miércoles, 12 de abril de 2023

EL TRISTE EPITAFIO DE DRAGÓ

 

EL TRISTE EPITAFIO DE DRAGÓ

ANÍBAL MALVAR

Fotografía de archivo (09/11/2016), del escritor Fernando

Sánchez Dragó. / EFE - Xoán Rey

Se mueren los escritores estrella del tardofranquismo y del primer felipismo. Con ellos nos pasó como con Felipe González y la transición: nos creíamos que venía una encantadora belle-époque de frescos políticos y abruptos intelectuales, y luego todos nos fueron decepcionando, cada uno a su manera. No eran más de lo mismo, pero tanto intelectual como políticamente traían más rosa que puño, y se acabaron aclimatando a la comodidad del viejo jardín, a inclinarse ante la monarquía y a babosear por premios principescos y mamonadas.

 

Camilo José Cela, Francisco Umbral, el recién fallecido Fernando Sánchez-Dragó, Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Gala y tantos otros se nos metían por las 625 líneas de la televisión y traían la cultura al pueblo. Cela decía en un programa que aspiraba diez litros de agua por el ano, Umbral se comía la manzana de Eva durante una entrevista, Dragó siempre venía de follar con alguien, Montalbán decía cosas comunistas y Antonio Gala era tremendamente maricón y a nadie le ofendía en aquella España sepia de tedio y plateresco. Eran justo lo contrario que José María Pemán, que nunca comía manzanas pecadoras ni tenía culo.

 

Cuando esta gente empezó a aparecer en la televisión pública, yo era una mezcla de niño y de adolescente, y estos personajes, y su cultura, me fascinaron. Decidí entonces hacerme escritor porque quería sorber hectolitros de agua por el culo como Cela, comer todas las manzanas del pecado madrileño como Umbral, llegar a los platós recién follado como Dragó, ser orgulloso comunista como Montalbán y tener el derecho a ser maricón si me da la gana como Antonio Gala. Lo de escribir un buen libro, para mi futura carrera de escritor, me parecía bastante secundario.

 

Escribo esto con nostalgia, porque no veo en nuestra tele pública actual presencias como aquellas, discutibles o no, pero que te incitaban a leer. Al final de su vida, Cela me dio una entrevista pidiendo el voto para Manuel Fraga; Umbral no hacía más que escribir columnas en El Mundo alabando a los reyes, a ver si lo metían en la real academia; Sánchez-Dragó dejó escrito en su epitafio que murió apoyando a un partido fascista... Vaya mierda de ídolos juveniles.

 

A Dragó se le ha echado mucho en cara lo que cobraba de la televisión madrileña de Esperanza Aguirre. Parece ser que Las noches blancas, un programa cultural de dos sillas y una mesa, le supuso al contribuyente un gasto de más de dos millones de euros. Pero estas corruptelas y mamandurrias son las que a mí me gustan, porque al menos traen cultura, coño. Ojalá todas las prevaricaciones y desvíos de fondos del PP fueran para programas culturales, teatros, cines, academias de danza, simposios de poesía, gorgoritos de bel canto y programas de Dragó. Es algo que le debemos al recientemente fallecido escritor fascista: jamás nadie, que yo recuerde, consiguió que el PP derrochara tanta pasta pública con fines culturales. Quitando a Cela, maestro de prosa, verso y mercadeos, en la Galicia de Manuel Fraga.

 

En cuanto al tema sexual y las menores, traté desde hace muchos años (aunque no mucho) a Dragó, y siempre consideré esta una más de sus fantasmadas. Dragó hacía de la fantasmada una forma de vida y de literatura. Solo hay que leer su primera novela, Eldorado. Toda la persona, su simpática impostura, está resumida ahí. Para Dragó era un oficio nunca decir la verdad. Y, quizá por eso, ha dejado un epitafio tan triste.

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