MUNDIALES, INVASIONES Y DESIGUALDAD
Puede que la
televisión nos muestre la magia del fútbol, pero no podemos ignorar lo que ha
supuesto que una competición como esta pueda llevarse a cabo en ese ejemplo de
geografía de la desigualdad que supone la Península Arábiga.
JOSÉ MANSILLA
En su libro, Llega el monstruo: COVID19, gripe aviar y las plagas del capitalismo el recientemente fallecido sociólogo norteamericano Mike Davis advertía de la existente relación entre la aparición de una pandemia de alcance mundial y el modelo productivo de la globalización. La visión de Davis partía de su formación como académico marxista: la vocación del capitalismo es totalizadora, ningún aspecto o esfera de la sociedad puede quedar exento de su alcance. Así pues, factores aparentemente ajenos como la tala de bosques, la extensión de la ganadería intensiva a nivel planetario, el crecimiento de las periferias marginales a las afueras de las grandes ciudades, el empleo informal o el diseño del entramado público-privado que se encuentra tras la industria farmacéutica serían elementos de central interés a la hora de realizar una aproximación completa a un fenómeno como el de la pandemia del coronavirus.
Pero esta no es
solo una relación ex-ante, es decir, de los factores que juegan a favor de la
generación de un evento de estas características, sino que su efecto se siente
sobremanera con posterioridad. Así, en las primeras páginas de La pandemia de
la desigualdad: Una antropología desde el confinamiento ya señalaba cómo las medidas
de control puestas en marcha por los distintos gobiernos a nivel mundial habían
alterado la vida de las personas, familias y comunidades de forma muy
diferente. No fue lo mismo tener una amplia casa en una zona rural, con patio o
terraza, que compartir piso en el extrarradio de una gran ciudad; no afectó
igualmente a la migración con estatus irregular y trabajos precarios a jornal,
que a las clases medias y medias-altas que pudieron teletrabajar; no se
aplaudió con la misma intensidad a enfermeras y médicos, que a dependientas y
empleadas de supermercados o tiendas de comestibles, etc. Como si un gran
autobús hubiera realizado un frenazo en seco, cogiendo a unos viajeros sujetos
a la barra o cómodamente sentados y a otros simplemente en pie esperando su
parada, la pandemia supuso la detención instantánea de la vida de muchas
personas: unas pudieron seguir trayecto, otras cayeron bruscamente al
suelo.
La pandemia supuso
la detención instantánea de la vida de muchas personas: unas pudieron seguir
trayecto, otras cayeron bruscamente al suelo
Pues bien, esto no
es nuevo, de hecho, es constante, aunque no nos encontremos directamente
inmersos en los efectos de un virus asiático. La celebración de un mega evento
deportivo, como el Mundial de Fútbol de Catar, ha evidenciado la situación en
la que miles, cientos de miles, de personas viven en países como los enclavados
en el Golfo Pérsico. La muerte de trabajadores migrantes en situación de
semi-esclavitud, la represión contra la diversidad sexual, la falta total de
derechos de las mujeres, el control sobre las expresiones políticas y sociales
de disidencia en el espacio público, etc., son un indicio de la lotería que
supone nacer en un país como Catar. Puede que la televisión nos muestre la
magia del fútbol, pero no podemos ignorar lo que ha supuesto que una
competición como esta pueda llevarse a cabo en ese ejemplo de geografía de la
desigualdad que supone la Península Arábiga.
Por otro lado, la
invasión por parte de Rusia de territorio ucraniano y las posteriores secuelas
debidas tanto a las alteraciones producidas por tal envite como por las medidas
adoptadas por Gobiernos e instituciones, como el Banco Central Europeo (BCE),
han vuelto a generar un parón en seco de la vida de muchas personas. Pese a las
disposiciones tomadas por gobiernos de todo el mundo, en nuestro caso el famoso
escudo social, los precios de los combustibles han alcanzado cotas nunca
conocidas, algo de vital importancia para esa parte de la población que depende
de su automóvil para los desplazamientos diarios más allá de la utopía de la
ciudad de los 15 minutos; la factura del gas y la electricidad se ha elevado,
también, considerablemente de forma que, a la espera de un invierno ciertamente
benévolo debido al cambio climático, muchas familias ya sufren las
consecuencias de las abultadas facturas vinculadas a la energía; las hipotecas
de muchos hogares, aquellas hace poco constituidas, pero también, y sobre todo,
las que escaparon de la Crisis del Ladrillo de 2007-2008, se han visto incrementadas
debido a las medidas tomadas por el BCE como forma de luchar contra la
inflación, por no hablar de las inquilinas a las que les tocaba renovar su
contrato de alquiler y que, pese a las regulaciones dispuestas, han sido
testigo de las triquiñuelas usadas por propietarios y caseros para llevar a
cabo subidas más allá de lo regulado, etc. Todo esto también supone una
pandemia, aunque no vírica, sino ocasionada por la imperante desigualdad que
impera a consecuencia de un modelo social y productivo que se sustenta en ella
para su funcionamiento.
El antropólogo
David Graeber señalaba que “durante mucho tiempo pareció haber un consenso
general de que ya no podíamos formularnos grandes preguntas. Cada vez más,
parece que no tenemos otra opción”
En el último
capítulo de La pandemia de la desigualdad hacía una referencia a ese sesgo que
nos acompañó durante aquellos meses. El que parecía predecir un futuro de amor
y concordia basado en el rechazo a las penurias del confinamiento y las
restricciones sociales. Entonces, como ahora, no se trata de mantener la
ilusión de una vida mejor cuando el Mundial acabe, la guerra entre Rusia y
Ucrania llegue a una tregua, cuando las instituciones comiencen a dar pasos
atrás en la lucha contra la inflación, o cuando las empresas energéticas,
alimentarias y entidades bancarias tengan a bien comenzar a estipular rebajar
en sus beneficios para no acabar con sus presentes y futuros clientes, sino de
estar preparados y organizados para eso sea así cuantos antes.
El también fallecido
antropólogo David Graeber en su libro En deuda: Una historia alternativa de la
economía señalaba que “durante mucho tiempo pareció haber un consenso general
de que ya no podíamos formularnos grandes preguntas. Cada vez más, parece que
no tenemos otra opción”. De esta manera, quizás sea una oportunidad, seguro que
no la última, de plantearnos, finalmente, cómo acabar de una vez por todas con
la pandemia de la desigualdad.
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