viernes, 16 de diciembre de 2011

"LA ERA DE LA MENTIRA"

"LA ERA DE LA MENTIRA"

Eduardo Sanguinetti, filósofo

Vivimos hace un considerable tiempo en un estado de mentira, compuesto de fragmentos absolutistas. La importancia de la mentira, cual paleo-mito escindido, radica en los perjuicios que ocasiona en la comunidad toda, sin ellos no importaría la contundencia, en el accionar de la mentira. El espacio de la política es el de la mentira sin lugar a dudas, las mentiras de la política ya no dejan de tener contenidos inocultables que provocan una instancia paradójica en secretos develados, que todo ciudadano avezado no deja de conocer y deplorar, deviniendo en estos una sensación de impotencia e indignación producidos por la violencia diferida del vector al que apunta la mentira: la necesidad de un sentido que no existe.

En La Era de la Mentira, dentro de la cual el Intelectual debería tener un rol esencial, en su tarea irrenunciable de instalar la Verdad en la “Sociedad de la Mentira” , me resulta paradógicamente muy difícil definir a este mismo “intelectual”, con sentido de ser, portador de ideas y conductas a seguir por una población que se debate en estado de inseguridad material y espiritual, huérfanos de un “tiempo sin tiempo”, donde el poder simulado en democracias “de la diferencia”, abandonan a su suerte y a las consecuencias atroces de vivir sin justicia y bajo la mirada infame y farsesca de los medios de comunicación y el imperio de las redes sociales tejidas por esta población perdida en el imperio de Twitter y Facebook, con un futuro calculado de llegar a ser esclavos de un materialismo ilusorio, en un mundo donde el Capitalismo impuso su criterio, en la gran mentira de la izquierda progresista y la derecha liberal.

Creo que el método del intelectual relativizador del accionar criminal del poder, consiste también en calcular una justa irrupción de la verdad : “debe decir lo que se cree que no debe decirse”. Hoy, cuando me refiero a la figura del intelectual hablo de aquellos que, más allá de toda profesión, ejercen un discurso público y opinan sobre los grandes temas de un mundo que se debate entre la mentira y el poder de quienes la imponen e instalan. Tengo un gran respeto por los intelectuales, que a pesar de amenazas y peligros se pronuncian sobre los temas que esclavizan a la comunidad.

Nuevas circunstancias necesitan nuevas costumbres, nuevos modelos y la responsabilidad llama de modos diferentes. La responsabilidad de un intelectual debe llevarlo más allá del lugar en que lo coloca su condición de profesional- experto, pero a la vez creo que los intelectuales deben ser profesionales-expertos. Creo en la necesidad de la competencia especializada para el intelectual responsable, quien debe hacer todo lo posible para justificar sus discursos, a través de un conocimiento específico. La contradicción que habita la responsabilidad del intelectual surge de la necesidad de que sea alguien con una formación especializada, y a la vez alguien cuyo discurso exceda la especialización. Un intelectual que se manifiesta, sólo como profesional-experto, no puede hacer otra cosa que desplegar en el estado de las cosas propuestas técnicas que no implican decisiones ni tomas de posición. Un intelectual-experto puede explicar las condiciones en las que actuamos, pero no decir como actuar. La responsabilidad no pertenece al orden del saber competente depende de la asimilación entre el conocimiento y la acción, entre el juicio teórico que analiza y la norma política y ética que funda las tomas de decisiones y de posición, indispensables para enfrentar a la Sociedad de La Mentira.

En mi ensayo: “El Pedestal Vacío”, en lo que amplío mi certezas acerca de la mentira, convoco a la vez los fantasmas, a los que se refirieron tantos notables intelectuales destructores de las evidencias simuladas que instaló el poder a lo largo de la historia, que hoy reaparecen por todas partes a modo de mentiras de ninguna verdad. El desarrollo de las tecnologías y las telecomunicaciones provoca la apertura a un espacio de una realidad fantasmal. No tengo dudas que la tecnología de punta, en lugar de alejar fantasmas, abren el campo a una experiencia en la que la imagen no es ni visible ni invisible, ni perceptible ni imperceptible, simple y trágicamente un recuerdo escindido.

No dejo de insistir en el affaire de los medios y de la transformación del espacio público a través del universo de las corporaciones económicas de los medios de comunicación y de la web, conformadas por máquinas de producción de fantasmas. No hay sociedad que se pueda comprender hoy sin entender esa condición fantasmagórica de los medios y su relación con los muertos, las víctimas, los desaparecidos que forman parte del imaginario social. El demonismo convierte a esta suerte de nihilismo y escepticismo en fe, y puede definirse como la mentira de ninguna verdad convertida en la verdad de ninguna mentira.

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