LA SAVIA DEL BAGAZO
ILKA
OLIVA CORADO
Nos hicieron creer
que el progreso está en el cemento, que el cemento es el progreso. Nos hicieron
creer que la industrialización es la prosperidad de las sociedades. Que para
industrializar se tiene que deforestar despiadadamente y acabar con pueblos
enteros: robándoles el agua, la tierra, la comida y cualquier medio vital de
subsistencia. Esos pueblos, nos dijeron: no importan y que si se resisten hay
que acabar con ellos a represión pura, por eso los genocidios que enlutan la
memoria colectiva.
Nos dijeron que la
civilización es un concepto necesario para la sobrevivencia de la humanidad,
que nosotros los dóciles somos esos seres civilizados: en cambio los que se
resisten a la imposición no. Los Pueblos Originarios y la plebe deben ser el
enemigo a vencer. Nos dijeron también que en esa humanidad que conformamos solo
caben los escogidos y que es exclusiva porque está conformada por la crema y
nata. El suero debe ser desechado.
Para eso utilizaron
un colador al que llamaron educación superior y a la que saturaron de clasismo,
racismo, homofobia, patriarcado, misoginia, dogma, doble moral, estereotipos e
insensibilidad. La cimentaron en la desmemoria. Nos sacaron de la savia del
suero y nos hicieron creer que somos la crema y nata. Sí, a nosotros los
sumisos.
Nos hicieron
memorizar que un título de universidad nos separa de la manada y nos vuelve
únicos y laureados: inalcanzables. Nos hicieron olvidar nuestro origen. Y
memorizamos que no somos más plebe y que al contrario: somos los exclusivos
licenciados, doctores, arquitectos, catedráticos, periodistas, empresarios en
una jerarquía a la que jamás podrá acceder la muchedumbre. Nos hicieron creer
que somos la crema y nata de aquel bagazo vuelto suero. Bagazo, le llamaron a
la savia de nuestro origen y durante siglos lo hemos permitido y acuñado; nos
hemos convertido en los cómplices laureados solapadores del abuso.
Con un título de
universidad la crema y nata puede explotar a su propia clase, puede explotar a
la muchedumbre de donde viene. Y la reprodujeron y la amontonaron sobre el
pavimento en urbes que fueron creadas para su reclusión. Un centro de
encarcelamiento masivo con apariencia de progreso, éxito, triunfo y estabilidad
económica.
Y nos hemos creído
celebridades: intocables e inmortales. Y pronto comenzamos a ser parte de la
represión a la plebe que se resiste. Con nuestra pasividad de vasallos mientras
nos distraemos pintando nuestras cárceles y llenando nuestras mazmorras de
muebles, zapatos, bastedades de comida, aperchando títulos y diplomas para
vivir de las apariencias necesarias de los seres exitosos.
Y aprobamos las
mineras desapareciendo con esto a poblados enteros, lejanos a la urbe porque
queríamos tener joyas dentro de nuestras cárceles para lucirlas entre los
prisioneros y competir entre nosotros a ver quién es capaz de acumular más.
Porque de eso se trata: de una competencia de acumulación de todo lo
innecesario para vivir: el consumismo como extensión del capitalismo. Somos esa
vena neoliberal y fascista de la destrucción masiva. Sí, tan fascistas como el
que da la orden y el que aprieta el gatillo.
Afuera, en las
lejanías de la urbe bañada de cemento, de la cárcel con aspecto de progreso,
están los pueblos en resistencia luchando por su libertad, sin darse por
vencidos, defiendo su identidad y su origen milenario. Defendiendo su derecho a
la tierra, a la alimentación y a una vida en libertad. A pesar de que con
nuestra aprobación y silencio de insensibilidad y dogma desde la comodidad de la
crema y nata se implementaron dictaduras buscando exterminarlos en
desapariciones forzadas, torturas y genocidios que aprobamos con la frialdad de
los traidores a conveniencia. Y muy a nuestra conveniencia también, muchos de
nosotros pretendemos desconocer para no meternos en problemas, problemas del
tamaño de perder contactos que nos pueden servir de escalón.
Y como una dosis de
dignidad y memoria la savia de nuestro origen nos sigue dignificando muy a
nuestro pesar. Los “incivilizados” los que no conocen “el progreso,” los
libres, salvajes y bravíos siguen luchando por nosotros aun con nosotros mismos
en contra. Saben que son la savia del suero del que estamos hechos aunque nos
creamos crema y nata.
Los que no conocen
de la afamada “civilización” y que no conocen de cárceles de cemento y de
competencias por la inmortalidad; conocen del campo, del aire puro, de la
frescura de los ríos, de la fertilidad de la tierra, del canto del búho, del
viento antes de llover.
Los “incivilizados”
conocen de las hierbas que curan la nostalgia del alma, el abrazo hermano, la
mirada que abraza, la voz que acaricia, la solidaridad que cobija. Saben de la
unidad, de compartir, de la dignidad, de la honra. De la identidad. Conocen del
respeto al ser superior que es la tierra y sus frutos. Conocen de la
importancia del sol y la lluvia. De lo indispensable que son los océanos y los
ríos, como la abejas. Saben que todo en este universo está entretejido y está
ahí por una razón fundamental para la existencia de los ecosistemas y la
sobrevivencia de todas las creaturas que lo conforman, ninguna con superioridad
ante la otra.
Eso no lo enseñan
en la universidad porque entonces formarían seres pensantes que analizarían y
cuestionarían las imposiciones y el engaño de quienes durante siglos les han
hecho creer que son la crema y nata. Nos descubriríamos marionetas. Cuñas.
Fuertes murallas de vidas humanas adoctrinadas para la traición. Sabríamos que
el cemento no es superior al musgo de las montañas ni a las hojas de los guayabos.
Sabríamos entonces que el oro y los diamantes no son más importantes que el
agua y la vida de las personas.
Sabríamos que los
que subsisten somos nosotros, dentro de una enorme cárcel y que respondemos a
patrones previamente estudiados para nuestro condicionamiento y nuestra
reacción dogmática e insensible ante al abuso, mismo al que somos sometidos sin
que nos percatemos porque lo disfrazan de progreso y triunfo. Conformamos
cantidades exorbitantes de masa amorfa que maniobran a su antojo.
Pero mientras
nosotros sigamos adormecidos en la avaricia del que tiene más, siendo las
marionetas de quienes se creen dueños del mundo, la savia sigue resistiendo
como lo ha hecho milenariamente, luchando para que el bagazo no siga siendo
utilizado como herramienta de contención ante la lucha intempestiva de los
pueblos por su libertad.
Ojalá un día las
masas que viven encarceladas en la urbes de cemento, sepan que los cartones de
universidad no les devolverán el agua de los ríos cuando las mineras los
sequen, y que la frescura de los tomates no podrá ser superada por el oro, las
lociones finas ni los contactos “importantes”. Ojalá que sepan que los
contactos importantes también son una ilusión óptica de la vida de falsedades
que ofrecen las urbes de cemento.
Ojalá algún día
tengan la capacidad de pensar por sí mismas y unirse a la savia que con raíz de
guayacán y flamboyán, se nutre de la dignidad y memoria para levantarse cada
día para seguir resistiendo a la deslealtad, abuso y represión de los
traidores.
Ojalá que llegue el
día en el que sepamos que somos la médula, la yugular, el origen, la inherencia
y la brasa viva. Ojalá que el despertar sea como una tempestad, como un enorme
trueno, como un temblor desde el centro de la tierra, como un grito que retumbe
en las entrañas de los cerros; un despertar que haga temblar a quienes se han
creído los dueños del mundo y de nuestras vidas, y volvamos a nuestro origen
para luchar junto a los nuestros para recuperar todo lo que nos arrebataron.
Ojalá…
Blog de la autora:
https://cronicasdeunainquilina.com
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