SI LOS ABUELOS SOCIALISTAS LEVANTARAN LA CABEZA
RUTH TOLEDANO
Mi
abuelo era socialista. Del PSOE. Después de la guerra pasó cuatro años en el
penal del Puerto de Santa María, en Cádiz. Mi abuelo era asturiano y desde
aquella prisión que lo dejó enfermo para siempre se casó por poderes con mi
abuela, también socialista. Del PSOE. Cuando murió el dictador y volvieron las
urnas, mis abuelos votaron siempre, hasta su propia muerte, socialista. Al
PSOE. Referirse a ellos, a mis abuelos, a los de tanta gente, como ha hecho
Antonio Hernando, para justificar la traición del PSOE aprovechando las
palabras como puños de Rufián, es una doble traición: “Por la memoria de miles
de socialistas no vamos a tolerar los insultos de @gabrielrufian y de @ehbildu
aplaudidos por @ahorapodemos”, ha manipulado Hernando en un tuit.
Doble
traición del PSOE, pues no traiciona solo a sus votantes actuales, sino también
a la historia. Una traición a años de militancia por una sociedad más justa; a
años de la lucha más dura, la de una guerra civil; a años incluso de penal, un
precio muy alto. Una traición que viene de atrás pero cuya escenificación final
ha sido permitir que gobierne de nuevo Rajoy: el heredero del franquismo, el de
la mayor corrupción que este país ha soportado desde la muerte del dictador, el
de los recortes salvajes y las políticas antisociales. Y lo que queda. Y lo
saben los diputados presuntamente socialistas que han hecho la pantomima de
votar primero no a Rajoy para después abstenerse y permitir que fuera investido.
Saben que vendrán más recortes, y nos asfixiarán; saben que un partido que
varios jueces han calificado de “banda criminal organizada”, habiendo
conseguido mantener al jefe, sacará pecho frente a sus causas judiciales, y se
burlará, como hasta ahora, de los españoles; saben que el “proyecto político”
al que apela Rajoy es una falacia.
Mis
abuelos fueron durante la dictadura personas sometidas al silencio de la
supervivencia. Una guerra, un penal y un militar golpista en el poder solo les
dejaron la opción de sacar adelante a sus hijos, de querer a sus nietas, de
asumir la responsabilidad de formar a sus alumnos en unos valores que les
dejaran huella sin llamar la atención. Cuando volvió a ser posible, depositaron
en la urna, con tanta emoción acumulada, su papeleta del PSOE. Luego tuvieron
que asistir a asuntos tan descorazonadores como los GAL, el terrorismo de
Estado de Felipe González. Imagino su perplejidad y supongo que encontrarían
-qué iban a hacer a esas alturas, cardiacas, de su vida- alguna justificación:
que a su presidente no le quedó más remedio, ETA mataba sin piedad. Digo yo.
Porque cayó entonces un velo de silencio semejante al que tapaba todo mientras
Franco vivió.
Tras
esta triste y vergonzante investidura, más que nunca parece claro que Felipe
González y Cebrián aprovecharon la más o menos torpe protesta estudiantil en la
universidad para montar el numerito de la violencia. Podrían haberse quedado,
haber dado la cara, haberse hecho oír en la sala prevista a la que ni llegaron,
haber respondido a las preguntas más comprometedoras. Ni se les vio. Vimos, eso
sí, montones de imágenes de presuntos exaltados con sudadera de capucha y
caretas blancas de papel. Se reprochó mucho a esos estudiantes que no dieran la
cara, pero quienes realmente no la dieron fueron González y Cebrián. Pudiera
interpretarse como un acto más de la ópera bufa que el PSOE y El País llevan
meses interpretando, si no años. Le vieron las orejas al lobo político de
Podemos (Unidos Podemos después), temieron por sus intereses -de partido, de
empresa, personales- y han hecho lo posible y lo imposible por fagocitarlo: el
enemigo no ha sido la derecha, no ha sido Rajoy, no ha sido un PP chorreando
toda clase de porquería, sino una nueva formación que podía restarles muchos
votos. Los esfuerzos que ambos han realizado para manchar la imagen de Unidos
Podemos no han escatimado medios: sobre todo, El País. Han ido dando verdadera
vergüenza ajena (y hasta propia, a quienes fuimos de allí) los titulares
manipuladores y los editoriales sectarios (palabra que, por cierto, usan mucho
ellos contra sus adversarios políticos -que, recordemos, no son los del Ibex ni
los del PP-). Y el resultado ya está aquí: Rajoy es presidente en una suerte de
Gran Coalición como la que proponía González, pero en su peor modalidad, la de
la falsa oposición (tendremos ocasión de ver cuán falsa es), gratis y con
amenazas del investido, que no solo no les ha dado ni las gracias sino que ha
sacado su más chulesca prepotencia.
Los
militantes socialistas no perdonarán al PSOE su traición, el incumplimiento de
la tarea política que les encomendó su voto. Una vez más, han impedido que
hablaran las bases porque el objetivo, estaba claro, no era que Rajoy no
volviera a ser presidente sino que Unidos Podemos no les quitara parte del
pastel. Miseria política. En ese camino, el PSOE ha perdido la dignidad y más
pastel del previsto. Si mis abuelos (cuya memoria ultraja Antonio Hernando)
levantaran hoy la cabeza, no se verían representados por los dirigentes
socialistas, se sentirían engañados por la cúpula de la traición. Pero quizá
tuvieran, qué tristeza, su parte de responsabilidad: habituada al silencio
franquista, la militancia socialista calló también cuando las manos de su
líder, el ex presidente González, se mancharon de cal. No puedes tolerar de los
tuyos lo que consideras intolerable en quienes no lo son, por principios y
porque el precio, aún décadas después, acabará siendo alto. No hay más que ver
a González y al actual PSOE: de aquellos polvos, estos lodos. Rufián solo lo ha
verbalizado.
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