DEMOCRACIA E
IGUALDAD NO SON LO MISMO
EDUARDO SANGUINETTI, FILOSOFO Y
POETA
La relación entre consenso/disidencia
es inseparable en una sociedad que gestiona la resolución de los conflictos en
términos de mayoría, de políticas públicas y centralizadas, de códigos legales
unívocos o de legalidades no dichas ni escritas, pero no obstante obligatorias
y dependientes de la “ontología de lo mismo”: este es el estado natural y
continuo que como paisaje recibimos los habitantes de Argentina y Uruguay,
enfrentados a un flujo irreversible de acontecimientos que no pueden ocultar su
extremo rigor.
Tanto
más peligrosos cuanto menos se discuten, identificados en nuevas fórmulas en
que anacronismo y homogeneidad se manifiestan cual clero secular en la
permanente campaña de consenso a presión en el desdibujado acontecer político
de Argentina y Uruguay.
Democracia
e igualdad no son lo mismo, sino que incluso resultan términos antinómicos: si
la política presupone condiciones de igualdad, es preciso entenderla como una
fuerza cultural de la época: una compulsión a la identidad homogénea.
Pero
a través de los procedimientos por los cuales se expresa la mayoría en nuestras
sociedades y a través de este discurso apologético de la igualdad, las mayorías
terminan suprimiendo la opinión y el accionar de las minorías y por otra parte,
en una sociedad centralizada son pocos los sujetos que se ocupan de gobernar,
pues los otros están abocados a la campaña política permanente, absorbidos en
sí mismos y sus narcisos, no participando de la vida publica.
Y
¿cuál es la paradoja? Aquella que deviene de afirmar a la vez que el hecho de
que la mayoría pueda hacer lo que quiera es el único principio factible de
poder legítimo, con la venia del régimen o del gobierno de turno, deviene en
una injusticia de enormes dimensiones en antípodas al orden natural, la
constitución, la legislación vigente y, sobre todo y ante todo, en disonancia
con la declaración de los derechos humanos, tan mencionados en este tiempo.
Ahora
bien, en una sociedad de iguales ¿a quién puede apelar una persona o grupo que
es discriminado? Aunque no se trata técnicamente de la “excomunión” de los
mismos, como germen de diferencia, sino porque el efecto de la mayoría no
reside solamente en señalar al diferente o disidente sino también en seducir su
voluntad a través de la presión del sentir de la mayoría. La consecuencia es el
abandono de la opinión, el exilio, el ostracismo y, en el peor de los casos, la
violencia puesta en acto hacia quien resiste a la opinión de la historia oficial.
No
me estoy refiriendo a los peligros del Estado totalitario (ese cuco que suelen
usar los liberales o los intelectuales postmarxistas que se avivaron luego del
archipiélago Gulag) sino a la amenaza de los consensos y de una cultura
igualitaria. Si el deseo de libertad depende del amor al riesgo de vivir con la
verdad, es necesario aceptar que la soledad es una sanción socio-política
posible hoy en Argentina y Uruguay, deviniendo el temor al “síndrome del paria”
socializa gregariamente: el miedo no es tonto, a pesar de los ismos de la
diferencia y la discriminación puesta en acto; cada uno puede producir un
delicado mapa de ruta y descubrir su receta de supervivencia en este estado de
cosas donde el demonismo como metáfora de la realidad colapsa todas las
representaciones
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