LA MATANZA PARA-ESTATAL EN MAPIRIPAN: “ESTO NO SE LO DESEO A NADIE”
ANNACOL
La
Alianza Para-Estatal asesinó más de 50 civiles en Mapiripan.
Entre
el 14 y el 20 de julio de 1997 cerca de 120 hombres de las Autodefensas
Campesinas de Córdoba y Urabá, Accu, asesinaron a cerca de medio centenar de
personas en el municipio de Mapiripán, Meta. Durante una semana los
paramilitares amedrentaron a la comunidad
con torturas, asesinatos e intimidaciones que terminaron desplazando a cerca del 70 por ciento de los
pobladores. La esposa de una de las víctimas cuenta cómo vivió estos atroces
hechos y su desplazamiento luego de la masacre.
“Yo
llegué a Mapiripán en el año 86. En el pueblo se movía mucho la coca en ese
tiempo, pero a mi esposo no le gustaba trabajar con eso, entonces cultivábamos
maíz en las fincas vecinas. A él le gustaba mucho la agricultura, pero nos fue
mal y luego de unos años se consiguió un
puesto en el aeropuerto. Después, se convirtió en el fotógrafo del pueblo y en
nuestra vereda lo empezaron a ver como un líder, orientaba a las personas en
que tenían qué hacer, a dónde tenían que ir y así.
Yo
tenía una miscelánea en la casa donde vivíamos, estábamos bien, teníamos cinco
hijos y nunca nos faltó nada. Mientras vivimos en el pueblo nunca nos amenazaron,
Mapiripán era un sitio controlado por la guerrilla, entonces uno evitaba
meterse en problemas.
En
la madrugada del 15 de julio, un martes del año 97, llegaron unos tipos armados
al pueblo y digamos que secuestraron a toda la comunidad porque eran ellos
quienes mandaban, quienes nos daban las órdenes para salir o para hacer
cualquier cosa. La luz la apagaban a las ocho de la noche y la gente dejó de
salir por el miedo.
Por
esos días, mi esposo salía a trabajar como de costumbre y cuando volvía le
preguntaba si había llegado el Ejército pero nadie sabía nada. Luego, nos
enteramos que los tipos armados eran paramilitares de las Autodefensas
Campesinas de Córdoba y Urabá y el pueblo entró en pánico.
A
mi esposo lo mataron el 19 de julio cuando los paramilitares seguían
controlando todo. La gente dice que ellos llegaron con lista en mano, pero
igual me dijeron que mi esposo no estaba en ninguna lista, que eso lo ordenaron
el mismo día en que lo mataron. Llegaron a las 9:15 de la noche, tocaron la puerta,
esculcaron toda mi casa y de ahí se lo llevaron amarrado. Desde ese momento no
supe más nada sobre él hasta el otro día que me dijeron que lo habían
asesinado. Esa noche no pude dormir, eso no se lo deseo a nadie.
El
20 de julio lo enterramos como pudimos, no hubo quien hiciera el levantamiento.
Al otro día nos recogió la Cruz Roja y nos botó en el aeropuerto como quien
dice: ‘defiéndanse como puedan’. Eso fue un éxodo, más o menos salimos como 60
familias y de ahí para acá comenzó mi odisea.
En
ese momento llegué a la casa de unos conocidos míos de Villavicencio con tres
familias más, vivíamos apretados. Empezamos a asistir a la Pastoral Social y
ellos nos trabajaron sicológicamente, nos hicieron capacitaciones, nos dijeron
cuáles eran nuestros derechos como desplazados, cómo protegernos y cómo
cuidarnos, porque vivíamos como en zozobra. Me tocó empezar a trabajar y a
dejar a mis hijos solos. Nos dividimos, me tocó mandar a dos de mis hijas para
otro pueblo y quedarme con los otros acá. Desde entonces nada ha podido encajar
y mi familia, se destruyó completamente.
Me
tocó lo que nunca me había tocado hacer. Empecé a vender empanadas en la calle,
a lavar ropa, a trabajar en casas de familia y terminé trabajando en una
fábrica de arepas. Como mi casa había quedado abandonada caí en la trampa y me
apuré a venderla, y ahorita ese es el problema que tengo con la restitución de
tierras. Ellos dicen que las vendimos y no podemos recuperarlas, pero ellos no
tienen en cuenta el contexto y el por qué la persona la vendió. “Usted vendió
porque quiso” le dicen a uno, pero no, cuando yo la vendí no tenía con qué
comer y mi hijo, que estaba enfermo de meningitis, necesitaba medicinas.
A
mí la Red de Solidaridad me dio una plata y con eso compré un lote, lo arreglé
como pude pero no me alcanzó para terminarlo, solo le puse techo y lo encerré y
ahí me metí con mis hijos. Después de eso demandamos al Estado pero fue por la Corte
Interamericana que nos llegó una indemnización.
Toda
la comunidad fue perjudicada, hubo personas que se quedaron allá, yo no sé cómo
hacen, son tremendos, yo por eso los admiro. Porque no solo fue eso, después
sucedieron otras cosas.
Después
de la masacre he ido a Mapiripán dos veces, una fue entrada por salida hace mucho tiempo y el año pasado
regresé. En este momento dos de mis hijas están casadas, la otra vive conmigo y
está estudiando contabilidad. De mis hijos uno está estudiando sistemas en el
Sena y el niño que estaba enfermo falleció a la edad de 17 años. Abrí un local
y volví a colocar mi miscelánea, con eso me defiendo. Compré una casa con lo
que me dio el Estado y ahora estoy terminando el bachillerato”.
La
victima que sobrevivió a esta masacre, relató su historia al proyecto Rutas del
Conflicto en agosto de 2014. No se publica el nombre de la protagonista de la
historia por razones de seguridad.
Yo
sobreviví al conflicto es un proyecto de periodismo testimonial y participativo
que le da continuidad a las Rutas del Conflicto, proyecto de Verdad Abierta y
el Centro Nacional de Memoria Histórica, y que busca que las víctimas cuenten
su propia historia sobre hechos poco visibles. Usted puede mandar su testimonio
a Tu memoria cuenta www.rutasdelconflicto.com o al correo Esta dirección de
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