domingo, 16 de septiembre de 2018

SE BUSCAN HIJOS BARATOS


SE BUSCAN HIJOS BARATOS
LEIRE DIEZ
No importa el recipiente, no importa cuánto sufrimiento se infrinja a quiénes han de ser vasijas con corazón y sentimiento. Lo importante es prorrogar la especie, ser sangre de la sangre y considerar a otras mujeres como meros recipientes como si estuvieran conectados a un enchufe y se pudieran apagar a conveniencia de las partes que pagan.

Lo sucedido en Kiev con las familias que tuvieron hijos alquilando vientres no son  sino la consecuencia de haber apretado un poco un grano que no hace más que supurar la infección de una sociedad enferma: la nuestra.


Entiendo perfectamente a aquellas mujeres que desean ser madres, también el sufrimiento y la ansiedad de quienes queriendo serlo no pueden. Pero no alcanzo a comprender la falta de valores y de derechos humanos respecto a mujeres pobres. Me repugna profundamente la hipocresía cuando lo que está en juego son vidas humanas, y no me refiero sólo a los bebés nacidos y a las vasijas (úteros) rotos.

Ser madre y/o padre no es un derecho, como tampoco lo es tener riñones o un corazón. Como tampoco es estar sano o envejecer con salud.
Y esto tenía que llegar, que la mercantilización del cuerpo de las mujeres pobres cumpliera los más básicos instintos de la oferta y la demanda; que en la cadena de fabricación de niños el producto más barato sea el elegido aunque para ello haya que vulnerar los derechos fundamentales de aquellas mujeres que, no sólo carecen de dinero para poder vivir, sino que viven en lugares donde el desarrollo no ha llegado a las más básicas cotas de derechos humanos.

Alquilar vientres de mujeres pobres en distintos packs (básicos o Vips) exigiendo niños sanos y el derecho a devolución del “paquete” no convierte a las familias que incurren en esta abominación en víctimas de nada sino en verdugos de un sistema  que penaliza y condena a las mujeres pobres a seguir siendo el felpudo social de países con alma machista.

La reclamación de tener hijos biológicos en lugares como Kiev acaba cuando el bebé nace con alguna discapacidad o enfermedad, en cuyo caso acabará en el orfanato de un país que no velará por sus derechos sino por colocarlo donde sea, aunque ello suponga que el fin sea la muerte por inanición o la explotación sexual. En ese caso los padres ya no son padres y los úteros son vasijas que no importa ser apaleadas como si de una piñata de cumpleañeros pijos se tratara. La biología y la sangre sólo sirven si los niños son perfectas almas rubitas engrendradas por catálogo. Es la desfachatez y la tiranía del dinero como justificación y apelación al deseo -no derecho- de ser padres por encima de todo y todos.

Y ser madre y padre es mucho más que la perfección física o una cadena de cromosomas. Es amor, mucho amor, es generosidad, es entrega, es mirarse en unos ojos que se diluyen en los propios, llorar de alegría por victorias compartidas, es todo lo que se puede hacer con nuestros hijos e hijas; los propios, los adoptados, los acogidos, todos. Son sentimientos que no se pueden recoger en estándares de calidad uterinos porque trascienden a quien engendra y quien gesta.
Es lamentable el papel que están adoptando muchos medios de comunicación, empeñados en seguir amarilleando sus parrillas al tiempo que ponen un altavoz en los victimarios y no en las víctimas poniendo en duda algo que no admite discusión: no hay limbo legal respecto a la gestación subrogada. Está prohibida y así lo recoge la legislación en materia de reproducción asistida. Aprovechar las grietas del sistema es la demostración de que el sistema debe ser un fortín de defensa de los derechos de las mujeres, sobre todo las vulnerables.

Ahora sabemos que la clínica de Kiev no sólo traficaba con los úteros de las mujeres sino que lo hacía con los propios bebés, con órganos, con todo lo que sólo una mafia sería capaz de traficar. No hay nada de altruista en infligir dolor y no hay dinero que pague semejante vulneración de los derechos básicos de madres biológicas (las que paren) e hijos.

Las familias que acudieron a Kiev en busca de niño/niña conocían, o debiera haber conocido, que ya había un comunicado de Exteriores en el que se desaconsejaba viajar a Ucrania para llevar a cabo esta técnica. Por tanto la noticia no debiera ser que esas familias no puedan inscribir a los bebés, sino que intentaron saltarse la ley española para poder cumplir un deseo, no un derecho.

Hoy, con una mezcla imposible de rabia y comprensión, sabemos que el consulado inscribirá a esos niños y niñas y podrán volver a España. Rabia, porque quienes consideran que sus caprichosos fines justifican todos los medios, regresan con su “trofeo”. Comprensión porque el destino de esos bebés en su país es cruel y sin garantía de cumplimiento de los Derechos del Niño.

Pero no debe haber marcha atrás en el cumplimiento de la legislación española respecto al alquiler de úteros. No puede haber excepciones ni recovecos. Igual que no los hay, por ejemplo, en las leyes que afectan a los trasplantes. A nadie se le ocurriría recurrir a la compra de órganos en países pobres para ser trasplantados en España porque la ley no lo permite y es tajante. Quien dona lo hace de manera altruista y lo hace con férreos controles de idoneidad y de justicia social a través de un sistema que nos iguala a todos en las dichas y desdichas: el público.

Es hora de que llamemos a las cosas por su nombre y que, como sociedad, salgamos de la época de los derechos de pernada sobre los derechos de las mujeres más vulnerables.
 


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