jueves, 24 de noviembre de 2022

CUERPO DE AUSENCIAS, Carmen Paloma

 

CUERPO DE AUSENCIAS, Carmen Paloma

             Los zapatos nuevos / De mi hermana quedaron sin estrenar/ Eran los zapatos para una niña muerta…/ Desde entonces –sin saberlo- / Me acompaña la más terrible soledad

.                                                                                                                    

Al leer estos versos de Carmen Paloma me he sentido embargada por la belleza de los recuerdos, de la memoria como fuente de sentimiento que regresa y desprende soledad. Por esa soledad que la mayoría de nosotros consideramos el mayor enemigo de los seres humano, y para evitar ese horror lo silenciamos, lo eliminamos como algo desagradable y absurdo.

Pero la poeta ni lo silencia, ni lo oculta, por el contrario ha querido dar voz a una mujer y para ello derrumba sus  muros interiores, el corazón árido. Se separa del resto del mundo, entra en su cuerpo y plasma e interioriza la soledad y la impotencia desde esta metáfora que titula Cuerpo de Ausencias. Un poemario donde afloran poemas de argumentos personales y originales en cuanto a ritmo, musicalidad y profundidad.

Estoy tan sola / que puedo olfatear la noche/ Pulsar/ sus erizadas y azules crestas / Desplomarme en su infinidad/  Los goznes del portón callan/  Los grillos han enmudecido / Y –la nausea- nuevamente /Al abrir los ojos cada mañana.

Frente al intimismo de un yo que se desvela en confidencias en los poemas iníciales, dando paso a la nostalgia, a una vida de errancias repleta de maletas que van y vienen.

Mi infancia / Era esa caja de metal debajo de la cama familiar / Allí donde dormía mi única muñeca  mi tesoro/  También hogar de inmundas cucarachas./ La pobreza de la post guerra /Granizo de los huesos/ Mis piernecitas como hilos y cuatro aceitunas de cena / La Escualidez… 

Podría decirse que Carmen Paloma es una poeta de la experiencia por lo que se aleja del confesionalismo romántico para aproximarse al supuesto, a esa poesía que podríamos encuadrar en la poesía de la vida, por cuanto es un muestrario de situaciones asumidas, soñadas, exploradas o ficcionadas. Nos presenta un personaje que padece episodios de carga a su malherido cuerpo, hecho añicos, roturas, heridas internas, cicatrices avaladas por la poeta, ordenando y desordenando la palabra en constante búsqueda, con la consciencia de quien lo escribe ha de padecer nuevas soledades.

La casa permanece oscura, es la casa que te envuelve como si hurgara en tus entrañas. Sombra entre las sombras, solo queda asumir lo deshabitado, el vacío. La imagen de todo lo que es oscuro en nuestro interior. El crucifijo de la adolescencia. La memoria que se desangra. Y nadie desea mirarse al espejo que nos devuelve nostalgia, infelicidad, laceraciones de viejas heridas. Sueños coagulados. La herida de nacer y su propio grito. Las palabras mutiladas.

A veces/ hubiera querido que me abortaran la cabeza / -solo la cabeza - / y dejaran vivo mi cuerpo  -solo el cuerpo

Un escritor es la consecuencia de muchas voces, de muchas almas, dice León Barreto. Y en Carmen Paloma se escuchan cuando nos habla de vértigos y de simas, de la fugacidad del tiempo y del abandono de los dioses, de los precipicios y el cansancio, de las almas obstinadas y del combate mortal de las palabras, de los hechizos sensuales, de los corazones que dejan de latir.

Natural de Madrid, ha vivido en Andalucia y otras ciudades españolas. Residió en La Habana durante catorce años Y fue tan decisiva esa estancia en la isla que desde hace unos años prepara un libro titulado Cuentos de La Habana, una recopilación en forma de experiencias personales vividas durante su estancia en Cuba.

 

Por aquí desfilan los clásicos, desde César Vallejo a Virginia Woolf, Alejandra Pizarnik, Emily Dickinson, Rimbaud, Quevedo, Heráclito de Éfeso o Ida Vitale. Los tránsitos de la vida, que a veces hay que sorber deprisa, y en otras ocasiones se transforman en etapas de sigilos y olvidos. Y de preguntas como las que nos hace Murakami:

- ¿Quién diablos puede distinguir el mar de lo que se refleja? ¿Puedes tú distinguir entre la lluvia que cae y la soledad?

            Solo o puede decir que en Cuerpo de Ausencias hay Literatura.

 

Un escritor es la consecuencia de muchas voces, de muchas almas. Por eso cabe deducir que Carmen Paloma Martínez es una lectora voraz que vive en su conflicto, dormita con él, no puede desprenderse de él. Por eso habla de vértigos y de simas, de la fugacidad del tiempo y del abandono de los dioses, de los precipicios, las divergencias, el cansancio, la zozobra, el abandono, la ceniza, la idea del suicidio, todos los combates con las palabras para al final ser capaz de ponerse en pie.

Natural de Madrid, ha vivido en Andalucia y otras ciudades españolas. Residió en La Habana durante catorce años Y fue tan decisiva esa estancia en la isla que desde hace unos años prepara un libro titulado Cuentos de La Habana, una recopilación en forma de experiencias personales vividas durante su estancia en Cuba.

Uno pueda presentar apariencia de sencillez lingüística, el conjunto no es fácil ni superficial

Dice María Teresa de la Vega que la poeta No es ajena la memoria a este movimiento, pues es la base de nuestra identidad, la base desde donde la poeta lanza su grito, su elocuente enumeración de infortunios. El poder de su memoria es totalitario, la desgasta, la consume. La agota, ya que, después de cada caída,  se reanima y se empeña en sobrevivir. 

 

La forma de expresara el dolor, los sentimientos, la angustia, el grito, la rabia, la fatiga.

UERPO DE AUSENCIAS onde presta la voz con inteligencia a las escritoras 

Hay una mujer que sufre cien formas de angustia y soledad, y además tiene toda una vida de errancias, repleta de maletas que van y vienen. Podría decirse que Carmen Palomo es una poeta de la experiencia, lo que hace es acumular escenas de soledad y de impotencia. Considera que ha padecido demasiados episodios de agresión a su malherido cuerpo, hecho añicos.  Su libro Cuerpo de ausencias, en la editorial Escritura entre las nubes, que dirige Elena Morales, constituye una declaración de principios.

Gradualmente, pero sin pausa, va cayendo en la indigencia, la soledad y una suerte de tranquila locura de matices dostoievkianos, donde su vida se reduce a explorar los gozosos infiernos del despojamiento absoluto.

Hay una mujer que sufre cien formas de angustias y de la impecable luz de la soledad, de esa soledad paralizante, opresora, terrible, y además tiene toda una vida de errancias, repleta de maletas que van y vienen.

Podría decirse que Carmen Paloma es una poeta de la experiencia, lo que hace es acumular escenas de soledad y de impotencia. Considera que ha padecido demasiados episodios de agresión a su malherido cuerpo, hecho añicos.  Su libro Cuerpo de ausencias, en la editorial Escritura entre las nubes, que dirige Elena Morales, constituye una declaración de principios.

Un tipo de poesía que podríamos encuadrar en la poesía de la vida, por cuanto es un muestrario de situaciones asumidas, soñadas, exploradas o ficcionadas, en las cuales la mujer habla de sus discriminaciones, de sus roturas, de sus heridas internas, de sus cicatrices. Una obra en pie, una escritura que viene a actuar como terapia sanadora.

La casa permanece oscura, la casa que te envuelve como si hurgara en tus entrañas. Sombra entre las sombras, solo queda asumir lo deshabitado, el vacío. De este modo, la memoria se desangra y nadie desea mirarse al espejo puesto que devuelve nostalgia, infelicidad, laceraciones de viejas heridas, la herida de nacer y su propio grito, las palabras mutiladas.

Por aquí desfilan los clásicos, desde César Vallejo a Virginia Woolf, Alejandra Pizarnik, Emily Dickinson, Rimbaud, Quevedo, Heráclito de Efeso o Ida Vitale. Los tránsitos de la vida, que a veces hay que sorber deprisa, y en otras ocasiones se transforman en etapas de sigilos y olvidos.

Un escritor es la consecuencia de muchas voces, de muchas almas. Por eso cabe deducir que Carmen Paloma Martínez es una lectora voraz que vive en su conflicto, dormita con él, no puede desprenderse de él. Por eso habla de vértigos y de simas, de la fugacidad del tiempo y del abandono de los dioses, de los precipicios, las divergencias, el cansancio, la zozobra, el abandono, la ceniza, la idea del suicidio, todos los combates con las palabras para al final ser capaz de ponerse en pie.

 

¿Por qué esos X años de su estancia en las islas fueron tan decisivos?

Un libro escrito como un grito o acaso como una actividad catártica, una terapia vital. Dice María Teresa de la Vega que la poeta no es ajena la memoria a este movimiento, pues es la base de nuestra identidad, la base desde donde la poeta lanza su grito, su elocuente enumeración de infortunios.

 

La soledad se revela como un concepto clave en el pensamientode Carmen Paloma. De forma recurrente aparecerá a lo largo de toda su poemario  Ojo

Por normal general, es la soledad cómplice de ese yo contemplativo, que empuja al hombre hacia la esencia de su ser, hacia la búsqueda de la eternidad y de la paz. Y solo a través de ella llegará el poeta al verdadero diálogo consigo mismo :No hay más diálogo verdadero que el diálogo que entablas contigo mismo, y este diálogo sólo  puedes  entablarlo  estando  a  solas.  En  la  soledad,  y  sólo  en  la  soledad,  puedes conocerte a ti mismo como prójimo; y mientras no te conozcas a ti mismo como a prójimo, no  podrás  llegar  a  ver  en  tus  prójimos  otros  yos.  Si  quieres  aprender  a  amar  a  los  otros, recójete [sic] en ti mismo.3Sin  embargo,  cuando  esa  soledad  se  percibe  como  absoluta,  se  convierte  en angustia vital para el hombre, que solo siente su vacío, la nada. De esta forma, lo expresa el  poeta  en  el  primer  poema  que  titulará  “Soledad”,  incluido  en  su  segundo  poemario, Rosario de sonetos líricos, y fechado en Salamanca el 24 de octubre de 1910.¡Pobre alma triste que caminas solaperdida del desierto en las arenas,llevando a cuestas solitarias penasoscuras, que no brillan con la aureoladel martirio! El simún ola tras olade la vida te rompe las cadenas BLANCO AGUINAGA, C., El Unamuno contemplativo, Barcelona, Editorial Laia, 1975, p. 36.2 UNAMUNO, M. de, “Soledad”, en Obras Completas, VIII. Ensayos, Madrid, Biblioteca Castro, 2007, p. 780.3OGIGIA 18 (2015), 95-108                                                                                                       ISSN: 1887-3731

ara   este   último   su   vida   desemboca   en   una   dolorosa   conciencia   de   la temporalidad,  y  de  la  angustia  que  le  produce  esta  confrontación  con  la  nada  surge  la lucha a través de la or fin las ideas se callan y aquietan, los cuidados se borran, como que se desvanece el contacto  del  cuerpo  con  la  tierra,  y  el  peso  de  aquel  se  disipa,  el  espectador  se  olvida  y arranca de sí mismo, se pierde y se enajena en el espectáculo, la comunión íntima entre el mundo de fuera y el escondido en el lecho del alma, que se despierta entonces, llega a la fusión de ambos, el inmenso panorama y nosotros somos uno y el mismo, y en el silencio solemne,  en  el  aroma  libre,  en  la  luz  difusa  y  rica,  extinguido  todo  deseo  y  cantando  la canción silenciosa del alma del mundo, gozamos de la paz viva y verdadera, de una como vida de la muerte [13]. 17La naturaleza actúa de mediadora entre el mundo externo y el interior. Gracias a la abstracción  que  le  provoca  la  contemplación  del  paisaje,  el yo  se  arranca  de    mismo, para  entrar  en  comunión  íntima  con  el  alma.  En  este  momento  de  arrebato  místico,  esta despierta de su letargo y se produce la fusión de ambos. En medio de un silencio que es “solemne” y rodeados de una “luz difusa y rica”, el yo llega al conocimiento de la “canción silenciosa”  del  alma,  ya  no  suya,  sino  del  mundo  entero.  El  entrar  en  contacto  con  esta revelación, permite al yo gozar de la “paz viva y verdadera”, de una “vida de la muerte”. Sin duda, encontramos grandes semejanzas entre este artículo de 1893 y los versos del poema  inédito  “Soledad”.  También  aquí,  la  visión  contemplativa  del  paisaje  nocturno permite  al yo  lírico  emprender  el  camino  hacia  el  interior,  hacia  la  profundidad  de  su  ser más íntimo. Los elementos de la naturaleza expresan ese estado de quietud, propiciador de  la  comunicación  con  su  mundo  interior. Así  encontramos  que  la  “luna”  con  su  “luz  de plata”  y  “las  estrellas”  con  su  “mirada  pura”  crean  unidad  e  infinitud;  idea  esta  que  se Ibídem, p. 11 y 13.17OGIGIA 18 (2015), 95-108                                                                                                       ISSN: 1887-3731

que busca dar sentido a su existencia

Poesía interesante. https://www.tesisenred.net/bitstream/handle/10803/288205/tdjm1de1.pdf?sequence=1&isAllowed=y

.Es e l r e s u l t a d o ( l a c u l m i n a c i ô n ) no s o l o de un es f u e r z o c r e a d o r , s i n o tajn b i e n de l a e x p e r i e n c i a Humana d e l a u t o r . En a doble pertenencia al tiempo presente y al antiguo integran una voz poética que explicita sus deseos de recreación del paraíso, porque sólo a partir de un nuevo diseño del edén primitivo se podrán establecer reglas renovadas para el amor y el erotismo. La fusión del mar y del deseo se vinculará en otras ocasiones a aspectos concretos de un pasado remoto y clásico: me refiero al mito y sus personajes, otra de la fuentes esenciales de su inspiración. En varios textos en prosa reunidos en Carpe Mare (199


Me encuentro solo a solas cuando realmente no tengo ante mí, conmigo, a nadie: a altas horas de la noche en el cuarto de trabajo, frente al mar en una costa desierta, por el sendero oculto de algún bosque.

Solitario entre los otros puedo sentirme frente a un horizonte poblado por ellos, por los hombres: así cuando camino por una calle entre viandantes desconocidos, cuando permanezco en incógnito frente a mis compañeros de viaje o cuando en un teatro observo desde mi butaca a los espectadores durante un entreacto.

Acompañado por una pluralidad humana y como partícipe activo en ella, puedo hallarme, sin embargo, solo. Por ejemplo, cuando ensimismado en alguna preocupación únicamente mía asisto a una reunión y hablo, río y escucho por la superficie de mi ausencia.

Solo con el otro, en fin, me encuentro cuando -en el amor, en la amistad- vislumbro de pronto, a veces, tras el resplandor de la pasión o entre la suave luz de la confianza el punto negro, el islote trágico donde aún estoy.

Estas cuatro posibles circunstancias de la soledad pueden, con rigor, reducirse a las los primeras si queremos hacer patente la pobreza y la riqueza, lo estéril y lo fecundo, la sima temible y la cumbre gloriosa en que consiste la auténtica soledad. Pues en las dos últimas circunstancias la soledad, combatida desde fuera, se mitiga, cede, acaba por desaparecer, y, si en súbito asalto amenaza, poco puede contra la flaqueza del hombre, contra su connatural tendencia a unirse y agruparse.

¿Quién, de hecho, acepta aquella soledad absoluta? Y ¿quién la busca por sí misma?

La mayoría de los hombres, consciente o instintivamente, según su grado de reflexibilidad, consideran la soledad el mayor enemigo. Tan ingénita le es al hombre esta evasión de la soledad individual mediante el trato social y el amor al otro, que el hombre la silencia y elimina como algo impensable, absurdo. Y es más que curioso el hecho de que todos, aun en el grado máximo de confianza con otros, hagamos confesión en éstos de nuestras desgracias y venturas e incluso de nuestros errores y defectos, pero evitemos confiarles lo ocurrido en nuestras horas solitarias. Entro la inmensa mayoría se sobreentiende que estar solo es anormal y amar la soledad una aberración.

La soledad constituye, sin embargo, el único marco adecuado para ciertas labores del espíritu, y el religioso la busca para elevarse sobre ella hacia Dios, y el hombre de ciencia la busca para escrutar en su beneficiosa paz los problemas que le tocan y meditar sus verdades. En un sentido meramente necesario e interesado la aceptan de buena o mala gana cuantos por su oficio o profesión se hallan obligados a trabajar con algo que no admite o no exige la presencia de otros. Pero buscar la soledad «para» algo o aceptar la soledad de grado o a la fuerza no significa: buscar la soledad por sí misma amándola. De esto únicamente es capaz el espíritu creador, poético. Y no aquel que, instalado en su soledad, plasma en narración o actualiza en representación el ser de los otros, compensando así delante de esta intriga imaginada que él mismo anima su imparticipación en la escena real; sino aquel que, solo ante sí mismo, solo consigo mismo, solo en sí mismo, lejos de rehuir su soledad con finalidades o suplantaciones, la ama y de ella -cero afectivo- hace, en virtud de una transformación inmanente, la plenitud de lo afectivo en obra humana: poesía, música.

La soledad es el cero afectivo, del cual se forma, no por otro proceso que por suma de ceros, el millón afectivo. La hemos calificado de mísera y opulenta, estéril y fecunda, temible y gloriosa. Paradójica es la soledad en lo que puede ser y paradójica en cuanto que ella es la nada y el todo de la poesía, estado indispensable para la verdadera creación, nada inicial de la que nace un microcosmo completo: la obra de poesía.

¿Cómo se explica que siendo la soledad nihilidad brote de ella plenitud, y precisamente -soledad es silencio- plenitud de palabra o de son? La soledad, nihil afectivo, origina la obra poética, summum afectivo. El silencio, nada sonora, produce la nota musical, la palabra armoniosa.

El móvil que ocasiona este paso de lo indiferente a lo afectivo y de lo mudo a lo musical es, a mi entender, un sentimiento fundamental de deficiencia y de miedo. El hombre feliz, acompañado, triunfante no siente falta alguna ni tiene miedo. Esta confianza en sí mismo y en lo demás le dispensa de crear: de transformar nada en algo. Al hombre solitario todo le falta, todo le es falta. El solitario, en la egestad de todo, en su profunda indiferencia, tiene miedo a no sentir; en el silencio de todo, tiene miedo a estar sordo, a haber enmudecido. El solitario tiene miedo a estar muerto. Un hambre radical de ser en sí mismo le induce a un acto de afirmación: afirmación de sentimiento y afirmación de palabra. Sin contraste con otro sentir ni otra voz, su sensibilidad y su voz, superando la cruel disciplina de la soledad y el silencio, surgen mayores -porque incontrastadas- y mejores -porque disciplinadas-.

El poeta -podríamos intentar definir- es aquel hombre que sabe, puede y quiere crear de la soledad, en el silencio de la soledad, la plenitud de la palabra. Innúmeras veces se ha dicho que el poeta es un pequeño dios y creo que esta arrogancia sólo puede interpretarse partiendo de esa situación inicial del poeta en la nada de la soledad. Como Dios crea el mundo de la nada para recrearse en su propia obra y que la creación cante su gloria, el poeta crea su obra de su soledad para recrearse en aquélla y que aquélla le redima.

¿Cómo puede, sin embargo, el que ha incidido en soledad, ha sentido miedo en ella y ha transformado ese miedo con su propia obra reincidir en la soledad, buscarla, amarla? Los más huyen de ella, los menos la aceptan de buen grado. ¿Por qué sólo él es capaz de amarla?

Aquel que ha aprendido una vez a transfigurar su soledad consigo mismo jamás puede perder el privilegio de saber transfigurarla. Esta intrínseca transfiguración de la soledad -difícil como nada- hace palidecer todo otro esfuerzo, cuanto menos esos fáciles regalos de dicha o de infortunio que, solicitados o temidos, la vida otorga. La soledad es el amor más difícil. Una vez que se salió victorioso en él no es dable olvidarlo, serle infiel.

«Multitude: solitude: termes égaux et convertibles par le poète actif et fécond. Qui ne sait pas peupler sa solitude, ne sait pas non plus être seul dans une foule affairée» -dice Baudelaire- (Le spleen de Paris: Les foules). En esas palabras quedan justamente mencionadas aquellas dos maneras de soledad que dijimos más auténticas: la soledad individual absoluta y la sufrida entre los otros. El poeta, poblando la soledad con su exceso de afecto retenido y con su voz, purgada en el silencio, vence la nada principal en que estaba. En medio de la multitud, en cambio, se interna dentro de sí mismo para estar solo y salvar del ruido y de la dispersión su palabra y su sentimiento.

Y ese poeta, que tal escribía, no era capaz de permanecer solo una hora y calificaba la soledad de «atroz» y «desesperante» (J. P. Sartre: Baudelaire, París, 1947, pág. 62). ¿No queda patente así lo paradójico de la soledad: su pobreza y su opulencia?

Para transfigurar la soledad, para hacerla rica es necesario poseer un espíritu fuerte y generoso que levante las cosas y las reminiscencias, mediante un salvador conjuro, a presencia animada y favorable. Si esa profundización y exaltación de las cosas y del mundo recordado no tiene lugar, si las cosas y recuerdos yacen neutros ante una mirada pasiva u hostil el solitario se halla en riesgo de anonadamiento, de aniquilación. Y aquí se revela la gran miseria, la incalculable indigencia que puede significar la soledad.

Pero así como hay una soledad pobre y una soledad rica -esta última sería la soledad del alma religiosa ante Dios-, así hay también una soledad, la verdaderamente «vivida», que es pobre hasta el terror y desde el terror caudalosa. De esa primera pobreza brota precisamente el sentimiento de deficiencia y miedo de que hemos hablado, y este sentimiento es la causa del último enriquecimiento.

Kafka, gran solitario, ha puesto en opinión de un personaje de su diario la siguiente observación: «la seriedad plantea naturalmente a los hombres mayores exigencias, y es evidente que en compañía de amigos también se es capaz de satisfacer exigencias mayores que estando solo» (F. Kafka, Tagebücher, edic. 1951, pág. 62). El mundo social que rodea al hombre es siempre un estímulo más que una rémora para actuar; invita, pide, exige, apresura, juzga. Pero la soledad no reclama nada. Por eso hacer algo en soledad, hacer algo creativo en soledad escogida, supone un obrar gratuito, imponderablemente generoso, casi divino.

Falta de estímulos, carencia de juicio ajeno, ausencia del mundo cotidiano, frigidez sentimental y tantas otras circunstancias de la soledad confluyen hacia aquella miseria y aquel miedo aludidos. A lo que podemos añadir por coronamiento lo que Sartre (op. cit., pág. 61) llama la ley de la soledad: «La loi de la solitude... pourrait s'exprimer de la sorte: aucun homme ne peut se décharger du soin de justifier son existence».

Cuanto más intenso es el miedo en la soledad a tanta mayor altura puede ascender la fuerza creadora del solitario. El poeta, en este punto, no es aquel que no siente miedo a la soledad y por eso la ama y se halla feliz en ella, sino aquel que más hondamente vive el miedo de la soledad y por eso la transfigura creando y, como vencedor, aprende a amarla. Así el buen soldado prefiere siempre el enemigo más difícil.

Ha habido poetas soledosos y poetas no soledosos. La conducta social o huraña del poeta como hombre privado no importa aquí. Lo decisivo, lo que no falta en ningún gran poeta es la capacidad de escoger la soledad, temerla hasta el fondo y transformarla poéticamente, es decir, creadoramente.

Entre los líricos que han hecho de la soledad atmósfera propia de la poesía, ninguno como Rilke, quien en sus cartas al joven Kappus llega a escribir en términos de máxima: «Pero lo que hace falta es sólo esto: soledad, una gran soledad interior. Entrar en sí y durante horas no encontrar a nadie. Esto hay que poder conseguirlo. Estar solo, como de niños estábamos solos cuando los mayores andaban de acá para allá metidos en cosas que parecían grandes e importantes puesto que ellos tenían un aire tan ocupado y nosotros no comprendíamos nada de su obrar» (R. M. Rilke, Briefe an einen jungen DichterInsel-Bücherei, 1951, pág. 32).

Como gran peso, como áspero, largo camino aparece en Rilke la soledad: como lo difícil, ámbito en donde -separado de la vida- crece lentamente «la gran labor». Pero acaso en ningún lírico merece esta atroz soledad tal veneración, tal categoría de medio imprescindible como en él.

¿En qué estriba la riqueza final de esta soledad del poeta? Pobreza, terror y, al final, como victoria, un gran esplendor que paga. Hay en ello como un proceso místico: una vía purgativa de miseria, una vía iluminativa que abre el miedo y una vía unitiva con las cosas, los destinos humanos y el todo del universo. Porque el poeta, hombre afectivo, se halla solo, es por lo que su potencia de sentir, encauzada en sí misma, sube segura por fibras que no se rompen, savia pujante. El silencio, medio de las palabras, como el espacio lo es de las cosas, hace al alma anhelosa de armonía más que ninguna melodía del mundo. Y la mirada se aplica a la naturaleza, descuidada por el hombre común, sorprendiendo secretas bellezas y correspondencias de la creación que para nosotros, en el tráfago diario, permanecen por entero ignoradas.

Infinidad de poetas podrían servirnos de ejemplo para ilustrar esos tres grados del proceso poético en lo que éste tiene de gradación de estados sucesivos en el poeta: falta, miedo y plenitud. Pero baste aludir a algunos nombres y algunos rasgos: el «horror vacui» virginal de Mallarmé ante la página blanca, la desolada lucidez de Valéry, las vivencias de miedo, más soñadas que propiamente vividas, de Rilke como Malte Laurids Brigge, la vena, el entusiasmo, el desvarío de un Tasso, de un Hölderlin, del mismo Rilke en Muzot...

En el primer estadio el artista se siente empobrecido y estéril. La limitación que comporta la soledad, su consecuente ausencia, la raíz de egotismo superior que la nutre parecen de momento un defecto absoluto y, por lo que significa de incumplimiento de caridad, un pecado. Quejoso de sí mismo por esta evasión soberbia o cobarde, a punto de anegarse en su nada, incipientemente embriagado de este veneno, accede poco a poco a un segundo camino, andando el cual todo empieza a mostrársele hondo, misterioso y grave como nunca. La tierra, el mundo, la humanidad, la vida y la muerte, libres de la «poca importancia» que les presta el convenio del hombre cotidiano, se empañan de una sagrada niebla de misterio o fulgen en una sagrada luz de insólitas claridades. El orbe de lo natural sólo se contempla puramente en tal soledad. El ámbito complejo de lo humano sólo alcanza verdades de valor absoluto en tal soledad. En el seno de ella la creación revela al poeta su orden o su absurdo. Ante uno u otro, absorto en tal revelación, el poeta se encuentra pisando una linde peligrosa, y el miedo a haber perdido el terreno que todos pisan y que él reconoce le sobrecoge. Concitando su poder sentimental, su voz y su mirada luminosa para vencer tal miedo, ya no regresará a la atmósfera común sin traer un botín único de pasión, armonía y secreto desnudo.

Mientras el hombre común se afana en quitar importancia a las cosas que la tienen y en dar importancia a aquellas que no la tienen, a fin de poder vivir -y está en su razón, porque vivir «feliz» parece consistir en eso-, el poeta elige otro camino, el más difícil: omitir lo trivial y cargar de transcendencia lo transcendente. En tal empeño ascético llega a obtener luces parciales del gran todo desconocido.

Pero la victoria no está sólo en la obra, en el término de ese proceso, en su fruto final. La verdadera victoria del solitario creador sucede en él mismo. Habiéndose alejado de los otros para atender a la revelación de otro mundo, retorna a los otros conociéndolos y amándolos mejor. Su pecado de caridad, pagado con una larga penitencia de miseria y terror en el esfuerzo, le lleva a una reconciliación total con los hombres. Una pura compasión humana es el término de su aventura solitaria: compasión consigo mismo y compasión con los otros. Y un sentimiento de profunda y humilde compasión es el principio, si no el todo, de la verdadera caridad.

Heidelberg, septiembre, 1953.


CARMEN PALOMA MARTÍNEZ

Poeta.

Graduada en dirección de empresas turísticas, ejerce su profesión como directiva del sector turístico desde sus treinta años de edad.

Natural de Madrid, ha vivido buena parte de su infancia en Andalucía y otras ciudades españolas. Ha residido en La Habana (1989 – 2003) y en Tenerife desde 2005. Le encanta viajar, conocer otras culturas, otros lugares. Se autodefine como "una eterna viajera".

Desde su infancia más temprana comenzó a escribir poesía, obteniendo varios premios provinciales, en su adolescencia.

Amante del arte y de la cultura en todas sus manifestaciones; especialmente de la literatura, la música y las artes plásticas. Ha realizado, como aficionada, estudios de piano y guitarra eléctrica.

Su primera publicación data del 2012 y han sido algunos los poemarios publicados desde entonces, así como su participación en varias antologías de poesía y relatos.

Cuerpo de Ausencias es su más reciente poemario (abril 2022), siendo el anterior Salitre, publicado en diciembre del 2017.

Sigue trabajando en Cuentos de La Habana, una recopilación,en forma de relatos, de experiencias personales vividas durante su estancia en Cuba.

Así como en otros proyectos prontos a ver la luz.

Ha colaborado como columnista con la revista digital Soy Mujer opinando, tertuliana de radio durante años, ex-presidenta de la Asociación Cultural Encuentro de Mujeres en Arona, participante activa en eventos relacionados con la igualdad de la mujer y miembro de la RIET, Red Internacional de Escritores por la Tierra, entre otras actividades de interés.

Ha sido invitada a múltiples recitales poéticos, los más recientes: ÉPICA, recital de poesía intergeneracional y Feria del Libro de Adeje 2022, así como los organizados por ACTE Canarias.

Forma parte de la actual Junta Directiva de ACTE Canarias, Asociación Cultural Canaria de Escritores/as.

 

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