GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ: EL FIDEL CASTRO QUE YO CONOZCO
POR: GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Su visión de América Latina en el
porvenir, es la misma de Bolívar y Martí, una comunidad integral y autónoma,
capaz de mover el destino del mundo.
Su devoción por
la palabra. Su poder de seducción. Va a buscar los problemas donde estén. Los
ímpetus de la inspiración son propios de su estilo. Los libros reflejan muy
bien la amplitud de sus gustos. Dejó de fumar para tener la autoridad moral
para combatir el tabaquismo. Le gusta preparar las recetas de cocina con una
especie de fervor científico. Se mantiene en excelentes condiciones físicas con
varias horas de gimnasia diaria y de natación frecuente. Paciencia invencible.
Disciplina férrea. La fuerza de la imaginación lo arrastra a los imprevistos.
Tan importante como aprender a trabajar es aprender a descansar.
Fatigado de
conversar, descansa conversando. Escribe bien y le gusta hacerlo. El mayor
estímulo de su vida es la emoción al riesgo. La tribuna de improvisador parece
ser su medio ecológico perfecto. Empieza siempre con voz casi inaudible, con un
rumbo incierto, pero aprovecha cualquier destello para ir ganando terreno,
palmo a palmo, hasta que da una especie de gran zarpazo y se apodera de la
audiencia. Es la inspiración: el estado de gracia irresistible y deslumbrante,
que sólo niegan quienes no han tenido la gloria de vivirlo. Es el antidogmático
por excelencia.
José Martí es
su autor de cabecera y ha tenido el talento de incorporar su ideario al
torrente sanguíneo de una revolución marxista. La esencia de su propio
pensamiento podría estar en la certidumbre de que hacer trabajo de masas es
fundamentalmente ocuparse de los individuos.
Esto podría
explicar su confianza absoluta en el contacto directo. Tiene un idioma para
cada ocasión y un modo distinto de persuasión según los distintos
interlocutores. Sabe situarse en el nivel de cada uno y dispone de una
información vasta y variada que le permite moverse con facilidad en cualquier
medio. Una cosa se sabe con seguridad: esté donde esté, como esté y con quien
esté, Fidel Castro está allí para ganar. Su actitud ante la derrota, aun en los
actos mínimos de la vida cotidiana, parece obedecer a una lógica privada: ni
siquiera la admite, y no tiene un minuto de sosiego mientras no logra invertir
los términos y convertirla en victoria. Nadie puede ser más obsesivo que él
cuando se ha propuesto llegar a fondo a cualquier cosa. No hay un proyecto
colosal o milimétrico, en el que no se empeñe con una pasión encarnizada. Y en
especial si tiene que enfrentarse a la adversidad. Nunca como entonces parece
de mejor talante, de mejor humor. Alguien que cree conocerlo bien le dijo: Las
cosas deben andar muy mal, porque usted está rozagante.
Las
reiteraciones son uno de sus modos de trabajar. Ej.: El tema de la deuda
externa de América Latina, había aparecido por primera vez en sus
conversaciones desde hacía unos dos años, y había ido evolucionando,
ramificándose, profundizándose. Lo primero que dijo, como una simple conclusión
aritmética, era que la deuda era impagable. Después aparecieron los hallazgos
escalonados: Las repercusiones de la deuda en la economía de los países, su
impacto político y social, su influencia decisiva en las relaciones
internacionales, su importancia providencial para una política unitaria de
América Latina… hasta lograr una visión totalizadora, la que expuso en una
reunión internacional convocada al efecto y que el tiempo se ha encargado de
demostrar.
Su más rara
virtud de político es esa facultad de vislumbrar la evolución de un hecho hasta
sus consecuencias remotas… pero esa facultad no la ejerce por iluminación, sino
como resultado de un raciocinio arduo y tenaz. Su auxiliar supremo es la
memoria y la usa hasta el abuso para sustentar discursos o charlas privadas con
raciocinios abrumadores y operaciones aritméticas de una rapidez increíble.
Requiere el
auxilio de una información incesante, bien masticada y digerida. Su tarea de
acumulación informativa principia desde que despierta. Desayuna con no menos de
200 páginas de noticias del mundo entero. Durante el día le hacen llegar
informaciones urgentes donde esté, calcula que cada día tiene que leer unos 50
documentos, a eso hay que agregar los informes de los servicios oficiales y de
sus visitantes y todo cuanto pueda interesar a su curiosidad infinita.
Las respuestas
tienen que ser exactas, pues es capaz de descubrir la mínima contradicción de
una frase casual. Otra fuente de vital información son los libros. Es un lector
voraz. Nadie se explica cómo le alcanza el tiempo ni de qué método se sirve
para leer tanto y con tanta rapidez, aunque él insiste en que no tiene ninguno
en especial. Muchas veces se ha llevado un libro en la madrugada y a la mañana
siguiente lo comenta. Lee el inglés pero no lo habla. Prefiere leer en
castellano y a cualquier hora está dispuesto a leer un papel con letra que le
caiga en las manos. Es lector habitual de temas económicos e históricos. Es un
buen lector de literatura y la sigue con atención.
Tiene la
costumbre de los interrogatorios rápidos. Preguntas sucesivas que él hace en
ráfagas instantáneas hasta descubrir el por qué del por qué del por qué final.
Cuando un visitante de América Latina le dio un dato apresurado sobre el
consumo de arroz de sus compatriotas, él hizo sus cálculos mentales y dijo: Qué
raro, que cada uno se come cuatro libras de arroz al día. Su táctica maestra es
preguntar sobre cosas que sabe, para confirmar sus datos. Y en algunos casos
para medir el calibre de su interlocutor, y tratarlo en consecuencia.
No pierde
ocasión de informarse. Durante la guerra de Angola describió una batalla con
tal minuciosidad en una recepción oficial, que costó trabajo convencer a un
diplomático europeo de que Fidel Castro no había participado en ella. El relato
que hizo de la captura y asesinato del Che, el que hizo del asalto de la Moneda
y de la muerte de Salvador Allende o el que hizo de los estragos del ciclón
Flora, eran grandes reportajes hablados.
Su visión de
América Latina en el porvenir, es la misma de Bolívar y Martí, una comunidad
integral y autónoma, capaz de mover el destino del mundo. El país del cual sabe
más después de Cuba, es Estados Unidos. Conoce a fondo la índole de su gente,
sus estructuras de poder, las segundas intenciones de sus gobiernos, y esto le
ha ayudado a sortear la tormenta incesante del bloqueo.
En una
entrevista de varias horas, se detiene en cada tema, se aventura por sus
vericuetos menos pensados sin descuidar jamás la precisión, consciente de que
una sola palabra mal usada puede causar estragos irreparables. Jamás ha
rehusado contestar ninguna pregunta, por provocadora que sea, ni ha perdido
nunca la paciencia. Sobre los que le escamotean la verdad por no causarle más
preocupaciones de las que tiene: El lo sabe. A un funcionario que lo hizo le
dijo: Me ocultan verdades por no inquietarme, pero cuando por fin las descubra
me moriré por la impresión de enfrentarme a tantas verdades que han dejado de
decirme. Las más graves, sin embargo, son las verdades que se le ocultan para
encubrir deficiencias, pues al lado de los enormes logros que sustentan la
Revolución los logros políticos, científicos, deportivos, culturales, hay una
incompetencia burocrática colosal que afecta a casi todos los órdenes de la
vida diaria, y en especial a la felicidad doméstica.
Cuando habla
con la gente de la calle, la conversación recobra la expresividad y la
franqueza cruda de los afectos reales. Lo llaman: Fidel. Lo rodean sin riesgos,
lo tutean, le discuten, lo contradicen, le reclaman, con un canal de
transmisión inmediata por donde circula la verdad a borbotones. Es entonces que
se descubre al ser humano insólito, que el resplandor de su propia imagen no
deja ver. Este es el Fidel Castro que creo conocer: Un hombre de costumbres
austeras e ilusiones insaciables, con una educación formal a la antigua, de
palabras cautelosas y modales tenues e incapaz de concebir ninguna idea que no
sea descomunal.
Sueña con que
sus científicos encuentren la medicina final contra el cáncer y ha creado una
política exterior de potencia mundial, en una isla 84 veces más pequeña que su
enemigo principal. Tiene la convicción de que el logro mayor del ser humano es
la buena formación de su conciencia y que los estímulos morales, más que los
materiales, son capaces de cambiar el mundo y empujar la historia.
Lo he oído en
sus escasas horas de añoranza a la vida, evocar las cosas que hubiera podido
hacer de otro modo para ganarle más tiempo a la vida. Al verlo muy abrumado por
el peso de tantos destinos ajenos, le pregunté qué era lo que más quisiera
hacer en este mundo, y me contestó de inmediato: pararme en una esquina.
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