VIAJE EXPRÉS DE OGIGIA A ÍTACA
Casado no entiende el enfado de Sánchez, y es normal.
En este hemiciclo hace tiempo que palabras como “mena” se consideran
inofensivas
MARINA LOBO
Cuenta la mitología griega que Ulises, en su viaje a Ítaca, fue a parar a una isla llamada Ogigia, habitada por la hermosa ninfa Calipso, quien enamoró durante siete años al marino y guerrero griego, hasta que él, supuestamente, consiguió romper su hechizo de amor para volver con su amada Penélope. Yo prefiero pensar que lo que rompió el hechizo de amor fue que Calipso se cansó de que a Ulises se le pegaran los macarrones y le mandó de vuelta con su mujer, pero eso es otra historia.
En teoría, Ogigia se identifica con la península de la Almina (Ceuta), una región que precisamente estos días copa las portadas de todos los medios, para desgracia de Madrid. Más allá de que nos creamos o no la leyenda de Ulises y su estancia en Ogigia, lo cierto es que Abascal ha faltado a la sesión del Congreso por quedarse en Ceuta un día más, siempre dispuesto a ejercer como enviado especial sobre el terreno de su amada ninfa Ana Rosa.
Mientras tanto, a
este lado, Pablo Casado sigue con el “caos” del gobierno de España en la boca.
“Ha demostrado que le queda grande el Gobierno. Es la crónica de una crisis
anunciada”, le ha espetado a un Sánchez que, si bien en otras ocasiones
mantiene la compostura, esta vez ha sacado el genio. “No me ha quedado claro,
¿usted apoya al gobierno de España o no? Porque usted y yo por la mañana
tenemos una conversación privada y dice que apoya al Gobierno y hoy aquí dice
lo contrario. Es lo que pasa siempre con ustedes”, le acusaba indignado el
presidente mientras Adriana Lastra asentía desde atrás.
El PP,
malacostumbrado a ser el que lleva la batuta en esto de salirse de tono, está
dolido. Fuentes de Génova afirman que “el tono de Sánchez no tenía ningún
sentido”. No entienden qué ha podido pasar cuando la semana pasada Casado le llamaba
“pato cojo” al líder socialista sin que este apenas se inmutara y hoy,
“habiéndole tendido la mano”, se la rechace de esta manera. El Partido Popular
es como ese compañero de clase que se mete contigo un día y otro y otro y no le
dices nada porque tu madre te dice que tenéis que ser amigos, pero una mañana
sin querer se choca contigo y coges su paquete de galletas de la merienda y se
lo tiras por la ventana, mientras contemplas cómo su cara se llena de
desconcierto. Esta historia está basada en hechos reales.
Casado no entiende
el enfado de Sánchez, y es normal. En este hemiciclo hace tiempo que las
palabras se consideran inofensivas, inocuas. Se ignora que algo que no se puede
tocar pueda hacer daño. Se usa la palabra “menas” para referirse a niños y
niñas –en edad infantil o adolescentes– que llegan sol@s y muert@s de miedo a
un país que desconocen; la llegada de 8.000 personas a un país de 47 millones
de habitantes se denomina “invasión”; se habla de “devolverlos” como si de un
mal regalo de amigo invisible se tratara –“hemos devuelto ya a 4.800”, ha dicho
orgulloso el presidente del Gobierno, esperando a que alguien cantara bingo–.
A los marroquíes
les perdemos como aliados cuando les llamamos invasión, cuando la ultraderecha
insinúa que los niños que se lanzan al mar son “soldados encubiertos”
En estos momentos,
la crisis diplomática con Marruecos parece que está casi solucionada. Fuentes
del Gobierno afirman que el país vecino “está bajando el diapasón” y que
“Marruecos tiene que seguir siendo amigo de España”. Por supuesto que Pedro
Sánchez tiene razón cuando dice que lo ocurrido estas últimas horas no se trata
de una crisis migratoria, sino que es “de otro tipo”. Probablemente por eso
está tan irascible el presidente. Cuando hacen referencia a que tienen que
seguir siendo amigos, se refieren precisamente a ellos; a los políticos, no a
los ciudadanos. A los ciudadanos y a las ciudadanas marroquíes les perdemos
como aliados cuando les llamamos invasión, cuando la ultraderecha insinúa que
los niños y niñas que se lanzan al mar son “soldados encubiertos”, cuando
aceptamos la etiqueta de “moneda de cambio” que les pone Marruecos. En
definitiva, cuando les secamos la cara con una toalla y les mandamos de vuelta
con la ropa aún empapada.
Puede que dentro de
unos pocos días –quizás horas, porque la actualidad avanza a un ritmo
insaciable–, volvamos a hablar de Madrid, de las olas de calor, y de la visita
del rey a su amigo en Marruecos (hay que ver qué bien nos llevamos). Sin
embargo, las palabras, eso tan abstracto pero a la vez tan importante,
permanecen.
La historia de
Ulises en Ogigia no tuvo un final feliz. Cuando este decidió irse, la ninfa
Calipso murió de pena. He dicho al principio del texto que Ulises permaneció
junto a ella siete años, pero en este punto hay informaciones contradictorias:
algunos dicen que fueron diez, otros que fue tan solo un año. O menos. Quizás,
como en esta ocasión, solo fueron unas horas. Y, como nuestros políticos en el
hemiciclo, también esos héroes griegos dedicaron ese tiempo a la disputa del
relato y el sometimiento de la palabra.
PD: Cuidado, los
amores entre los medios –las ninfas– y los políticos –Ulises– son intensos pero
breves, y si no que se lo digan a un tal Albert Rivera.
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