martes, 21 de febrero de 2012

Los peligros de la igualdad, por Eduardo Sanguinetti


Los peligros de la igualdad
EDUARDO SANGUINETTI, Filósofo


La relación entre consenso/disidencia es inseparable en una sociedad que gestiona la resolución de los conflictos en términos de mayori­a, de polí­ticas públicas y centralizadas, de códigos legales uní­vocos o de legalidades no dichas ni escritas, pero no obstante obligatorias y dependientes de la “ontologí­a de lo mismo”: este es el estado natural y continuo que como paisaje recibimos los habitantes de la República Argentina enfrentados a un flujo irreversible de acontecimientos que no pueden ocultar su extremo rigor.
Tanto más peligrosos cuanto menos se discuten, identificados en nuevas fórmulas en que anacronismo y homogeneidad se manifiestan cual clero secular en la permanente campaña de consenso a presión en el desdibujado acontecer polí­tico argentino.
Temo, pues, no solo que las mayorías expresen su voluntad, anestesiadas por un materialismo ilusorio manifestado desde las corporaciones económico mediáticas cual rutina hora a hora, sino que intenten universalizarla persiguiendo a la disidencia, hoy presente en una serie de individuos aislados, pues lo que se denomina oposición en Argentina es la simulación de un simulacro de un partido ausente inmaterial que encarna los sueños de autonomí­a.
Democracia e igualdad no son lo mismo, sino que incluso resultan términos antinómicos: si la polí­tica presupone condiciones de igualdad, es preciso entenderla como una fuerza cultural de la época: una compulsión a la identidad homogénea.
Pero a través de los procedimientos por los cuales se expresa la mayorÍa en nuestras sociedades y a través de este discurso apologético de la igualdad, las mayorías terminan suprimiendo la opinión y el accionar de las minorías y por otra parte, como en una sociedad centralizada son pocos los sujetos que se ocupan de gobernar, pues los otros están abocados a la campaña polí­tica permanente, absorbidos en si mismos y sus narcisos, no participando de la vida publica.
Y, ¿Cuál es la paradoja?, aquella que deviene de afirmar a la vez que el hecho de que la mayorí­a pueda hacer lo que quiera es el único principio factible de poder legí­timo, con la venia del régimen o del gobierno de turno, deviene en una injusticia de enormes dimensiones en antí­podas al orden natural, la constitución, legislación vigente y sobre todo y ante todo en disonancia con la declaración de los derechos humanos, tan mencionados en este tiempo.
Ahora bien, en una sociedad de iguales a ¿a quién puede apelar una persona o grupo que es discriminado?, aunque no se trata técnicamente de la “excomulgación” de los mismos, como germen de diferencia, sino porque el efecto de la mayorí­a no reside solamente en señalar al diferente o disidente sino tambien en seducir su voluntad a traves de la presión del sentir de la mayorí­a. La consecuencia es el abandono de la opinion, el exilio, el ostracismo y en el peor de los casos la violencia puesta en acto hacia quien resiste a la opinión de la historia oficial.
No me estoy refiriendo a los peligros del Estado totalitario (ese cuco que suelen usar los liberales o los intelectuales posmarxistas que se avivaron luego del archipiélago Gulag) sino a la amenaza de los consensos y de una cultura igualitaria. Si el deseo de libertad depende del amor al riesgo de vivir con la verdad, es necesario aceptar que la soledad es una sanción socio-polí­tica posible hoy en Argentina y por supuesto, el temor al “sí­ndrome del paria” socializa gregariamente: el miedo no es tonto, a pesar de los ismos de la diferencia y la discriminación puesta en acto, cada uno puede producir un delicado mapa de ruta y descubrir su receta de sobrevivencia en este estado de cosas donde el demonismo como metáfora de la realidad colapsa todas las representaciones

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