RICOS DE ‘FORBES’, POBRES DE EUROSTAT
POR PILAR VELASCO
No sé qué cifra impresiona más, si los ricos de la lista de Forbes haciéndose un 17% más ricos en 2020 o que un 27% de españoles continúe en riesgo de pobreza y exclusión. Un 27% significa ir por la calle y que una de cada cuatro personas con las que te cruzas no llegue a fin de mes. Eso sin entrar en detalle de en qué se traduce no llegar. Un dato te dice que la economía especulativa va en cohete, el otro que la economía real camina a pie entre pedregales. Unos salen disparados hacia la pospandemia, otros se hunden en ella. Bajo la capa de ruido informativo, ese golpe de gong que a veces lo cubre todo, cuesta materializar cómo cada millonario ha ganado 556.000 euros al día y cuesta dimensionar y poner cara, nombre, historia a las cientos de miles de familias que nos rodean y van con el agua al cuello.
De los 100 ricos,
85 lo son más que hace un año versus el riesgo de pobreza ha crecido 9 puntos.
Ni rastro de meritocracia. No hay trabajo duro de unos y dejadez de otros, el
sistema económico cronifica dos patrones por los que las rentas especulativas
crecen y los trabajadores sufren cuando las cosas se ponen feas. La lista
Forbes es tan implacable como los datos de pobreza de Eurostat, la Red Europea
de Lucha contra la Exclusión o los estudios sociales de Caixabank. Ambas
revelan dos tendencias demoledoras, la desconexión entre la riqueza de unos y la
pobreza de otros. Dos realidades bajo titulares distintos como si no se
cruzaran en el mismo país.
La tendencia está
estudiadísima, de Thomas Piketty o Emmanuel Saez a Gabriel Zucman. La economía
financiera y especulativa crece más que los salarios. Y como apunta la
escritora estadounidense Nomi Prints en The Nation, el fenómeno de riqueza y
poder tiene componentes de Newton y de Darwin. Según la ley del movimiento,
quienes están en el poder permanecerán ahí a menos que una fuerza externa actúe
sobre ellos. Los ricos sólo serán más ricos mientras nada desvíe su curso
actual. En cuanto a Darwin, en el mundo financiero, aquellos con riqueza o
poder harán lo que más les convenga para proteger esa riqueza, incluso si no
beneficia a nadie más. Conclusión: la riqueza aumenta, la pobreza se cronifica
y el Estado es casi la única palanca que puede sacarte del hoyo.
La famosa lista de
millonarios españoles se pone como ejemplo de empresarios que generan puestos
de trabajo. Amancio Ortega ha ganado 10.000 millones más, su hija ha visto
aumentar su fortuna en un 12,6%, pero ni han vendido más ropa durante la
pandemia ni han contratado a más personal. Más bien los negocios inmobiliarios
han ido bien y sacar parte de la fiscalidad fuera de España ayuda (infoLibre ha
dado buena cuenta de ello). La lista también vende como una novedad a celebrar
2.300 millones de recién estrenadas fortunas en renovables. Son de la
empresaria Liliana Goda, de Naturgy, Jose María Domínguez, vicepresidente de
Solarpack, Dolores Larrañaga, de Solaria, o José Moreno, accionista mayoritario
de Soltec. Para los ecologistas, no hay en estas fortunas ni transición verde
ni planificación ecológica. Hay pelotazos solares en el momento adecuado. Las
constructoras se subieron a la ola del boom inmobiliario y ahora las renovables
hacen su agosto al margen de la conservación de la diversidad y el desarrollo
sostenible.
En este escenario,
la batería de leyes que está impulsando la coalición de Gobierno –con sus
carencias– está concebida para intentar hacer clic entre la riqueza y el
trabajo, para ser una red más que una telaraña. La ley de vivienda, la reforma
laboral, el salario mínimo interprofesional, la reforma fiscal con el 15% de
impuesto de sociedades, etc. Esas normas que Pablo Casado ha calificado en el
debate de presupuestos de keynesianismo peronista (sobre el papel le debió
sonar bien) y a las que Bruselas ha dado el visto bueno.
Pero por más escudo
de protección social que ponga el Estado sabemos que las crisis ensanchan las
diferencias. Incluso antes de la recesión de 2008, con cada crack financiero,
los ricos han multiplicado su fortuna mientras crece la población vulnerable.
Porque el “de desigualdad no muere nadie” –que dijo Ayuso– es precisamente de
lo que muere muchísima gente.
Esta semana ha
comenzado la cumbre del clima COP26, que ha sucedido en el tiempo a la reunión
del G20 con ese llamado a “la última esperanza”. En ambas, mandatarios y
activistas intentan dibujar un escenario contrario a lo que hasta hace nada
llamábamos progreso: menos contaminación y más impuestos a los ricos. El sector
financiero seguirá celebrando las listas de Forbes, pero las políticas y la
apuesta global al menos de occidente, con todas sus resistencias, va a
contracorriente de celebrar la especulación como motor de éxito. Así que la
próxima vez que Forbes saque la lista de los más ricos, pongámosla junto a las
estadísticas de pobreza de Eurostat, para entender mejor en qué punto estamos.
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