EL EGO DE MARGARITA ROBLES
JUAN CARLOS ESCUDIER
Para esquivar los
dilemas con los que a veces se topa, los teóricos de la geoestrategia
inventaron la ‘realpolitik’, que viene a ser la manera pretenciosa y alemana de
referirse al pragmatismo. Consiste esencialmente en meter a la ética en un baúl
y tirar al mar la llave y hasta el propio baúl a la hora de afrontar las
relaciones internacionales. Ante cualquier asunto no otra consideración
distinta al del interés nacional, que es en gran medida económico y se antepone
a la ideología o a las propias creencias morales. Por poner un ejemplo
práctico, un país vende bombas guiadas por láser a Arabia Saudí sabiendo que
puede usarlas en Yemen porque de ello depende que te compren cinco corbetas,
que termines el AVE a la Meca, que es como la obra de El Escorial pero con más
polvo, que empieces a tunelar el metro de Riad, o que el sátrapa que allí
gobierna le condone a su hermano emérito algunos petropréstamos del pasado para
que sus cuentas en Suiza no adelgacen repentinamente.
Puede ocurrir en
ocasiones que un alma pura se rebele, se niegue a cerrar los ojos y resuelva el
dilema del ladrón noble, aquel que, siendo testigo de que alguien roba un banco
y mata al cajero, duda si denunciarlo sabiendo que el dinero del botín iría a
parar a un orfanato donde los niños se mueren de hambre. Habrá quien piense que
esto es justamente los que ha hecho la ministra de Defensa, Margarita Robles:
no contribuir a que los saudíes sigan arrasando Yemen con tus bombas (denunciar
al ladrón), aunque eso te cueste, de entrada, el contrato de unas corbetas que
darían de comer durante años a 6.000 empleados de los astilleros de Navantia en
la bahía de Cádiz (los niños del orfanato). La decisión, aun discutible, sería
impecablemente ética.
Sin embargo, no
parece ser eso lo que ha ocurrido a la vista de los sucesos posteriores. Y es
que, tras tirar la piedra contra las vidriera de los árabes, nuestra íntegra
ministra ha ido corriendo a pedir perdón por su niñería a los de la jalabiya,
acompañada entre otros del jefe del CNI, Félix Roldán, que según parece es un
padre sacrificado que está para los rotos del jefe del Estado y para los
descosidos de doña Margarita. Así que tras numerosas genuflexiones ante el
embajador saudí en España y un sincero propósito de enmienda, parece haberse
conjurado el peligro de que los del Golfo nos pongan en la lista negra junto a
Canadá, que aún cuenta los miles de millones de dólares que le ha costado una
broma similar.
Lo normal en
alguien tan deontológicamente comprometido hubiera sido mantenerse firme,
sostenella y no enmendalla, y en el caso de que tu gobierno antepusiera unas
corbetas a los derechos humanos presentar la dimisión y denunciar su
hipocresía. De lo sucedido cabe suponer que, sin medir las consecuencias, la
titular de Defensa quiso participar de la política de gestos del Ejecutivo e
inventarse un Franco propio al que exhumar sin percatarse de que no se pueden
pisar dunas en el desierto sin llenarte de arena los zapatos.
Es una frivolidad
que para satisfacer el ego de la ministra se obligue a elegir a los trabajares
de los astilleros gaditanos entre defender la paz o el pan, como bien apuntó el
alcalde de Cádiz. Es el Gobierno el que está obligado a resolver sus dilemas
sin someter a los demás a escoger entre la ética y el sueldo. Si hacer bombas y
barcos de guerra para una teocracia es inmoral, asegúrese antes que los
astilleros tengan otra carga de trabajo. Y si hay que acabar con las guerras y
con el hambre del mundo, que nos alisten a todos, pero que sea Robles quien
vaya en primera fila.
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