¿TRAIDORES, PRAGMÁTICOS O VISIONARIOS?
XULIO
RÍOSç
El Chile de Salvador Allende fue el primer país de Sudamérica con el que la República Popular China pudo establecer relaciones diplomáticas. El triunfo de Allende supuso un giro en la política exterior de Santiago que afectó de lleno a las relaciones con la República de China (Taiwán), formalizadas en 1915.
A las pocas semanas del inicio del mandato del gobierno de la Unidad Popular (UP), el canciller Clodomiro Almeyda gestionaba en París el reconocimiento de Beijing, que llegaría de inmediato. Simbólicamente, ya en la toma de posesión de Allende en 1970 había participado un grupo de trabajadores chinos por invitación de la Central Unitaria de Trabajadores de Chile.
La ruptura de
relaciones con la China de Chiang Kai-shek en beneficio de la República Popular
de Mao era una decisión esperada y lógica teniendo en cuenta la matriz
ideológica del gobierno de UP, pero también en razón de la propia simpatía
expresada por Allende respecto a la China revolucionaria. Tras fundar en 1953
el Instituto Chileno-Chino de Cultura, Allende viajó a China en 1954, a los
cinco años de nacer la República Popular, cuyas relaciones con el exterior eran
por entonces muy escasas. De igual manera, esperada y lógica también habría
sido la ruptura de China con el Chile de Pinochet tras el brutal golpe de
Estado militar. Pero no se produjo.
La China de Mao se
convirtió en el tercer comprador mundial del mineral chileno
El poeta Armando
Uribe se convirtió en el primer embajador chileno en Beijing. A él correspondió
la tarea de complementar esa afinidad y simpatía ideológicas con la
implementación de vínculos comerciales de interés para ambas partes. Esto se
plasmó, sobre todo, en el cobre. La China de Mao se convirtió en el tercer
comprador mundial del mineral chileno.
En lo político,
Chile apoyó en Naciones Unidas la resolución que reconocía a la República
Popular como el gobierno legítimo y único representante de China, y Beijing
apoyó la propuesta chilena de establecer las 200 millas náuticas como límite
para la explotación de los recursos por parte de los estados ribereños. Hubo
otros acuerdos comerciales y crediticios y también intercambio de visitas de
alto nivel. Todo discurría con un potencial a la medida de las expectativas de
ambas partes. Hasta que llegó el golpe y un gran interrogante se impuso.
La no ruptura con
la Junta Militar
Sorprendió
enormemente en su momento que Beijing no rompiera los vínculos diplomáticos con
la Junta Militar encabezada por Pinochet. El primer ministro chino Zhou Enlai
envió un telegrama a la viuda de Allende para testimoniarle su pesar por la
trágica muerte de su esposo, aunque lo hizo a título personal. Pero
oficialmente, la actitud de China, a diferencia de los países socialistas de la
órbita soviética –salvo Rumanía– que retiraron de inmediato a sus embajadores,
estuvo marcada por la prudencia y la ambigüedad. La misma posición parecía
adoptar el nuevo poder instalado en La Moneda.
Aunque en Naciones
Unidas, China condenó el golpe, al mismo tiempo dejaba de reconocer al
embajador Uribe, designado por Allende y leal a su gobierno. Los soviéticos,
entonces en dura contienda ideológica y política con Beijing, aseguraron que la
China de Mao se había posicionado del lado de los militares. Lo cierto es que
ni de una parte ni de otra, China o Chile, parecía existir interés en romper.
Se abrió un compás de observación y espera. Las dudas desaparecieron del todo
cuando en febrero de 1974 Beijing reconoció al nuevo embajador designado por
Pinochet, el general jubilado Hiriart Laval. China argumentaba que un principio
básico de su política exterior era –lo es aún– la “no interferencia en los
asuntos internos” de otros países.
Los soviéticos,
entonces en dura contienda ideológica y política con Beijing, aseguraron que la
China de Mao se había posicionado del lado de los militares
Pero que la China
maoísta y de la Revolución Cultural se entendiera de alguna forma con el Chile
anticomunista de Pinochet rompía los moldes. El hecho no solo sorprendió a la
izquierda mundial sino también a los rivales del PCCh asentados en Taiwán,
liderados por Chiang Kai-shek. Este esperaba recuperar los lazos con Chile tras
la caída de Allende. No fue así porque la Junta Militar de Pinochet tampoco
manifestó interés en ello.
Bien es verdad que
si las relaciones formalmente se mantuvieron, los contactos reales decrecieron
irremisiblemente durante varios años. El cambio devino a finales de la década
en función del recíproco interés en impulsar estrategias de apertura en lo
económico. Esto permitió identificar un terreno común para arbitrar una
cooperación que abarcó numerosos campos, incluido un ámbito de especial interés
estratégico para China: la Antártida.
¿Por qué China no
rompió?
La principal razón
probablemente tiene que ver con su pugna con Taipéi por el reconocimiento
diplomático. En 1971, 68 países reconocían a la República de China (Taiwán)
frente a 53 a la China Popular; sin embargo, en 1973, esta ya sumaba 89 frente
a los 31 de Taiwán. Era esta una de sus principales obsesiones internacionales,
que se prolonga hasta hoy día cuando Taiwán solo puede acreditar 13
reconocimientos formales.
De romper con Santiago, con
seguridad Chile se iría con Taiwán, que por aquel entonces pugnaba muy
seriamente por asegurar más aliados en el mundo
Beijing quería evitar un revés en
una región como América Latina, de gran importancia política y estratégica para
sus intereses. De romper con Santiago, con seguridad Chile se iría con Taiwán,
que por aquel entonces pugnaba muy seriamente por asegurar más aliados en el
mundo. Recuérdese que no sería hasta 1979 cuando Estados Unidos formalizaría
las relaciones diplomáticas con la China Popular, precisamente tras lograrse un
acuerdo en torno a la admisión del principio de “una sola China” que exigió
siete años de negociaciones. En este contexto, para Beijing era clave mantener
las posiciones.
Otro factor a tener en cuenta es
el marco de la Guerra Fría. La salida del aislamiento internacional de China,
propiciada por el acercamiento a Estados Unidos tras la histórica visita de
Nixon, empujaba en esa dirección. La antipatía mutua hacia la URSS, que
favorecía el entendimiento entre Washington y Beijing, era igualmente
compartida con el Chile de Pinochet. En el X Congreso del PCCh (1973), se
señaló a la URSS como “más peligrosa” que el rival estadounidense.
Ya entonces la relevancia de los
intereses acompañaba el pragmatismo como seña de identidad de la política
china. Al igual que la idea de trascender las diferencias ideológicas y primar
el intercambio comercial de forma que cada sociedad pudiera resolver el
problema del desarrollo y conformar su propio modelo sistémico.
En Beijing, el análisis del
gobierno de la UP partía de varias premisas: los comunistas chilenos,
componente significativo de aquel movimiento, eran “más prosoviéticos que los
soviéticos”. Eso no fue óbice para que China alentara los contactos, pero
obligaba a ambas partes a tener muy en cuenta esa animadversión. Quizá por eso
también, China nunca dejó de expresar con bastante sinceridad sus reservas,
como hizo Zhou Enlai al ministro Clodomiro Almeyda en su encuentro de enero de
1973. En esa conversación, de la que levantó una muy expresiva acta, Fernando
Reyes Matta, el primer ministro chino expresaba su inquietud respecto a algunas
medidas económicas llevadas a cabo por el gobierno de Allende
(nacionalizaciones de los grandes minerales, por ejemplo) y que, en su opinión,
iban demasiado rápido, con serias dudas acerca de si se daban las condiciones
para ello. Igualmente, planteó ya entonces la posibilidad de una intervención
militar contra el gobierno de Allende y mostró preocupación por el grado de
control del ejército y el nivel de apoyo que podría tener una acción golpista.
En aquella ocasión, Almeyda le
explicó a Zhou Enlai que 1973 era el año más difícil de su proceso, dado el
impacto del bloqueo económico a que se sometía al gobierno, y reclamaba la
ayuda de Beijing en un contexto de cierta decepción por el alto interés de los
créditos facilitados por la URSS. Zhou se avino a considerar la petición aunque
sin dejar de enfatizar que para China la prioridad era el apoyo a Vietnam y
criticar a la URSS por su usura: “¡Cómo pueden llamarse socialistas!”,
exclamaba.
Aunque Allende gozaba de estima y
respeto en China, los maoístas descreían de la “vía chilena al socialismo”
Como apuntó Irma Henríquez,
aunque Allende gozaba de estima y respeto en China, los maoístas descreían de
la “vía chilena al socialismo” que consideraban apadrinada por la URSS. Les
unían los ideales antiimperialistas pero en cuanto a la hoja de ruta interna a
seguir, el escepticismo chino, quizá por lo que consideraba excesiva influencia
soviética en el proceso, imponía cierta distancia. La caída del gobierno de UP,
por otra parte, significó un retroceso de la influencia soviética en la región,
un espacio que podía aspirar a ocupar desarrollando una visión propia de las
relaciones internacionales.
En resumen, fue probablemente la
rivalidad diplomática China-Taiwán la determinante principal en una decisión
china marcada, de una parte, por el contexto antisoviético de su
posicionamiento ideológico pero, por otra, por la reafirmación paralela de
vectores clave que primaron en la política exterior posmaoísta. El pragmatismo y
el valor económico de la relación elevarían su protagonismo frente a otras
consideraciones de carácter más ideológico. Por otra parte, la proclama de la
no interferencia en los asuntos internos de otros países le ofrecería cierto
blindaje de ida y vuelta pues tanto servía para justificar inhibiciones (frente
a los desmanes de terceros) como rechazos (frente a las críticas a los
propios).
El Chile de Salvador Allende fue
el primer país de Sudamérica con el que la República Popular China pudo
establecer relaciones diplomáticas. El triunfo de Allende supuso un giro en la
política exterior de Santiago que afectó de lleno a las relaciones con la
República de China (Taiwán), formalizadas en 1915.
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