MÓRBIDOS OLVIDOS DE LA IZQUIERDA
JUAN
CARLOS MONEDERO
Decía Mao Tse Tung -vengo insistiendo en la cita- que cuando no hay claridad en la ideología no puede haber claridad en la organización. Durante la Transición, en España llamaba la atención que había cinco partidos maoístas cuando en China sólo había uno. También que muchos maoístas, radicales hasta en el cuello de las camisas, terminaron en los partidos socialistas como deriva natural de su oportunismo. Deben de andar todos jubilados.
La falta de
claridad ideológica en la izquierda, en concreto en el PSOE, deviene en una falta
de claridad organizativa. Como partido, esa debilidad ideológica se ha
verificado en sus deslizamientos hacia la corrupción o hacia los consejos de
administración (recientemente Antonio Miguel Carmona en Iberdrola), en la
empatía con las grandes empresas, en el bipartidismo que perpetúa los restos
del franquismo o en el abrazo a la monarquía borbónica que apaga históricamente
a la izquierda. Y también en las torpezas parlamentarias, donde a veces el PSOE
no sabe ni lo que vota. Fuera de España, se concreta en el abandono de los
compromisos internacionales y su sustitución por el seguidismo de los intereses
alemanes en Europa y los norteamericanos en el mundo.
La falta de
claridad ideológica en el PSOE deviene en una falta de claridad organizativa.
Cuando estás en el
Gobierno, esa falta de claridad enreda la gestión política y haces idioteces
como regalar RTVE a la derecha, mantener la ley mordaza, impulsar la moción de
censura de Murcia, el reconocimiento de Guaidó como Presidente de Venezuela, el
ardor guerrero en Ucrania o la entrega del Sahara a Marruecos. Decisiones todas
-todas- que perjudican a la izquierda, a España y a la inteligencia.
Durante la
Transición, y aunque parezca paradójico, la derecha mantuvo cierta
independencia respecto de los intereses norteamericanos. Adolfo Suárez hizo
amistad con Yasser Arafat y el pueblo palestino e incluso mantuvo sus
distancias con las exigencias norteamericanas. Los grandes entregados a los
intereses norteamericanos después del fin de la dictadura ha sido el Partido
Socialista. Si siguen tantos documentos clasificados en España es porque
seguramente podría demostrarse que el Rey Juan Carlos, una pieza de los
norteamericanos, obligó a Suárez a dimitir por exigencias de Washington, igual
que fue el responsable del abandono en su día del Sahara. El golpe del 23-F,
trasfondo de la dimisión de Felipe González, se organizó en la Casa Real y sólo
por la cobardía del PSOE se convirtió en un elemento de legitimidad del
monarca. Juan Carlos de Borbón va a estar en la historia de España a la altura
de Fernando VII. Y no hay exageración. Incluso bajo ambos reinados se
ejecutaron a españoles por cuestiones ideológicas al margen de la ley.
Solo la izquierda
puede hacer la política de la derecha. Si la traición al Sahara la hubiera
hecho el PP hubieran ardido las calles.
Decía Jesús Ibáñez
que solo la izquierda puede hacer la política de la derecha. Si la traición al
Sahara la hubiera hecho el PP hubieran ardido las calles. Y por eso el PP calló
cuando se tomó la decisión. Aunque ahora Feijóo aproveche para rejonear a Pedro
Sánchez con la ruptura de relaciones comerciales de Argelia con España. ¿Qué
hace Pedro Sánchez invitándoles constantemente a recrear alguna suerte de Gran
Coalición?
La única izquierda
con capacidad de gobernar en Europa desde la mayoría es la Francia Insumisa de
Mélenchon. Es la única que, demostrando claridad ideológica, se ha adaptado al
sentido común imperante cuando no tenía más remedio y ha llevado al pueblo
francés a la izquierda cada vez que ha sido posible. En el otro extremo están
los partidos socialistas. Y esa es la razón por la que han desaparecido de
prácticamente toda Europa. En España, el PSOE sobrevivió gracias a que se
podemizó. En Portugal, porque los rescataron el Partido Comunista Portugués y
el Bloco de Esquerda. Ambos partidos socialistas sueñan con matar a todo lo que
haya a su izquierda.
Cuando la crisis de
2008, el presidente de la reserva federal norteamericana, del Banco Central de
los Estados Unidos, Alan Greenspan, dijo que a veces está bien eso del
socialismo. Es decir, que a veces está bien que con dinero de todos se salven
las ganancias de unos pocos.
La única razón que
podrían argumentar los empresarios para justificar que no le paguen a sus
trabajadores el fruto íntegro de su trabajo -y que ellos, como mucho, se
pusieran un sueldo como dirección o como gestores o incluso por la iniciativa-,
es que ellos arriesgan. Pero es mentira. Desde al menos 1973, se rescatan
bancos y empresas, pero no a la gente. En verdad es una correlación de fuerzas:
cuando la gente puede amenazar y tumbar un gobierno, entonces sí le hacen caso.
Lo hemos visto con las vacunas. ¿Cómo respondió la izquierda socialdemócrata al
sentido común neoliberal? Con la Tercera Vía. Es decir, entregándose a la derecha.
Extrema derecha que
reparte carnets que te permiten comportarte como un hijo de satanás.
Salvoconducto que gente que está en el agujero acepta, a ver si así salen del
pozo.
De la crisis de
2008, de la pandemia y de la guerra en Ucrania, los ricos salen más ricos y los
pobres más pobres y más numerosos. Y además, el enfado se está canalizando para
dar apoyo a la extrema derecha. Que construye una idea de nación excluyente y
lanza mensajes fáciles pero mentirosos para calmar la inquietud o canalizar el
miedo. Que reparte carnets que te permiten comportarte como un hijo de satanás.
Salvoconducto que gente que está en el agujero acepta, a ver si así salen del
pozo. Y que, por supuesto, los ricos los cogen para ellos y para toda su
familia, incluidos primos y hermanos, y también los pequeños propietarios
asustados y las clases medias que se han olvidado que son clases medias gracias
al Estado social.
Decía John Kenneth
Galbraith, un economista demócrata de la norteamerica decente, que cada quince
años nos vuelven a colar un timo piramidal. Añado que cada veinticinco años,
nos vuelven a colar a algún fascista vestido de demócrata. La guerra cultural
de la derecha tiene como uno de sus efectos oxidar las herramientas de la izquierda
para construir hegemonía. Ese ha sido el logro de Mélenchon: la claridad
ideológica y la flexibilidad táctica.
La única medicina
contra el vaciamiento de la democracia es atreverse. Hacer una lista de las
cosas que son imposibles, un cuaderno de las quejas olvidadas por
"irreales", reconstruirlas como posibles y deseables y ponerlas en la
agenda.
La única medicina
son gestos liberadores. La izquierda nació para cambiar el mundo hacia mejor,
no para gestionar las migajas que permita el poder. La libertad no se puede
medir por el tamaño de la cadena. La izquierda nació para romper las cadenas.
La derecha construye países como ese salón de la abuela tapado con sábanas que
nunca se usaba. Fantasmas contra el bienestar. Miedo y más miedo. El modelo neoliberal
está moribundo y con él el control mundial norteamericano. La mercantilización
del mundo ya no ayuda a la reproducción social en ningún país y la amenaza
medioambiental es incompatible con el sueño tecnológico de los que están
dispuestos a deforestar la Amazonía porque tienen asiento en el vuelo a Marte.
Es tiempo de
reconocer los miedos del poder y administrárselos. ¿Que tienen miedo al
feminismo? Más feminismo. ¿Que tienen miedo a las empresas públicas? Más
empresas públicas.
La izquierda debe acabar
con el bipartidismo conservador, donde apenas alcanza a tenirse de progresista
porque el que completa el par, la "derecha popular", flirtea con el fascismo. Es tiempo de romper
los certificados del miedo en la plaza pública y hacerle ver a los poderosos
que ya no tienes miedo. El precio de no hacerlo es entregarle a la extrema
derecha el monopolio del desencanto.
Es tiempo de
reconocer los miedos del poder y administrárselos. ¿Que tienen miedo al
feminismo? Más feminismo. ¿Que tienen miedo a las empresas públicas? Más
empresas públicas. ¿Que tienen miedo al pueblo consciente? Más consciencia.
¿Que tienen miedo al derecho a decidir sobre cada rincón de la vida? Más
república. ¿Que tienen miedo al pueblo en las calles? Más huelgas y más
manifestaciones. ¿Que tienen miedo a que recordemos quiénes son y lo que cada
vez que han podido nos han hecho? Más memoria. Y además, sin perder la alegría.
Decirle a los que están incubando la tristeza y la desolación que por todo eso,
para poder continuar, aún tenemos memoria de la última vez que nos la jugaron.
Y que el olvido y el perdón lo gestionamos nosotros, no los mayordomos del
pensamiento ni los capataces de las desigualdades.
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