LOS RESTOS DE FRANCO
FERNANDO
BUEN ABAD
Exhumar los restos
de Francisco Franco no será tarea fácil si de una exhumación profunda se trata.
Sacar los restos de un féretro no es suficiente para hacer justicia a los miles
de asesinados, perseguidos y expulsados por una dictadura. Pero no es poca cosa
atreverse a desmontar un monolito simbólico que, derechas y ultraderechas, han
defendido y defienden como bandera de sus peores aberraciones criminales. Por
cierto, tampoco es un “mérito” atribuible como victoria política significativa
a una sola ocurrencia de coyuntura. Hay generaciones enteras comprometidas con
esa lucha en tierras propias y ultramarinas. Todavía en Latinoamérica se
perciben los tufos de la dictadura franquista.
Los restos de
Franco
Exhumar los restos
del dictador, además de ser un reclamo de partidos y organizaciones de
izquierda, es un repudio en el alma de toda aquella persona digna que no
entiende la vida política basada en asesinatos o persecuciones. Lucha de cuerpo
y alma de miles de personas ha sido humillada mientras alegremente se puede
visitar la tumba de Franco en un lugar para el jolgorio de los desmemoriados y
de los no tanto.
Franco, y todos sus
cómplices, sometió a España desde el final de la “Guerra Civil” (1936-39) hasta
su fallecimiento en 1975. Y eso no ha desaparecido. Queda un menú completo de
dimes y diretes exhibiendo palabreríos a destajo, en pro y en contra, de que se
toquen los restos y la herencia simbólica impuesta a la posteridad por el
capricho de los contertulios del franquismo. Vivos y muertos. La Iglesia
anunció que no se opondrá al traslado y algunos descendientes insisten en que
la tumba es intocable. Lo importante es lo que diga el pueblo español que ha
sido desmembrado a sangre y muerte, en cuya memoria la cosa sigue tan fresca
como fresca está la tumba del dictador. Con presupuesto del Estado.
En mayo de 2017 el
Congreso de los Diputados aprobó la iniciativa para la exhumación del dictador.
Dicen que el presidente ejecutivo de la Fundación Francisco Franco, Juan
Chicharro, sostiene airadamente que “un cadáver pertenece a su familia, y una
exhumación sin el permiso de la familia es una profanación, que es un delito, y
habría una querella”. ¿Dijo algo de los miles de cadáveres arrebatados a miles
de familias, o algo dijo sobre las miles de exhumaciones imposibles bajo las
fosas comunes que aún no se han abierto? Recordemos que “todo está guardado en
la memoria”. Cada 20 de noviembre se recuerda la muerte del dictador que dejó
su puesto a Juan Carlos y éste a su vez a su hijo. La monarquía sigue tan
campante. Mientras tanto las penurias generales de los trabajadores no se
taparán con la exhumación de un símbolo de la dictadura franquista, ni habremos
de permitir que generaciones de millones de jóvenes tapen la memoria con
plañideras de Tirios ni Troyanos.
Son centenares de
miles de personas asesinadas, expulsadas, perseguidas por un Estado fascista y
no podemos caer en ninguna emboscada efectista que, incluso teniendo las
mejores intenciones, no debe ser usada para dar por saldado un pasado macabro
que aun vive en las entrañas de la España actual. Debe estar viva en la memoria
del pueblo, no para comerciar con el dolor ni maquillar la explotación feroz de
los trabajadores españoles que, tanto bajo el franquismo como hasta el día de
hoy, soportan todos los pesos de la dictadura.
Sobrevive el
régimen franquista en el miedo y la represión que evoluciona hacia un régimen
de dictadura financiera sustentada en la pura represión económica, física y
mediática junto al ensanchamiento del mercado internacional con todas sus
crisis de sobreproducción en el paraíso de los bancos. Sobrevive el franquismo
en sus leyes y en sus argucias moralistas, ideológicas y culturales contra la
clase trabajadora. Los huesos de Franco no reposan ni reposan los negocios de
sus cómplices. Los restos de Franco son demasiada gente y demasiado dinero,
terrenos, mansiones, negocios e industrias. La misma iglesia que bendijo
fusilamientos y cuerpos en fosas. Hay que abrir el sepulcro para cerrar las
heridas causadas por un verdugo sepultado a lado de sus víctimas. Así que,
junto a sus restos hay que exhumar los restos de la monarquía heredada de
Franco, los jueces, los militares, las
calles y los monumentos franquistas.
Ninguna exhumación
alcanza para borrar de la Historia a una dictadura que pisoteó todos los
derechos elementales con una represión infernal. Fueron sus víctimas miles de
activistas de la clase obrera, especialmente los jóvenes. La represión fue
siempre la atmósfera asfixiante que envolvía la cotidianidad mientras el
terrorismo de clase fue uno de los tantos métodos del día a día multiplicado
por un aparato del Estado que perfecciono, permanentemente, sus artes de
represión. Ninguna exhumación ha de servir para tapar los horrores que se
multiplicaros disfrazados de “democracia” bajo las aventuras de Juan Carlos de
Borbón, garante de la sobrevida del franquismo. Y hasta la fecha.
La exhumación no es
un triunfo de un sector de la política ni un conjuro para salvar al franquismo
y sus crímenes, ni salvará los privilegios de la Iglesia Católica cómplice. Es
que la iniciativa exhumadora volvió a poner de manifiesto que sólo con justicia
social los pueblos pueden comenzar a poner en su lugar, histórico y político,
todos los episodios criminales de los Estados Sin olvidarlos. Quebrar un
símbolo tan odioso para la Historia de España y del mundo, sacándolo de todo
contexto de homenaje estatuario o de mausoleo, propone abrir un debate contra
toda emboscada ideológica de la oligarquía a condición de que sea obra,
también, de organización consciente de las víctimas, directas e indirectas,
para hacer de la exhumación y del franquismo, todo un aprendizaje sobre las
lecciones del pasado. Ser capaces de neutralizar toda posibilidad de uso político
parcial de los huesos del dictador, o lo que de él quede, material e
ideológicamente. Esté donde esté.
Si la exhumación ha
de ser una reivindicación histórica de las víctimas, sus familiares y sus
pueblos, hay que conseguir que sea mucho más que una reivindicación decorativa
y pase a ser un plan de lucha simbólica permanente que exhume,de una vez y por
todas, los cadáveres que el capitalismo “esconde bajo la alfombra” y nos los
vende como logros históricos y morales.
Una batalla contra la ideología de la clase dominante y su guerra
simbólica, que no se reduce a esconder los cientos de miles de prisioneros
políticos, exiliados y ejecutados, sino que sigue operando con toda impunidad,
y no pocas veces con nostalgia, en el presente amargo de una España –todavía
monárquica- arrodillada por las mafias financieras, inmobiliarias y mediáticas.
Entre muchas otras. Será por eso que no pocos insisten en decir: “Los restos de
franco no están en el Valle de los Caídos están en las empresas y están en el
congreso”.
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