sábado, 1 de agosto de 2015

UN PROBLEMA LLAMADO ALEMANIA

UN PROBLEMA LLAMADO ALEMANIA

POR: BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS

Te Recomendamos El problema con Alemania siempre ha sido que es demasiado grande para Europa y demasiado pequeño para el mundo. El mayor problema de Europa es Alemania, no Grecia. Hace poco más de dos años (mayo de 2013) que publiqué un artículo titulado "The German Diktat", en el que hice una lista de las justificaciones dadas por Alemania a principios de la Primera Guerra Mundial para cometer sus atrocidades contra Bélgica, un país pequeño que se había negado a apoyar los planes bélicos de Alemania. La forma excesivamente cruel en la que Alemania está ahora cobrando venganza por un acto de desobediencia por parte de Grecia - otro pequeño país - nos obliga a tener una nueva mirada a la historia reciente de Europa y usar esto para repensar nuestro futuro común. No se trata de resucitar demonios enterrados hace largo tiempo, y menos aún traer de vuelta los sentimientos anti-alemanes que sólo podría ser contraproducente y desencadenar sentimientos filo-alemanes de todos modos. Sucedió hace setenta años y los debates posteriores han demostrado ser de poca ayuda para los pueblos europeos (y no europeos) que terminaron masacrados por una guerra cruel. Mi objetivo es simplemente revisar las soluciones que se ofrecían para resolver el problema alemán después de la Segunda Guerra Mundial, analizar sus deficiencias, y tratar de imaginar nuevas  y viables soluciones. El problema con Alemania siempre ha sido que es demasiado grande para Europa y demasiado pequeño para el mundo. Por un lado el expansionismo de los imperios alemán y austro-húngaros; por el otro, una de las potencias coloniales europeas más pequeñas, cuyos periodo colonial (1884-1919) no sólo fue de corta duración, sino que, a diferencia de otras potencias europeas, no lograron transmitir su lengua materna a los colonizados. Dejando a un lado la guerra Franco-Prusiana (1870-1871), alimentada por el deseo de Bismarck de unificar Alemania bajo la égida de Prusia y por el miedo de Francia que esta medida pueda permitir a Alemania ejercer una influencia excesiva sobre Europa, la arrogancia belicosa de Alemania en las dos Guerras Mundiales del siglo pasado, causaron una devastación sin precedentes. Sesenta millones de personas -3% de la población mundial en ese momento - murieron en la Segunda Guerra Mundial solamente. La solución que se encontró en 1945 para contener el problema alemán consistió en dividir Alemania en dos partes, una parte bajo control Soviético, la otra parte bajo control Occidental. La solución resultó eficaz durante el tiempo que duró la Guerra Fría. Con la caída del muro de Berlín (1989) y la posterior reunificación de Alemania había que encontrar una nueva solución. Tengamos en cuenta que la reunificación de Alemania no fue concebida como un nuevo Estado (como muchos demócratas en Alemania Oriental hubieran querido), sino más bien como una extensión de Alemania Occidental. Esto llevó a la creencia de que la solución había estado allí todo el tiempo, desde el establecimiento de la Comunidad Económica Europea (más tarde Unión Europea) en 1957, con Alemania Occidental como participante, y el objetivo, entre otros, de contener el extremo nacionalismo alemán. La verdad es que esta solución operaba con eficiencia automática siempre y cuando Alemania permaneciera dividida. Después de la reunificación, sin embargo, dependería de la autolimitación de Alemania. Durante los últimos veinticinco años, este dominio de sí mismo por parte de Alemania era el tercer pilar de la integración europea, siendo los otros dos el consenso en las decisiones y la convergencia gradual de los países europeos. La forma en que la UE se fue gradualmente "profundizando" sirvió para demostrar que los dos primeros pilares estaban empezando a ceder, mientras que la creación del euro asestó el golpe final al pilar de la convergencia. La crisis griega es de suma importancia ya que muestra claramente que el tercer pilar también se ha derrumbado. Debemos dar al pueblo griego el trágico crédito de poner en claro para el resto de Europa, que Alemania es incapaz de tener auto-control. De hecho, Alemania ha desperdiciado la segunda oportunidad, dada en 1957. El problema alemán está de vuelta y no augura nada bueno. Si Alemania es incapaz de tener auto-control, los países europeos deben actuar rápido para frenarla. Helmut Schmitt, el ex canciller alemán, vio este peligro hace muchos años, cuando él, inequívocamente declaró que, tanto por su propio bien y por el bien de Europa, Alemania no debería ni siquiera tratar de ser el primero entre iguales. Poco podía imaginar Schmitt, que en tan sólo unos años, Alemania se convertiría en el primero entre los desiguales. No hay que olvidar que la terapia de la imposición violenta, impuesta a Grecia, fue utilizada en el pasado en contra de una región conquistada por Alemania - Alemania del Este - durante el proceso de  reunificación, y no sólo eso, fue aplicada por el mismo personaje, Wolfgang Schäuble, quien en ese entonces era ministro en el gabinete del canciller Helmut Kohl. La gran diferencia era que, en aquel entonces, la furia financiera de Schäuble tuvo que ser políticamente contenida porque solamente  estaban involucrados alemanes. El pueblo griego – y a partir de ahora, todos los europeos - tendrán que pagar un alto precio por no ser alemanes. Al menos, por supuesto, que Alemania sea democráticamente restringida por los países europeos. No veo nada bueno en reaccionar a la defensiva por medio de un retorno al soberanismo. De hecho, soberanismo ya se ha establecido en Europa, aunque bajo dos formas: el soberanismo agresivo, de los fuertes (encabezada por Alemania) y un soberanismo a  la defensiva, de los débiles (los países del Sur, ahora acompañados por una aturdida Francia). En el contexto europeo, el soberanismo o el nacionalismo entre desiguales es una invitación a la guerra. Por eso, no importa cuán pequeñas sean las probabilidades, es imperativo que la UE sea reconstruida sobre una base democrática, hacia una Europa de los pueblos, que no esté gobernada por grises burócratas que nadie eligió, al servicio de poderosos clientes, mientras que los representantes democráticamente elegidos pero políticamente desarmados miran distraídamente al horizonte. Estas soluciones probablemente no resolverán todo, ya que el problema alemán tiene otras dimensiones, a saber, en lo que respecta a la cultura y la identidad, donde las cosas tienden a ser particularmente virulentas cuando se trata de los países del sur de Europa. En una carta a su amigo Franz Overbeck, del 14 de septiembre de 1884, Friedrich Nietzsche reprendió al "mediocre espíritu burgués alemán" por ser tan prejuicioso contra los países del Sur de Europa: "cuando se enfrentan con lo que viene de los países del Sur, existe una postura entre la sospecha y la irritación y todo lo que se ve es frivolidad ... Es el mismo tipo de resistencia con la que reaccionan a mi filosofía ... Lo que odian acerca de mí es el cielo despejado" Y concluyó: "un hombre italiano me dijo el otro día, ‘en comparación con lo que llamamos cielo, el cielo alemán es una broma’". Para ponerlo en términos actuales, los europeos del Sur deben convencer a los alemanes de que los cielos claros del Sur son más que playas y turismo. Son también la aspiración de que se respete la diversidad como un requisito previo para la paz, la dignidad y la convivencia democrática. Tags Alemania Grecia Crisis griega

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