ALBERT RIVERA, CIUDADANO CAÍN
DAVID TORRES
El domingo Albert
Rivera fue a hacer la campaña andaluza en Alsasua, ya que en la mente
integradora del líder de Ciudadanos cualquier punto de España está conectado
con cualquier otro punto y por eso Andalucía es parte de Navarra y viceversa.
Un día antes, el sábado, había cancelado un acto de apoyo a su partido en las elecciones
autonómicas andaluzas por culpa de una lesión en la pierna que se hizo jugando
al tenis el día anterior. Según explicó en un video dedicado a sus seguidores,
el médico le había dicho que tenía que cuidarse, que nada de excesos, de ahí
que no pudiera acudir el domingo a Málaga. Inmediatamente preparó una
manifestación multitudinaria en apoyo de la Guardia Civil en Alsasua y allá que
se fue, a abrazar a España.
A nadie que esté al
tanto, siquiera por encima, de los alegres virajes de timón de Rivera le habrán
sorprendido lo más mínimo ni la repentina mejoría locomotriz ni el cambio de
demarcación geográfica. Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo, pero
Rivera, cojo y todo, subió a la red para rematar una espléndida volea en
Alsasua. No fue la única trola que le trincaron, puesto que, durante su emotivo
discurso, dijo que habían tirado piedras contra la furgoneta en la que llegó.
No se vio una sola piedra en los videos grabados durante los incidentes en que
varios grupos de jóvenes encapuchados abucheaban e insultaban a los
simpatizantes de Ciudadanos, pero eso qué más daba. Goebbels decía que sólo
hace falta repetir una mentira mil veces para que se convierta en verdad, pero
a Ciudadano Caín le basta con que la repitan radios, televisiones y periódicos.
Rivera vive desde
hace años en varias versiones simultáneas de la realidad donde la mentira y la
verdad son opiniones que él va cocinando a su gusto mientras arrea la burra
hacia delante. Para él, la corrupción, el feminismo, la ideología, la inmigración,
son únicamente herramientas de trabajo, llaves Allen con las que va ajustando
la maquinaria electoral que le permita un día alcanzar el poder junto a la
caterva de veletas que lo acompaña. Así, como el que no quiere la cosa, un día
abomina de Mariano y al día siguiente le pega un abrazo, aunque siempre por el
bien de España, la brújula moral de Rivera en los momentos difíciles y en los
fáciles.
Ayer, en Alsasua,
fue un momento difícil y Rivera tuvo que echar mano del patriotismo, que en su
caso no es el último refugio de los canallas, como decía Samuel Johnson, sino
el primero e incluso el único. Habla de “enemigos” en el más puro estilo
cainita, guerracivilista, alentando la confrontación, provocándola, inventando
una piedra donde ayer hubo balas y donde mañana, quizá, invente una navaja.
Dice que el nacionalismo es el gran problema de este país y lo dice, siempre
que puede, detrás de una bandera española bien gorda. Su brújula moral -el bien
de España- es un espejo de cuerpo entero donde se refleja aquel antiguo cartel
electoral en el que aparecía tal cual, en pelotas, pura ambición desnuda, un
mamífero hambriento dispuesto a ponerse cualquier traje. Ha seguido al pie de
la letra el consejo de Bruce Lee, “be water, my friend“, hasta el punto de convertirse
en una cascada de agua de váter que arrastra lo que sea: banderas, vientres de
alquiler, neandertales de Vox y millonarios del Ibex. La pierna bien, gracias.
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