CUERPO DE AUSENCIAS, Carmen
Paloma
Los zapatos nuevos / De mi hermana quedaron sin estrenar/ Eran los zapatos para una niña muerta…/ Desde entonces –sin saberlo- / Me acompaña la más terrible soledad
Al leer estos versos de Carmen Paloma me he sentido embargada por la belleza de los recuerdos, de la memoria como fuente de sentimiento que regresa y desprende soledad. Por esa soledad que la mayoría de nosotros consideramos el mayor enemigo de los seres humano, y para evitar ese horror lo silenciamos, lo eliminamos como algo desagradable y absurdo.
Pero
la poeta ni lo silencia, ni lo oculta, por el contrario ha querido dar voz a
una mujer y para ello derrumba sus muros
interiores, el corazón árido. Se separa del resto del mundo, entra en su cuerpo
y plasma e interioriza la soledad y la impotencia desde esta metáfora que
titula Cuerpo de Ausencias. Un poemario donde afloran poemas de argumentos
personales y originales en cuanto a ritmo, musicalidad y profundidad.
Estoy tan sola / que puedo olfatear
la noche/ Pulsar/ sus erizadas y azules crestas / Desplomarme en su infinidad/ Los goznes del portón callan/ Los grillos han enmudecido / Y –la nausea-
nuevamente /Al abrir los ojos cada mañana.
Frente
al intimismo de un yo que se desvela en confidencias en los poemas iníciales,
dando paso a la nostalgia, a una vida de errancias repleta de maletas que van y
vienen.
Mi infancia
/ Era esa caja de metal debajo de la cama familiar / Allí donde dormía mi única
muñeca mi tesoro/ También hogar de inmundas cucarachas./ La
pobreza de la post guerra /Granizo de los huesos/ Mis piernecitas como hilos y
cuatro aceitunas de cena / La Escualidez…
Podría
decirse que Carmen Paloma es una poeta de la experiencia por lo que se aleja
del confesionalismo romántico para aproximarse al supuesto, a esa poesía que
podríamos encuadrar en la poesía de la vida, por cuanto es un muestrario de
situaciones asumidas, soñadas, exploradas o ficcionadas. Nos presenta un
personaje que padece episodios de carga a su malherido cuerpo, hecho añicos,
roturas, heridas internas, cicatrices avaladas por la poeta, ordenando y
desordenando la palabra en constante búsqueda, con la consciencia de quien lo
escribe ha de padecer nuevas soledades.
La
casa permanece oscura, es la casa que te envuelve como si hurgara en tus
entrañas. Sombra entre las sombras, solo queda asumir lo deshabitado, el vacío.
La imagen de todo lo que es oscuro en nuestro interior. El crucifijo de la
adolescencia. La memoria que se desangra. Y nadie desea mirarse al espejo que
nos devuelve nostalgia, infelicidad, laceraciones de viejas heridas. Sueños
coagulados. La herida de nacer y su propio grito. Las palabras mutiladas.
A
veces/ hubiera querido que me abortaran
la cabeza / -solo la cabeza - / y dejaran vivo mi cuerpo -solo el cuerpo
Un
escritor es la consecuencia de muchas voces, de muchas almas, dice León
Barreto. Y en Carmen Paloma se escuchan cuando nos habla de vértigos y de simas,
de la fugacidad del tiempo y del abandono de los dioses, de los precipicios y
el cansancio, de las almas obstinadas y del combate mortal de las palabras, de
los hechizos sensuales, de los corazones que dejan de latir.
Natural de Madrid, ha vivido en
Andalucia y otras ciudades españolas. Residió en La Habana durante catorce años
Y fue tan decisiva esa estancia en la isla que desde hace unos años prepara un
libro titulado Cuentos de La Habana, una recopilación en forma de experiencias
personales vividas durante su estancia en Cuba.
Por
aquí desfilan los clásicos, desde César Vallejo a Virginia Woolf, Alejandra
Pizarnik, Emily Dickinson, Rimbaud, Quevedo, Heráclito de Éfeso o Ida Vitale.
Los tránsitos de la vida, que a veces hay que sorber deprisa, y en otras
ocasiones se transforman en etapas de sigilos y olvidos. Y de preguntas como
las que nos hace Murakami:
-
¿Quién diablos puede distinguir el mar de
lo que se refleja? ¿Puedes tú distinguir entre la lluvia que cae y la soledad?
Solo o puede decir que en Cuerpo de
Ausencias hay Literatura.
Un escritor es la consecuencia de muchas voces, de muchas almas.
Por eso cabe deducir que Carmen Paloma Martínez es una lectora voraz que vive
en su conflicto, dormita con él, no puede desprenderse de él. Por eso habla de
vértigos y de simas, de la fugacidad del tiempo y del abandono de los dioses,
de los precipicios, las divergencias, el cansancio, la zozobra, el abandono, la
ceniza, la idea del suicidio, todos los combates con las palabras para al final
ser capaz de ponerse en pie.
Natural de Madrid, ha vivido en
Andalucia y otras ciudades españolas. Residió en La Habana durante catorce años
Y fue tan decisiva esa estancia en la isla que desde hace unos años prepara un
libro titulado Cuentos de La Habana, una recopilación en forma de experiencias
personales vividas durante su estancia en Cuba.
Uno
pueda presentar apariencia de sencillez lingüística, el conjunto no es fácil ni
superficial
Dice María Teresa de la Vega que la
poeta No es ajena la memoria a este movimiento, pues es la base de nuestra
identidad, la base desde donde la poeta lanza su grito, su elocuente
enumeración de infortunios. El poder de su memoria es totalitario, la desgasta,
la consume. La agota, ya que, después de cada caída, se reanima y se
empeña en sobrevivir.
La
forma de expresara el dolor, los sentimientos, la angustia, el grito, la rabia,
la fatiga.
UERPO DE AUSENCIAS
onde presta la voz con inteligencia a las escritoras
Hay una mujer que sufre cien formas de angustia y soledad, y
además tiene toda una vida de errancias, repleta de maletas que van y vienen.
Podría decirse que Carmen Palomo es una poeta de la experiencia, lo que hace es
acumular escenas de soledad y de impotencia. Considera que ha padecido
demasiados episodios de agresión a su malherido cuerpo, hecho añicos. Su
libro Cuerpo de ausencias, en la editorial Escritura entre las nubes, que
dirige Elena Morales, constituye una declaración de principios.
Gradualmente,
pero sin pausa, va cayendo en la indigencia, la soledad y una suerte de
tranquila locura de matices dostoievkianos, donde su vida se reduce a explorar
los gozosos infiernos del despojamiento absoluto.
Hay una mujer que sufre cien
formas de angustias y de la impecable luz de la soledad, de esa soledad
paralizante, opresora, terrible, y además tiene toda una vida de errancias,
repleta de maletas que van y vienen.
Podría decirse que Carmen Paloma
es una poeta de la experiencia, lo que hace es acumular escenas de soledad y de
impotencia. Considera que ha padecido demasiados episodios de agresión a su
malherido cuerpo, hecho añicos. Su libro Cuerpo de ausencias, en la
editorial Escritura entre las nubes, que dirige Elena Morales, constituye una
declaración de principios.
Un tipo de poesía que podríamos
encuadrar en la poesía de la vida, por cuanto es un muestrario de situaciones
asumidas, soñadas, exploradas o ficcionadas, en las cuales la mujer habla de
sus discriminaciones, de sus roturas, de sus heridas internas, de sus
cicatrices. Una obra en pie, una escritura que viene a actuar como terapia
sanadora.
La casa permanece oscura, la
casa que te envuelve como si hurgara en tus entrañas. Sombra entre las sombras,
solo queda asumir lo deshabitado, el vacío. De este modo, la memoria se
desangra y nadie desea mirarse al espejo puesto que devuelve nostalgia,
infelicidad, laceraciones de viejas heridas, la herida de nacer y su propio
grito, las palabras mutiladas.
Por aquí desfilan los clásicos,
desde César Vallejo a Virginia Woolf, Alejandra Pizarnik, Emily Dickinson,
Rimbaud, Quevedo, Heráclito de Efeso o Ida Vitale. Los tránsitos de la vida,
que a veces hay que sorber deprisa, y en otras ocasiones se transforman en
etapas de sigilos y olvidos.
Un escritor es la consecuencia
de muchas voces, de muchas almas. Por eso cabe deducir que Carmen Paloma
Martínez es una lectora voraz que vive en su conflicto, dormita con él, no
puede desprenderse de él. Por eso habla de vértigos y de simas, de la fugacidad
del tiempo y del abandono de los dioses, de los precipicios, las divergencias,
el cansancio, la zozobra, el abandono, la ceniza, la idea del suicidio, todos
los combates con las palabras para al final ser capaz de ponerse en pie.
¿Por qué esos X años de su
estancia en las islas fueron tan decisivos?
Un libro escrito como un grito
o acaso como una actividad catártica, una terapia vital. Dice María Teresa de la Vega que la poeta no es
ajena la memoria a este movimiento, pues es la base de nuestra identidad, la
base desde donde la poeta lanza su grito, su elocuente enumeración de
infortunios.
La soledad se revela como un concepto clave en
el pensamientode Carmen Paloma. De forma recurrente aparecerá a lo largo de
toda su poemario Ojo
Por normal
general, es la soledad cómplice de ese yo contemplativo, que empuja al hombre
hacia la esencia de su ser, hacia la búsqueda de la eternidad y de la paz. Y
solo a través de ella llegará el poeta al verdadero diálogo consigo mismo :No
hay más diálogo verdadero que el diálogo que entablas contigo mismo, y este
diálogo sólo puedes entablarlo
estando a solas.
En la soledad,
y sólo en
la soledad, puedes conocerte a ti mismo como prójimo; y
mientras no te conozcas a ti mismo como a prójimo, no podrás
llegar a ver
en tus prójimos
otros yos. Si
quieres aprender a
amar a los
otros, recójete [sic] en ti mismo.3Sin
embargo, cuando esa
soledad se percibe
como absoluta, se
convierte en angustia vital para
el hombre, que solo siente su vacío, la nada. De esta forma, lo expresa el poeta
en el primer
poema que titulará
“Soledad”, incluido en
su segundo poemario, Rosario de sonetos líricos, y
fechado en Salamanca el 24 de octubre de 1910.¡Pobre alma triste que caminas
solaperdida del desierto en las arenas,llevando a cuestas solitarias
penasoscuras, que no brillan con la aureoladel martirio! El simún ola tras
olade la vida te rompe las cadenas BLANCO AGUINAGA, C., El Unamuno
contemplativo, Barcelona, Editorial Laia, 1975, p. 36.2 UNAMUNO, M. de,
“Soledad”, en Obras Completas, VIII. Ensayos, Madrid, Biblioteca Castro, 2007,
p. 780.3OGIGIA 18 (2015), 95-108
ISSN: 1887-3731
ara este
último su vida
desemboca en una
dolorosa conciencia de
la temporalidad, y de
la angustia que
le produce esta
confrontación con la
nada surge la lucha a través de la or fin las ideas se callan y aquietan,
los cuidados se borran, como que se desvanece el contacto del
cuerpo con la
tierra, y el
peso de aquel
se disipa, el
espectador se olvida
y arranca de sí mismo, se pierde y se enajena en el espectáculo, la
comunión íntima entre el mundo de fuera y el escondido en el lecho del alma,
que se despierta entonces, llega a la fusión de ambos, el inmenso panorama y
nosotros somos uno y el mismo, y en el silencio solemne, en
el aroma libre,
en la luz
difusa y rica,
extinguido todo deseo
y cantando la canción silenciosa del alma del mundo,
gozamos de la paz viva y verdadera, de una como vida de la muerte [13]. 17La
naturaleza actúa de mediadora entre el mundo externo y el interior. Gracias a
la abstracción que le
provoca la contemplación
del paisaje, el yo
se arranca de
sí mismo, para entrar
en comunión íntima
con el alma.
En este momento
de arrebato místico,
esta despierta de su letargo y se produce la fusión de ambos. En medio
de un silencio que es “solemne” y rodeados de una “luz difusa y rica”, el yo
llega al conocimiento de la “canción silenciosa” del
alma, ya no
suya, sino del
mundo entero. El
entrar en contacto
con esta revelación, permite al
yo gozar de la “paz viva y verdadera”, de una “vida de la muerte”. Sin duda,
encontramos grandes semejanzas entre este artículo de 1893 y los versos del
poema inédito “Soledad”.
También aquí, la
visión contemplativa del
paisaje nocturno permite al yo
lírico emprender el
camino hacia el
interior, hacia la
profundidad de su ser
más íntimo. Los elementos de la naturaleza expresan ese estado de quietud,
propiciador de la comunicación
con su mundo
interior. Así encontramos que
la “luna” con
su “luz de plata”
y “las estrellas”
con su “mirada
pura” crean unidad
e infinitud; idea
esta que se Ibídem, p. 11 y 13.17OGIGIA 18 (2015),
95-108
ISSN: 1887-3731
que busca dar sentido a su existencia
Poesía interesante.
https://www.tesisenred.net/bitstream/handle/10803/288205/tdjm1de1.pdf?sequence=1&isAllowed=y
.Es e l r e
s u l t a d o ( l a c u l m i n a c i ô n ) no s o l o de un es f u e r z o c r
e a d o r , s i n o tajn b i e n de l a e x p e r i e n c i a Humana d e l a u
t o r . En a doble pertenencia al tiempo presente y al antiguo integran una voz
poética que explicita sus deseos de recreación del paraíso, porque sólo a
partir de un nuevo diseño del edén primitivo se podrán establecer reglas
renovadas para el amor y el erotismo. La fusión del mar y del deseo se
vinculará en otras ocasiones a aspectos concretos de un pasado remoto y
clásico: me refiero al mito y sus personajes, otra de la fuentes esenciales de su
inspiración. En varios textos en prosa reunidos en Carpe Mare (199
Me encuentro solo a solas cuando realmente no tengo ante mí, conmigo, a nadie:
a altas horas de la noche en el cuarto de trabajo, frente al mar en una costa
desierta, por el sendero oculto de algún bosque.
Solitario entre los otros puedo sentirme frente a un
horizonte poblado por ellos, por los hombres: así cuando camino por una calle
entre viandantes desconocidos, cuando permanezco en incógnito frente a mis
compañeros de viaje o cuando en un teatro observo desde mi butaca a los
espectadores durante un entreacto.
Acompañado por una pluralidad humana y como partícipe
activo en ella, puedo hallarme, sin embargo, solo. Por ejemplo, cuando
ensimismado en alguna preocupación únicamente mía asisto a una reunión y hablo,
río y escucho por la superficie de mi ausencia.
Solo con el otro, en fin, me encuentro cuando -en el
amor, en la amistad- vislumbro de pronto, a veces, tras el resplandor de la
pasión o entre la suave luz de la confianza el punto negro, el islote trágico
donde aún estoy.
Estas cuatro posibles circunstancias de la soledad
pueden, con rigor, reducirse a las los primeras si queremos hacer patente la
pobreza y la riqueza, lo estéril y lo fecundo, la sima temible y la cumbre
gloriosa en que consiste la auténtica soledad. Pues en las dos últimas
circunstancias la soledad, combatida desde fuera, se mitiga, cede, acaba por
desaparecer, y, si en súbito asalto amenaza, poco puede contra la flaqueza del
hombre, contra su connatural tendencia a unirse y agruparse.
¿Quién, de hecho, acepta aquella soledad absoluta? Y
¿quién la busca por sí misma?
La mayoría de los hombres, consciente o
instintivamente, según su grado de reflexibilidad, consideran la soledad el
mayor enemigo. Tan ingénita le es al hombre esta evasión de la soledad
individual mediante el trato social y el amor al otro, que el hombre la
silencia y elimina como algo impensable, absurdo. Y es más que curioso el hecho
de que todos, aun en el grado máximo de confianza con otros, hagamos confesión
en éstos de nuestras desgracias y venturas e incluso de nuestros errores y
defectos, pero evitemos confiarles lo ocurrido en nuestras horas solitarias.
Entro la inmensa mayoría se sobreentiende que estar solo es anormal y amar la
soledad una aberración.
La soledad constituye, sin embargo, el único marco
adecuado para ciertas labores del espíritu, y el religioso la busca para
elevarse sobre ella hacia Dios, y el hombre de ciencia la busca para escrutar
en su beneficiosa paz los problemas que le tocan y meditar sus verdades. En un
sentido meramente necesario e interesado la aceptan de buena o mala gana
cuantos por su oficio o profesión se hallan obligados a trabajar con algo que
no admite o no exige la presencia de otros. Pero buscar la soledad «para» algo
o aceptar la soledad de grado o a la fuerza no significa: buscar la soledad por
sí misma amándola. De esto únicamente es capaz el espíritu creador, poético. Y
no aquel que, instalado en su soledad, plasma en narración o actualiza en
representación el ser de los otros, compensando así delante de esta intriga
imaginada que él mismo anima su imparticipación en la escena real; sino aquel
que, solo ante sí mismo, solo consigo mismo, solo en sí mismo, lejos de rehuir
su soledad con finalidades o suplantaciones, la ama y de ella -cero afectivo-
hace, en virtud de una transformación inmanente, la plenitud de lo afectivo en
obra humana: poesía, música.
La soledad es el cero afectivo, del cual se forma, no
por otro proceso que por suma de ceros, el millón afectivo. La hemos calificado
de mísera y opulenta, estéril y fecunda, temible y gloriosa. Paradójica es la
soledad en lo que puede ser y paradójica en cuanto que ella es la nada y el
todo de la poesía, estado indispensable para la verdadera creación, nada inicial
de la que nace un microcosmo completo: la obra de poesía.
¿Cómo se explica que siendo la soledad nihilidad brote
de ella plenitud, y precisamente -soledad es silencio- plenitud de palabra o de
son? La soledad, nihil afectivo, origina la obra poética, summum afectivo. El silencio, nada sonora, produce la
nota musical, la palabra armoniosa.
El móvil que ocasiona este paso de lo indiferente a lo
afectivo y de lo mudo a lo musical es, a mi entender, un sentimiento
fundamental de deficiencia y de miedo. El hombre feliz, acompañado, triunfante
no siente falta alguna ni tiene miedo. Esta confianza en sí mismo y en lo demás
le dispensa de crear: de transformar nada en algo. Al hombre solitario todo le
falta, todo le es falta. El solitario, en la egestad de todo, en su profunda
indiferencia, tiene miedo a no sentir; en el silencio de todo, tiene miedo a
estar sordo, a haber enmudecido. El solitario tiene miedo a estar muerto. Un
hambre radical de ser en sí mismo le induce a un acto de afirmación: afirmación
de sentimiento y afirmación de palabra. Sin contraste con otro sentir ni otra
voz, su sensibilidad y su voz, superando la cruel disciplina de la soledad y el
silencio, surgen mayores -porque incontrastadas- y mejores -porque
disciplinadas-.
El poeta -podríamos intentar definir- es aquel hombre
que sabe, puede y quiere crear de la soledad, en el silencio de la soledad, la
plenitud de la palabra. Innúmeras veces se ha dicho que el poeta es un pequeño
dios y creo que esta arrogancia sólo puede interpretarse partiendo de esa
situación inicial del poeta en la nada de la soledad. Como Dios crea el mundo
de la nada para recrearse en su propia obra y que la creación cante su gloria,
el poeta crea su obra de su soledad para recrearse en aquélla y que aquélla le
redima.
¿Cómo puede, sin embargo, el que ha incidido en
soledad, ha sentido miedo en ella y ha transformado ese miedo con su propia
obra reincidir en la soledad, buscarla, amarla? Los más huyen de ella, los
menos la aceptan de buen grado. ¿Por qué sólo él es capaz de amarla?
Aquel que ha aprendido una vez a transfigurar su
soledad consigo mismo jamás puede perder el privilegio de saber transfigurarla.
Esta intrínseca transfiguración de la soledad -difícil como nada- hace
palidecer todo otro esfuerzo, cuanto menos esos fáciles regalos de dicha o de
infortunio que, solicitados o temidos, la vida otorga. La soledad es el amor
más difícil. Una vez que se salió victorioso en él no es dable olvidarlo, serle
infiel.
«Multitude: solitude: termes égaux et convertibles par
le poète actif et fécond. Qui ne sait pas peupler sa solitude, ne sait pas non
plus être seul dans une foule affairée» -dice
Baudelaire- (Le spleen de Paris:
Les foules). En esas palabras quedan justamente
mencionadas aquellas dos maneras de soledad que dijimos más auténticas: la
soledad individual absoluta y la sufrida entre los otros. El poeta, poblando la
soledad con su exceso de afecto retenido y con su voz, purgada en el silencio,
vence la nada principal en que estaba. En medio de la multitud, en cambio, se
interna dentro de sí mismo para estar solo y salvar del ruido y de la
dispersión su palabra y su sentimiento.
Y ese poeta, que tal escribía, no era capaz de
permanecer solo una hora y calificaba la soledad de «atroz» y «desesperante» (J. P. Sartre: Baudelaire, París,
1947, pág. 62). ¿No queda patente así lo paradójico de la soledad: su
pobreza y su opulencia?
Para transfigurar la soledad, para hacerla rica es
necesario poseer un espíritu fuerte y generoso que levante las cosas y las
reminiscencias, mediante un salvador conjuro, a presencia animada y favorable.
Si esa profundización y exaltación de las cosas y del mundo recordado no tiene
lugar, si las cosas y recuerdos yacen neutros ante una mirada pasiva u hostil
el solitario se halla en riesgo de anonadamiento, de aniquilación. Y aquí se
revela la gran miseria, la incalculable indigencia que puede significar la
soledad.
Pero así como hay una soledad pobre y una soledad rica
-esta última sería la soledad del alma religiosa ante Dios-, así hay también una
soledad, la verdaderamente «vivida», que es pobre hasta el terror y desde el
terror caudalosa. De esa primera pobreza brota precisamente el sentimiento de
deficiencia y miedo de que hemos hablado, y este sentimiento es la causa del
último enriquecimiento.
Kafka, gran solitario, ha puesto en opinión de un
personaje de su diario la siguiente observación: «la
seriedad plantea naturalmente a los hombres mayores exigencias, y es evidente
que en compañía de amigos también se es capaz de satisfacer exigencias mayores
que estando solo» (F. Kafka, Tagebücher, edic. 1951, pág. 62). El mundo
social que rodea al hombre es siempre un estímulo más que una rémora para
actuar; invita, pide, exige, apresura, juzga. Pero la soledad no reclama nada.
Por eso hacer algo en soledad, hacer algo creativo en soledad escogida, supone
un obrar gratuito, imponderablemente generoso, casi divino.
Falta de estímulos, carencia de juicio ajeno, ausencia
del mundo cotidiano, frigidez sentimental y tantas otras circunstancias de la
soledad confluyen hacia aquella miseria y aquel miedo aludidos. A lo que
podemos añadir por coronamiento lo que Sartre (op. cit., pág. 61) llama la ley de la soledad: «La loi de la
solitude... pourrait s'exprimer de la sorte: aucun homme ne peut se décharger
du soin de justifier son existence».
Cuanto más intenso es el miedo en la soledad a tanta
mayor altura puede ascender la fuerza creadora del solitario. El poeta, en este
punto, no es aquel que no siente miedo a la soledad y por eso la ama y se halla
feliz en ella, sino aquel que más hondamente vive el miedo de la soledad y por
eso la transfigura creando y, como vencedor, aprende a amarla. Así el buen
soldado prefiere siempre el enemigo más difícil.
Ha habido poetas soledosos y poetas no soledosos. La
conducta social o huraña del poeta como hombre privado no importa aquí. Lo
decisivo, lo que no falta en ningún gran poeta es la capacidad de escoger la
soledad, temerla hasta el fondo y transformarla poéticamente, es decir,
creadoramente.
Entre los líricos que han hecho de la soledad
atmósfera propia de la poesía, ninguno como Rilke, quien en sus cartas al joven
Kappus llega a escribir en términos de máxima: «Pero lo que
hace falta es sólo esto: soledad, una gran soledad interior. Entrar en sí y
durante horas no encontrar a nadie. Esto hay que poder conseguirlo. Estar solo,
como de niños estábamos solos cuando los mayores andaban de acá para allá
metidos en cosas que parecían grandes e importantes puesto que ellos tenían un
aire tan ocupado y nosotros no comprendíamos nada de su obrar» (R. M.
Rilke, Briefe an einen
jungen Dichter, Insel-Bücherei, 1951, pág. 32).
Como gran peso, como áspero, largo camino aparece en
Rilke la soledad: como lo difícil, ámbito en donde -separado de la vida- crece
lentamente «la gran labor». Pero acaso en ningún lírico merece esta atroz
soledad tal veneración, tal categoría de medio imprescindible como en él.
¿En qué estriba la riqueza final de esta soledad del
poeta? Pobreza, terror y, al final, como victoria, un gran esplendor que paga.
Hay en ello como un proceso místico: una vía purgativa de miseria, una vía
iluminativa que abre el miedo y una vía unitiva con las cosas, los destinos
humanos y el todo del universo. Porque el poeta, hombre afectivo, se halla
solo, es por lo que su potencia de sentir, encauzada en sí misma, sube segura
por fibras que no se rompen, savia pujante. El silencio, medio de las palabras,
como el espacio lo es de las cosas, hace al alma anhelosa de armonía más que
ninguna melodía del mundo. Y la mirada se aplica a la naturaleza, descuidada
por el hombre común, sorprendiendo secretas bellezas y correspondencias de la
creación que para nosotros, en el tráfago diario, permanecen por entero
ignoradas.
Infinidad de poetas podrían servirnos de ejemplo para
ilustrar esos tres grados del proceso poético en lo que éste tiene de gradación
de estados sucesivos en el poeta: falta, miedo y plenitud. Pero baste aludir a
algunos nombres y algunos rasgos: el «horror vacui»
virginal de Mallarmé ante la página blanca, la desolada lucidez de Valéry, las
vivencias de miedo, más soñadas que propiamente vividas, de Rilke como Malte
Laurids Brigge, la vena, el entusiasmo, el desvarío de un Tasso, de un
Hölderlin, del mismo Rilke en Muzot...
En el primer estadio el artista se siente empobrecido
y estéril. La limitación que comporta la soledad, su consecuente ausencia, la
raíz de egotismo superior que la nutre parecen de momento un defecto absoluto
y, por lo que significa de incumplimiento de caridad, un pecado. Quejoso de sí
mismo por esta evasión soberbia o cobarde, a punto de anegarse en su nada,
incipientemente embriagado de este veneno, accede poco a poco a un segundo
camino, andando el cual todo empieza a mostrársele hondo, misterioso y grave
como nunca. La tierra, el mundo, la humanidad, la vida y la muerte, libres de
la «poca importancia» que les presta el convenio del hombre cotidiano, se
empañan de una sagrada niebla de misterio o fulgen en una sagrada luz de
insólitas claridades. El orbe de lo natural sólo se contempla puramente en tal
soledad. El ámbito complejo de lo humano sólo alcanza verdades de valor
absoluto en tal soledad. En el seno de ella la creación revela al poeta su
orden o su absurdo. Ante uno u otro, absorto en tal revelación, el poeta se
encuentra pisando una linde peligrosa, y el miedo a haber perdido el terreno
que todos pisan y que él reconoce le sobrecoge. Concitando su poder
sentimental, su voz y su mirada luminosa para vencer tal miedo, ya no regresará
a la atmósfera común sin traer un botín único de pasión, armonía y secreto
desnudo.
Mientras el hombre común se afana en quitar
importancia a las cosas que la tienen y en dar importancia a aquellas que no la
tienen, a fin de poder vivir -y está en su razón, porque vivir «feliz» parece
consistir en eso-, el poeta elige otro camino, el más difícil: omitir lo
trivial y cargar de transcendencia lo transcendente. En tal empeño ascético
llega a obtener luces parciales del gran todo desconocido.
Pero la victoria no está sólo en la obra, en el
término de ese proceso, en su fruto final. La verdadera victoria del solitario
creador sucede en él mismo. Habiéndose alejado de los otros para atender a la
revelación de otro mundo, retorna a los otros conociéndolos y amándolos mejor.
Su pecado de caridad, pagado con una larga penitencia de miseria y terror en el
esfuerzo, le lleva a una reconciliación total con los hombres. Una pura
compasión humana es el término de su aventura solitaria: compasión consigo
mismo y compasión con los otros. Y un sentimiento de profunda y humilde
compasión es el principio, si no el todo, de la verdadera caridad.
CARMEN PALOMA MARTÍNEZ
Poeta.
Graduada en dirección de empresas turísticas, ejerce su
profesión como directiva del sector turístico desde sus treinta años de edad.
Natural de Madrid, ha vivido buena parte de su infancia en
Andalucía y otras ciudades españolas. Ha residido en La Habana (1989 – 2003) y
en Tenerife desde 2005. Le encanta viajar, conocer otras culturas, otros
lugares. Se autodefine como "una eterna viajera".
Desde su infancia más temprana comenzó a escribir poesía,
obteniendo varios premios provinciales, en su adolescencia.
Amante del arte y de la cultura en todas sus manifestaciones;
especialmente de la literatura, la música y las artes plásticas. Ha realizado,
como aficionada, estudios de piano y guitarra eléctrica.
Su primera publicación data del 2012 y han sido algunos los
poemarios publicados desde entonces, así como su participación en varias
antologías de poesía y relatos.
Cuerpo de Ausencias es su más reciente poemario (abril 2022),
siendo el anterior Salitre, publicado en diciembre del 2017.
Sigue trabajando en Cuentos de La Habana, una recopilación,en
forma de relatos, de experiencias personales vividas durante su estancia en
Cuba.
Así como en otros proyectos prontos a ver la luz.
Ha colaborado como columnista con la revista digital Soy Mujer
opinando, tertuliana de radio durante años, ex-presidenta de la Asociación
Cultural Encuentro de Mujeres en Arona, participante activa en eventos
relacionados con la igualdad de la mujer y miembro de la RIET, Red
Internacional de Escritores por la Tierra, entre otras actividades de interés.
Ha sido invitada a múltiples recitales poéticos, los más
recientes: ÉPICA, recital de poesía intergeneracional y Feria del Libro de
Adeje 2022, así como los organizados por ACTE Canarias.
Forma parte de la actual Junta Directiva de ACTE Canarias,
Asociación Cultural Canaria de Escritores/as.
Biblioteca
Virtual Miguel de Cervantes
Lee unos poemas y después
Preguntas-… Cómo
estamos entre amigos quiero que Carmen Paloma nos cuente ….
El poeta y narrador
Rafael Soler, opina que la literatura es soledad y la poesía un deslumbramiento
que él solo puede plasmar “cuando se encuentra en estado interior que lo impulsa”
Te declaras eterna
viajera. Qué descubres en los viajes, que te aportan. Y por qué esos catorce años vividos de
estancia en Cuba fueron tan decisivos.
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