LA LIBERTAD SIN VERGÜENZA DE DÍAZ AYUSO
Ejercicio
crítico desde un humanismo republicano
JOSÉ ANTONIO PÉREZ TAPIAS
No; Díaz Ayuso, aun con su apabullante victoria electoral, no es “la libertad guiando al pueblo”, si nos permitimos hacer referencia al cuadro de Eugéne Delacroix celebrando la revolución de 1830 en las calles de París. Quien va a ser de nuevo presidenta de la Comunidad de Madrid puede conseguirlo gracias, ciertamente, a un enorme caudal de votos que en la Asamblea madrileña le sitúa muy por encima de sus oponentes, sumidos en un desconcierto que, por lo demás, era muy previsible. Con muchos análisis ya sobre la mesa no hace falta insistir en cuan desastrosa ha sido la campaña electoral del PSOE –no tanto del PSOE de Madrid cuanto del “PSOE de Moncloa”, ya que desde la sede del gobierno de España se condujo hasta el precipicio-; tampoco es hora de seguir subrayando el escaso éxito de Unidas Podemos, a pesar de salvar los trastos entrando en la cámara parlamentaria gracias a las heroicidades electorales de quien era su líder y ya es secretario general dimitido por alabada decisión propia; no está mal, con todo, demorarse en considerar los porqués del “sorpasso” de Más Madrid respecto a un socialismo desnortado, en lo cual mucho tiene que ver el papel de su candidata en lo que ha sido dura oposición a las nefastas políticas llevadas a cabo por quien ahora, a pesar de ello, ha sido reelegida para continuar al frente del gobierno madrileño. Pero, tras estos balances, ¿qué decir de la ganadora y protagonista por excelencia de estas elecciones, la señora Díaz Ayuso, y de los mensajes con los que ha conseguido aglutinar una arrolladora mayoría de votos para el Partido Popular?
Se ha convertido en
un lugar común llamar la atención sobre lo que ha estado a la vista de todos:
Díaz Ayuso ha sido una eficaz practicante del “trumpismo”, paradójicamente
después de que Trump fuera derrotado en
las urnas a las que acudió el electorado estadounidense para con su voto,
además de hacer posible la elección de la alternativa que representaba Biden,
someter a juicio la antipolítica neofascista, xenófoba y antifeminista que,
subido al carro de la posverdad, representaba quien por fortuna ya es
ex-presidente de los EE.UU. Como variante castiza del “trumpismo”, adobado de
un acusado perfil identitario en clave de “madrileñismo” y con patente
proximidad al fascismo autóctono de Vox, la candidata popular ha logrado hacer
valer elevadas dosis de populismo hasta alzarse con la victoria –dejando ver,
de camino, que, puestos a ser populistas, la derecha siempre gana, lo cual está
todavía por ver que sea conclusión clara extraída por las izquierdas cuando la
derrota obliga a una autocrítica sin excusas–.
Como variante
castiza del “trumpismo”, la candidata popular ha logrado hacer valer elevadas
dosis de populismo hasta alzarse con la victoria
Dicho todo lo
anterior, habrá que dejar constancia del respeto sin sombra de duda que merece
el ejercicio del voto, como derecho democrático de la ciudadanía, en
condiciones de plena libertad, por parte de todos los ciudadanos y ciudadanas,
incluyendo, por supuesto, a quienes mediante él han explicitado su preferencia
por Díaz Ayuso y la opción que ella representa. Ese respeto al voto en libertad
no lo mengua para nada la crítica al devaluado concepto de libertad que la
candidata Ayuso ha esgrimido a lo largo de la campaña electoral, bajo el lema
dicotómico “socialismo o libertad” –dirigido contra el PSOE, especialmente en
su versión gubernamental sanchista–, luego transmutado en “comunismo o
libertad” –apuntando de forma más expresa contra el gobierno de coalición de
PSOE y Unidas Podemos, a pesar de tratarse de elecciones autonómicas, una vez
que Iglesias entró en campaña como candidato tras abandonar la vicepresidencia
de dicho gobierno–. Habrá que enfatizar
que tal consideración del concepto de libertad de la señora Ayuso no pierde su
condición de concepto devaluado de la misma por el hecho de que la formación
que lo hizo suyo como emblema en la campaña haya resultado ganadora con creces.
La validez de un
concepto y la teorización que en torno a él pueda desplegarse, contemplando
caritativamente que así pueda ser más allá de su uso propagandístico, no es
cuestión de mayoría. La mayoría, absolutamente respetable en su voto libre, no
es garantía de acierto, como cabe subrayar además haciendo hincapié en que, si
hablamos en términos de verdad, y en este caso de “verdad moral” en la manera
de entender la libertad, ésta nunca se puede sostener solamente sobre una mera
mayoría, pues a la vista queda en múltiples casos históricamente documentados
que la mayoría puede estar equivocada. Pero todavía cabría pensar, sin embargo,
que el concepto de libertad lanzado por Díaz Ayuso a la palestra electoral
podría ser de tal consistencia que generara en torno a él un fuerte consenso,
lo cual daría que pensar aunque se sepa que incluso el consenso, como la
mayoría, no es por sí mismo criterio suficiente de verdad. Es una posición bien
establecida la que sostiene que el consenso es “lugar de la verdad”, pues sin
pretender lograr acuerdo y conseguirlo, al menos paulatina y parcialmente, en torno a lo que se considere verdadero
fallan las credenciales para defender algo como verdad susceptible de ser
compartida. Pero de ahí no se sigue que el acuerdo comporte por sí mismo
garantía de verdad dado que el consenso puede asentarse en errores o estar
planteado de forma fraudulenta o bajo presiones espurias.
Decir que tal
concepto de libertad es falso no implica ejercicio alguno de supuesta
superioridad moral
Pues bien, eso
último es lo que ocurre precisamente con el “concepto ayusiano” de libertad,
concepto no sólo devaluado, sino falso, en torno al cual es imposible un
consenso racional serio. Presentado como la posibilidad de elegir entre ir de
cervezas o no, o como la decisión sobre pasear o no (sin encontrarte con tu
expareja), esa libertad, reducida a alternativas tan grotescas que ni como
ejemplo valen, es indefendible si se quiere entender como ejercicio de “libre
albedrío”, pues ello escandalizaría a los mismísimos escolásticos que lo
teorizaron. No hay manera alguna de apuntar a un consenso sobre ello apoyado en
buenas razones. Y decir que tal concepto de libertad es falso no implica –hay
que observarlo de camino– ejercicio
alguno de supuesta superioridad moral, sino resultado de un razonamiento
crítico accesible a cualquiera que no se haga trampas en su discurso, el cual,
por otra parte, no puede dejar fuera de su consideración el dominio de clase al
que tal concepto de libertad, con su aparente simplicidad, se entrega.
Mitificación de una
falsa libertad individualista como coartada ideológica neoliberal
Vayamos por partes.
Que Díaz Ayuso, con su concepto de libertad, se dirija no sólo a quienes pueden
optar por consumir unas cañas de cerveza cuando y como quieran, sino a quienes
tienen que servirlas desde el amplio sector empresarial y laboral de la
hostelería –muy descuidado de hecho por el gobierno de Madrid, siendo eso algo
que queda oculto por la retórica con que este se maneja–, no quita un ápice de
hedonismo grosero a quien manipula ese sector para acogerse a una variante
actualizada del antiguo dicho “comamos y bebamos, que mañana moriremos” –dicho
que no excluye pensar que vale mientras sean otros los que mueran y que ya, por
eso entre otras cosas, cayó bajo la denuncia profética sobre ello recogida en
el libro de Isaías del Antiguo Testamento–. Bajo manto de una defensa
fraudulenta de la libertad para supuestamente compaginar cuidado por las vidas
y protección de la economía en tiempo de pandemia, lo que se hace es defender
una política neoliberal dura que usa la libertad de los individuos como
encubrimiento ideológico de una irrestricta libertad empresarial, la cual a su
vez se aprovecha de las pequeñas y medianas empresas para dar cobertura a las
tajadas de grandes grupos empresariales a través de la privatización de
servicios públicos. El simplismo retórico se dedica a difundir las coartadas
ideológicas, rematadas en mitificación de una libertad tan insolidaria como
individualista, que tapan complejas maniobras de largo alcance político
respecto a estructuras económicas y los consiguientes reajustes sociales. Y el
pueblo libremente lo apoya, lo cual no es óbice para que otros, también del
pueblo, señalemos la trampa que encierra. El pueblo, numéricamente considerado
además como mayoría de votantes, no siempre lleva razón, aunque en sus
decisiones, estrategias y discursos acumulen errores quienes políticamente se
sitúan en el lado opuesto de esa amalgama ultraderechista que encarna hoy el PP
de la Comunidad de Madrid.
Lo sorprendente,
con todo, es que desde el lado opuesto a la mixtura de conservadurismo, neoliberalismo
y concesiones al neofascismo que Díaz Ayuso encarna no se haya puesto más
empeño, siquiera con pinceladas esquemáticas, pero precisas, en desmontar un
discurso que ha gravitado sobre ese concepto del más ramplón libertarianismo de
derechas que con tanto éxito se ha utilizado como munición electoral hacia la
izquierda y como señuelo publicitario hacia el potencial electorado de la
derecha. El concepto de libertad ahora acreedor de crítica ni siquiera es un
concepto liberal defendible como tal. Si el pensamiento liberal, al tomar una
nueva noción de libertad como bandera de los modernos frente a los antiguos,
según Benjamin Constant lo hizo ver hace mucho tiempo, subrayó la libertad como
libertad de los individuos entendida cual la “libertad negativa” que tanto
ensalzó Isaiah Berlin, en el sentido de libertad como “no interferencia” en
derechos que el individuo ha de ver protegidos por el Estado como derechos
civiles, no es para decirle de manera frívola a los ciudadanos que nadie les va
impedir que se vayan de juerga. Cuando se ha hecho así es tal ejercicio de
irresponsabilidad que ningún liberal decente puede darlo por aprobado –y en
España los hay, aunque es de lamentar que no eleven su voz con suficiente
fuerza para hacerse oír–.
Lo chocante aquí es
que esgrima un lema libertario quien se ha saltado leyes y acuerdos políticos
con apoyo jurídico, e incluso despreciado criterios éticos elementales
Desde una
concepción republicana de libertad como la expuesta por Philip Pettit se hace
notar, respecto al mismo concepto liberal de “no interferencia”, que dicho
concepto implica que se trata del rechazo de toda interferencia arbitraria,
como es la que se pone en juego en todo abuso de poder por actuación ilegítima
de poderes públicos cuando, entre otras cosas, se saltan las mismas leyes a las
que están obligados. Lo chocante aquí es que esgrima un lema libertario quien
se ha saltado leyes y acuerdos políticos con apoyo jurídico, e incluso
despreciado criterios éticos elementales ante las situaciones de las
residencias de mayores, en momentos
cruciales para la misma salud pública, como ha hecho quien viene de ser
presidenta de la Comunidad de Madrid y va a volver a serlo en el futuro
inmediato. La verdad es que es tan chocante como patético ver a enfervorizados
militantes del PP gritar “libertad” cuando ni siquiera se atreven a criticar
abiertamente la dictadura franquista. Mediante constatación histórica de largo
recorrido cabe expresar el asombro que produce esa interesada reivindicación de
libertad por los que son herederos de quienes abatieron nuestra primera
constitución liberal al grito de “¡vivan las caenas!”.
Libertad
republicana desde una visión humanista radical
El ya mencionado
Pettit, cuando abunda en lo que una concepción neorrepublicana subraya en
cuanto a libertad, recogiendo el sentido de esta como autonomía que ha de
ejercerse no sólo en el ámbito privado, sino también en el ámbito público
mediante el ejercicio de los derechos a través de los cuales se vehicula la
participación política, pone el acento en cómo a la “no interferencia” liberal
se añade la libertad como “no dominación”.
No basta con que las vidas de los individuos no se vean interferidas por
poderes que obstaculicen o impidan el despliegue de sus potencialidades e
iniciativas, sino que para eso mismo es necesario que la libertad implique de
derecho y de hecho un orden de no dominación, lo cual sólo puede verse
garantizado por un gobierno democrático que surja y se ejerza contando con la
participación política de la ciudadanía. Es la estela de Rousseau que
complementa radicalmente la herencia de Locke y que permite que los ciudadanos
seamos considerados como mucho más que sólo individuos propietarios, aunque
meramente sean propietarios de su ocioque viene a ser sutil trampa ideológica
tendida por el “ayusismo”.
Una concepción de
la libertad que se vincula a la “no dominación” conlleva inexorablemente
exigencias de igualdad. De ahí que se insista, y no han faltado voces en
hacerlo, en que la libertad también tiene que ver con condiciones de vida
relativas a trabajo, vivienda, atención sanitaria, recursos educativos…, todo
lo cual redunda en igualdad de oportunidades, extensible a igualdad de acceso y
con objetivos de efectiva igualdad social y de género. Pero hay más: la libertad
de cada cual no puede plantearse al margen de la libertad que podemos y debemos
desplegar en la convivencia de unos con otros, que no deja de ser en realidad
las vidas de unos para otros, dimensión que subrayó Marx desde un concepto de
libertad anclado en la relacionalidad constituyente de la condición humana.
Una libertad incapaz de avergonzarse de la
injusticia que ampara es una libertad falsa
Es en este punto
donde se impone dar un paso más y mostrar por qué el concepto de libertad de
Díaz Ayuso, que el PP hace suyo, es de vergüenza por tratarse de una libertad
que se presenta tan cínicamente que conlleva la negativa a avergonzarse de sí
misma al identificarse, cuando no con el capricho, con el privilegio. Asimilada
al capricho individualista es coartada para justificar el privilegio
anti-igualitario. Y una libertad incapaz de avergonzarse de la injusticia que
ampara es una libertad falsa, como de forma certera señala el filósofo Emmanuel
Lévinas. Para éste, yendo más allá de la idea de libertad del liberalismo, la
libertad propia lo es en verdad si madura y se ejerce desde la responsabilidad
ante el otro que interpela exigiendo justicia. Es la libertad de quien no se
desentiende del otro hasta responsabilizarse de que también pueda efectivamente
ser libre. Tal es la libertad que implica la vida digna postulada para todos y
todas sin exclusión alguna.
El “humanismo del
otro ser humano” propugnado por Lévinas confiere así densidad ética a la idea
de libertad con la que la tradición republicana eleva el listón político de la
herencia liberal. No hacerlo es dejar expedita la vía para que un concepto
falso de libertad dé paso a lo que hoy llaman democracias iliberales, las
cuales no son otra cosa que democracias atrapadas en los bucles autoritarios
del neofascismo actual. Advertirlo es algo difícil de hacer desde un eslogan de
campaña electoral, pero no por eso deja de ser necesario. La democracia, como
sistema político, es resistente, pero frágil,
y hoy debemos ser consciente de ello en este momento de tentaciones
regresivas en las que, teniendo en cuenta a Hegel, podemos constatar, a la
inversa de lo que él consideraba progreso, que no hemos avanzado colectivamente
en “la conciencia de libertad”, sino todo lo contrario. Fromm diría que, bajo
la apariencia de libertad está operando el miedo a la verdadera libertad cuando
el aferrarse al fetichismo que ponen en circulación engañosas soluciones
mágicas a nuestras crisis no hace sino adentrarnos por los peligrosos caminos autoritarios de la
antipolítica. Son los de un neoliberalismo filofascista que se camufla como
defensor sin par de la España eterna. Es jugada perversamente maestra que
reclama a la izquierda la respuesta que ahora no ha sabido dar.
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