pacatos, obtusos y podencos, sin átomo de interés por cuanto os rodea ni conceder una pizca de importancia a lo más substancial de la vida, que es, en suma, saber vivirla.
Nada más acerca del grito, que todos gritamos: a unos se les oye, a otros se les intuye, y, a los de más allá se les supone estremecidos en el quebranto. Si acaso lo dudáis, aquí, con mi taza de café humeante, me tenéis para confirmarlo. Segundo Luz.
Manolo terminó estas palabras en tono más grave que al inicio, lo que logró imponer, en los presentes, un silencio denso y cargante. Unos y otros se miraron llenos de estupor, con la incomprensión reflejada en sus semblantes, sin saber a qué atenerse ni qué juicio formarse sobre el texto leído.
Alguien carraspeó nervioso y otro se excedió en su rebullicio, moviendo los pies, incontinente. No hubo más. Permanecieron largo rato envarados, en espera de que algo insólito ocurriera capaz de relajar la tirantez momentánea, de modo que advirtieran esfumarse el compacto estatismo que los penetraba hasta lo más recóndito de su ser. 
-¡Vaya firma!- murmuró Arturo, deshaciendo oportuno el hechizo del momento.
Los demás continuaron presa de su estupefacción, hasta que Nicolás, montando en cólera, amenazó:
-A ése habrá que hacerle gritar.
-Si supieras quién es- apuntó Armando.
-Yo- confesó Nena –le daría las gracias por ese escrito.
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José Rivero Vivas
EL GRITO (Fragmento)
Ediciones IDEA
Islas Canarias
Noviembre de 2018
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