EL BRIBÓN SIEMPRE
ACABA GANANDO
JUAN CARLOS ESCUDIER
Al Bribón le ocurre
lo que a la banca, que siempre gana. Esta semana se proclamaba campeón de
Europa de la clase 6 metros, que es la suya, sobreponiéndose a todas las
adversidades de viento y oleaje y a los nervios del patrón de la embarcación,
ese lobo de mar octogenario llamado Juan Carlos pero más conocido en los
círculos náuticos como Impune I, el terror de los mares.
Los nervios de
nuestra emérita enormidad eran comprensibles. Se debatía en la Mesa del
Congreso si se debía investigar en el Congreso esas grabaciones en las que su
amiga con derecho a roce, Corinna Sayn-Wittgenstein, explicaba que en tierra
firme era un auténtico pirata que cobraba comisiones, ocultaba dinero en Suiza
y utilizaba testaferros como ella misma para comprarse propiedades en Maruecos
sin enseñar la patita de palo.
La preocupación era
lógica porque nuestros dos grandes partidos y el del líder veleta, cuyo
republicanismo es conocido del uno al otro confín, no pasan una, sobre todo
tratándose de temas sensibles para esa ejemplar monarquía que nunca dio que
hablar. Sin embargo, y contrariamente a lo que se esperaba, los justicieros se
rindieron a la evidencia. Consideraron que abrir pesquisas parlamentarias a un
señor tan respetable era un pérdida de tiempo, un esfuerzo más inútil que un
cenicero en una moto. Y no es que el rey campechano fuera inviolable y hubiera
podido jugar a matar ancianitas en los pasos de cebra sin que la DGT le quitara
los puntos; es que, ante todo, es una bellísima y campechana persona.
Por idénticas
razones y siguiendo el camino de los políticos, el juez que investiga las
andanzas del comisario Villarejo ya tiene decidido excluir al marinero de luces
de la causa, en abierta demostración de que la Justicia es igual para todos. O
lo que es lo mismo, si todos fuésemos Impune I podríamos irnos de rositas de la
misma manera, ponernos el mundo por montera y reírnos a carcajadas del país
cuando se levanta por la mañana para ir a trabajar, que es cuando más gracioso
está.
Los tripulantes del
Bribón han comprobado que, sometido a presión, el anciano que lleva el timón es
una máquina de trasluchar y que a cualquiera menos a él le pueden crujir las
cuadernas. Nada puede detener a este Messi de los océanos en su travesía,
especialmente ahora que ni le invitan a los aniversarios de la Constitución. No
es que huela a podrido en este régimen que muchos creen de mierda. A lo que
huele es a salitre.
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