QATAR Y EL DILEMA DEL YONKI DEL FÚTBOL
Rendido
ante la falta de voluntad y entregado a esa afición por la pelota que me hará
ver todos los partidos que pueda, no me queda otra que buscarme la vida para
disminuir los niveles de remordimiento
GERARDO TECÉ
Mundial de Qatar, Derechos de la Mujer, Derechos LGTBIQ
No quiero ser hipócrita. Veré el Mundial de Qatar. Me gusta demasiado el fútbol y tengo poca fuerza de voluntad para perderme un evento que cada cuatro años disfruto como el niño pequeño que se encontró por televisión con su primera Copa del Mundo en Italia. Lo veré con sensación de culpa, eso sí. A estas alturas no hay que explicar por qué. Todo el mundo sabe ya que el fútbol está tan podrido como el país que albergará su fiesta mayor. Rendido ante la falta de voluntad y entregado a esa afición por la pelota que me hará ver todos los partidos que pueda, no me queda otra que buscarme la vida para disminuir niveles de remordimiento. Intentaré que nadie, en ese negocio podrido, sea capaz de seguir el rastro del dinero uniendo con una flechita el ataque a los derechos humanos que se cometen en esa zona del mundo con el sofá de mi casa.
Ya estoy en ello.
He empezado por lo más básico. La fuente de la que bebe la afición a ese
negocio podrido es la tele. Cuando era pequeño el mundial era un evento abierto
que se retransmitía por la tele pública. Más adelante cayó en manos de las
televisiones privadas. Primero las que lo daban en abierto y, más adelante, las
que lo daban previo pago. Yo, por supuesto, cagándome en el negocio, pagué
religiosamente por ver esos mundiales anteriores. Este año he decidido que no
pagaré. No al menos por la vía oficial. Un amigo me ha pasado el contacto de un
tipo al que llamaremos Patapalo. Patapalo es pirata y me asegura por WhatsApp
que, previo pago por Bizum, me mandará unos enlaces con los que tendré que
instalar no sé qué programa pirata en la tele y me colaré en el mundial de la
vergüenza por la puerta de atrás, con gorra y gafas de sol. Es decir, sin pasar
por la caja oficial. Piratear a los grandes piratas es lo menos que se puede
hacer. Mi dinero no irá a las televisiones que forman parte de este asqueroso
negocio del que soy rehén por amor a la pelota, sino a Patapalo, al que, a
juzgar por los audios en plan tutorial que me mandó la otra noche, le gusta el
alcohol. Sustancia prohibida en el país del fascismo jeque, lo cual me pareció
una forma bonita de confirmar que había optado por la vía correcta.
En un mundo cuya
decadencia alimentamos quienes lo habitamos aun siendo conscientes de ello,
deberían existir vías señalizadas para escapar de la culpa. Tómese usted una
Coca-Cola, claro que sí, dele un euro más a la empresa más contaminante del
planeta. Pero antes gástese otro euro en mandar a su sede una carta amenazante
escrita con recortes de periódico. Vístase de Zara si no le queda más remedio
dada su economía, pero antes pásese por una tienda y haga una buena pintada en
el escaparate recordando que Amancio explota a niños en Asia. Es fácil decirlo,
pero no tanto hacerlo. Además de tener poca fuerza de voluntad, muchos somos
cobardes, no nos apetece meternos en líos. Deberían existir oenegés a la
inversa. Es decir, organizaciones que no usen el dinero de quienes las
financiamos para buenas acciones con quienes más lo necesitan, sino para joder
a quienes provocan el desastre. Si paga usted 50 euros al año, un cóctel
molotov será lanzado contra el palacio del Emir de Qatar de su parte. Toma cien
y házmelo XL. Si paga usted la tarifa Zara, tendremos para un bote de pintura. ¿Quiere
tomarse una puñetera Coca-Cola a gusto? Hágase socio y contribuirá a que
llenemos de dióxido de carbono mediante unos tubos subterráneos las mansiones
de los ejecutivos de tan popular empresa. Por soñar que no quede. Tápense la
nariz, que rueda el balón.
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