EL TRISTE EPITAFIO DE DRAGÓ
ANÍBAL MALVAR
Fotografía de archivo (09/11/2016), del escritor Fernando
Sánchez Dragó. / EFE - Xoán Rey
Se mueren los escritores estrella del tardofranquismo y del primer felipismo. Con ellos nos pasó como con Felipe González y la transición: nos creíamos que venía una encantadora belle-époque de frescos políticos y abruptos intelectuales, y luego todos nos fueron decepcionando, cada uno a su manera. No eran más de lo mismo, pero tanto intelectual como políticamente traían más rosa que puño, y se acabaron aclimatando a la comodidad del viejo jardín, a inclinarse ante la monarquía y a babosear por premios principescos y mamonadas.
Camilo José Cela,
Francisco Umbral, el recién fallecido Fernando Sánchez-Dragó, Manuel Vázquez
Montalbán, Antonio Gala y tantos otros se nos metían por las 625 líneas de la
televisión y traían la cultura al pueblo. Cela decía en un programa que
aspiraba diez litros de agua por el ano, Umbral se comía la manzana de Eva
durante una entrevista, Dragó siempre venía de follar con alguien, Montalbán
decía cosas comunistas y Antonio Gala era tremendamente maricón y a nadie le
ofendía en aquella España sepia de tedio y plateresco. Eran justo lo contrario
que José María Pemán, que nunca comía manzanas pecadoras ni tenía culo.
Cuando esta gente
empezó a aparecer en la televisión pública, yo era una mezcla de niño y de
adolescente, y estos personajes, y su cultura, me fascinaron. Decidí entonces
hacerme escritor porque quería sorber hectolitros de agua por el culo como
Cela, comer todas las manzanas del pecado madrileño como Umbral, llegar a los
platós recién follado como Dragó, ser orgulloso comunista como Montalbán y
tener el derecho a ser maricón si me da la gana como Antonio Gala. Lo de
escribir un buen libro, para mi futura carrera de escritor, me parecía bastante
secundario.
Escribo esto con
nostalgia, porque no veo en nuestra tele pública actual presencias como
aquellas, discutibles o no, pero que te incitaban a leer. Al final de su vida,
Cela me dio una entrevista pidiendo el voto para Manuel Fraga; Umbral no hacía
más que escribir columnas en El Mundo alabando a los reyes, a ver si lo metían
en la real academia; Sánchez-Dragó dejó escrito en su epitafio que murió
apoyando a un partido fascista... Vaya mierda de ídolos juveniles.
A Dragó se le ha
echado mucho en cara lo que cobraba de la televisión madrileña de Esperanza
Aguirre. Parece ser que Las noches blancas, un programa cultural de dos sillas
y una mesa, le supuso al contribuyente un gasto de más de dos millones de
euros. Pero estas corruptelas y mamandurrias son las que a mí me gustan, porque
al menos traen cultura, coño. Ojalá todas las prevaricaciones y desvíos de
fondos del PP fueran para programas culturales, teatros, cines, academias de
danza, simposios de poesía, gorgoritos de bel canto y programas de Dragó. Es
algo que le debemos al recientemente fallecido escritor fascista: jamás nadie,
que yo recuerde, consiguió que el PP derrochara tanta pasta pública con fines
culturales. Quitando a Cela, maestro de prosa, verso y mercadeos, en la Galicia
de Manuel Fraga.
En cuanto al tema
sexual y las menores, traté desde hace muchos años (aunque no mucho) a Dragó, y
siempre consideré esta una más de sus fantasmadas. Dragó hacía de la fantasmada
una forma de vida y de literatura. Solo hay que leer su primera novela,
Eldorado. Toda la persona, su simpática impostura, está resumida ahí. Para
Dragó era un oficio nunca decir la verdad. Y, quizá por eso, ha dejado un epitafio
tan triste.
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