"UNA ECOLOGÍA DE LA MENTE"
Eduardo Sanguinetti, Filósofo
En junio de 1992 se llevó a cabo la Cumbre de la Tierra, Eco Río en Brasil. Asistieron representantes oficiales de 179 países así como de organizaciones no gubernamentales, y los resultados se dieron a conocer en todo el mundo por medio de la prensa.
Ochocientos millones de hambrientos, 1.300 millones de personas en pobreza extrema, 900.000 millones de adultos analfabetos y 2.900 millones de personas sin saneamiento básico, son una prueba. Cincuenta millones de enfermos o contagiados por el virus del sida, tres millones de muertos por tuberculosis y un millón por malaria cada año, son otra prueba. Trece millones de niños menores de 5 años morirán este año por causas evitables, lo que además de una prueba adicional es un crimen, a no dudarlo estimados lectores.
Ahora bien, que hable de este tema en el inicio de un nuevo año no es casual, ya que deseo comunicarles mi parecer, como ya lo he venido haciendo a lo largo de este tiempo, acerca del pliegue de espectáculo del “enfrentamiento” Argentina-Uruguay acerca del tema plantas de celulosa y mis dudas acerca del mismo, incluso dando lugar a la posibilidad de elaborar una “Política Ambiental Global” sin la cual sería de Perogrullo seguir discutiendo acerca de la instalación de las plantas de celulosa y su contaminación concreta en el acuifero guaraní, como así también la inutilidad del Mercosur, que lo manifesté en la sede de Montevideo, ante la mirada inquisidora de empresarios y políticos de los países miembros, pues sus finanzas se veian amenazadas por mis dichos, confirmados con el correr de los años, de los pactos preexistentes, de la hipocresía de los políticos de izquierda y derecha, pues responden a intereses de capital no de comunidad, del oportunismo de periodistas que no salen en sus comentarios básicos acerca del asunto ambiental, no arriesgando decir la palabra justa acerca del tema que me ocupa y por el que he corrido riesgos intentando investigar el núcleo constitutivo de este “supuesto conflicto”, en mi calidad de filósofo y de ecologista social de la primera hora.
¿Quiénes contaminan? ¿De dónde provienen las mayores emisiones que, lejos de disminuir, han aumentado un nueve por ciento, y en el país más contaminador un 18 por ciento? ¿La ecología se remitirá solamente a analizar la interrelación de las especies con su hábitat? ¿Qué espacio podremos investigar si lo que está en juego aquí es la totalidad de la vida en el planeta? ¿La pobreza genera contaminación o los pobres son forzados a contaminar? Los propietarios de los medios de producción determinan no solo la distribución de la riqueza, sino los sistemas políticos que regulan, bajo la fachada de la legalidad emanada del Estado, la ideología del capital. El concepto de la propiedad privada no existe en la naturaleza, recuérdenlo, por favor.
Es con el desarrollo del valor de cambio en detrimento del valor de uso, cuando un nuevo modo de producción y acumulación, que tratando a la naturaleza como renta y no como un bien, comenzará a generar productos y residuos no degradables. Baste recordar que las descargas de dióxido de carbono están influyendo categóricamente en el calentamiento global del planeta, sobre todo cuando los ambientalistas “espontáneos” y “oportunistas” que surgieron mágicamente en Argentina en este último tiempo no toman en cuenta que con la presencia de ciudades superpobladas como Buenos Aires hablar de ecología es una hipocresía.
Denunciar únicamente el vertido de desechos es no querer ir a la raíz del problema, es una pantalla del real conflicto en el proceso industrial-contaminador. Para la Ecología Social, el análisis transita por otro andarivel, porque no es lo mismo desarrollo que calidad de vida. El círculo de la contaminación es infinitamente más amplio, donde las responsabilidades y complicidades políticas-empresariales se amalgaman. Por esta razón observo con espíritu crítico, y mantengo distancia, con los aspectos cosmetológicos de personas o grupos dentro y fuera de la Argentina, acomodados cada uno en su pequeño espacio de poder, haciendo creer que se están ocupando por un ambiente sano, cuando en realidad lo estructural no se quiere modificar. Es que el tema ambiental es un buen negocio para muchos. Así como los presos son necesarios para dar sentido a jueces, abogados, policías, servicio penitenciario. Los residuos, el reciclado, estudios de impacto, las consultoras, dejan pingües utilidades a sus actores. La Ecología Social no ingresa al negocio de la conservación del planeta.
La Argentina tiene ya casi 50 millones de habitantes. Una superficie de tierra donde una sola provincia albergaría a Holanda e Italia. Suelo -en líneas generales- no demasiado contaminado. Mucha agua y energía. Riquezas naturales renovables y no renovables para envidia del mundo. Que l5 millones estén en la línea de pobreza, que haya entre un 18 y 40% de desocupación y subocupación, que 55 niños se mueran diariamente por enfermedades producidas por la pobreza, que los viejos tengan una doble muerte: la cronológica y la social, que los jóvenes incurran en la droga y el alcohol por desesperanza y falta de amor. Que miles de mujeres mueran por abortos clandestinos y que la deserción escolar llegue al 50%. ¿No les parece que son cosas muy pesadas para dejar de lado cuando algunos se autotitulen ecológicos porque despetrolaron un ave, o plantaron un cartel denunciando que tal empresa contamina? ¿Es factible salvar las ballenas colocando solamente una calcomanía en los autos o aportando una cuota a una institución ambientalista?
En tal sentido no dudo en afirmar que hablar de ecología a secas, sin la variable social, es el lenguaje de quienes viven de su renta. De tal modo, es tendencioso y falaz discutir sobre desarrollo sustentable, en tanto la brecha entre ricos y pobres se ha ensanchado 74 veces con relación a los años 60. Más que hablar de ecología, debemos hablar de política. Y lo hago desde la denuncia, en el convencimiento de que en el modo de producción y distribución capitalista, en el marco de sus propias contradicciones, no hay desarrollo sustentable ni esperanza de sobrevida para nadie. La calidad de vida dependerá de las posibilidades que tengan las personas de satisfacer adecuadamente sus necesidades humanas fundamentales. Surge entonces la tercera pregunta: “¿cuáles son esas necesidades fundamentales, y quién decide cuáles son?”.
Estar sano es ser feliz, señalé hace unos años ante representantes de la OMS en un Congreso en la ciudad de Sydney. La salud, ha quedado bien demostrado, no se mide por la ausencia de las enfermedades. La salud es un perfecto ecosistema en el que intervienen variables bien definidas. Para mí la medición de esas variables se determina por las condiciones materiales de existencia, la relación armoniosa del sujeto para consigo mismo y su vinculación con los demás miembros de la comunidad. Y necesariamente debemos hablar del perfecto equilibrio que se da en un ecosistema. Si el pueblo disfrutara plenamente, y el placer reinara en todo lo cotidiano, no serían necesarios dioses, ni el deseo de perpetuidad, ni la contracción al trabajo alienado. No es muy difícil comprender entonces, por qué la iglesia católica desde sus inicios, combate y reprime al placer como instrumento de control ideológico. ¿Amar produce a veces sufrimiento? ¡Claro que sí! Pero ¿quién quisiera la existencia sin esa “neurosis” excitante y vital? Y en este devenir, es posible que en el sistema sin jerarquías ni clases sociales, que irremediablemente deberemos construir hacia el logro de una sociedad justa e igualitaria, podamos volver a la naturaleza, sin desechar la computadora o la televisión, desde una tecnología con rostro humano, para intentar reconstruir la felicidad que a lo mejor en tiempos remotos, los humanos supimos tener.
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