A propósito del aborto
EDUARDO SANGUINETTI
Más allá de la extraña situación
política, el tema no saldrá de escena. Quienes sostenemos que un feto de 12
semanas es una expresión de vida pero no una persona titular de derechos y
obligaciones, nos enfrentamos a quienes defienden la tesis de que la protección
legal arranca con la concepción misma. Lo que lleva el debate a los
procedimientos -legítimos y legitimados- de la fecundación in vitro que -en la
tesis católica, por estos días reiterada- darían carácter de persona a un óvulo
fecundado dentro de un tubo de ensayo y condenarían por genocida a quien
destruya varios de ellos, por obligadas razones científicas. Y así
sucesivamente.
Mientras tanto, los abortos siguen y
aunque la ley uruguaya despenaliza numerosas situaciones (incluso la causada
por “angustia económica”), en los hechos no hay mujer que siga un lento y
publicitado proceso legal, exponiéndose así a los riesgos de las prácticas
clandestinas. Estas, por otra parte, generan una fuerte discriminación social,
pues notoriamente las mujeres más pobres son aquellas con menores posibilidades
de conseguir mínimas garantías sanitarias.
Nadie podría discutir que el aborto es
una derrota, algo no deseable. Hoy en día, incluso -con los métodos
anticonceptivos disponibles- es una expresión de ignorancia que debería superar
el debate. Pero el hecho social está, y la pregunta, entonces, es si a esa
mujer que, llevada por la desesperación, interrumpe su embarazo, hay que
declararla homicida y condenarla. Desde hace tiempo batallamos porque no sea
así. Y habrá que seguir, en muchos países, procurando civilizar hábitos y
seguir emancipando a la mujer de las consecuencias no queridas de su
sexualidad. Porque la vida, después de todo, no puede ser fruto de la
causalidad o la resignación, sino de la voluntad y el amor. La fatalidad de los
hechos no debería nunca imponerse a las opciones de la libertad.
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