¡¡POROTA Y CARMEN CASTELLOTE
HEROÍNAS DE LA LIBERTAD!!
POR MAITÉ CAMPILLO
Cuando marcha ese
barco triste y embarca el puerto de las lágrimas se despide de aquella ciudad
eterna. Empieza aquél viaje largo hacia un mundo ignorado, aquí tiemblan los
labios corren las lágrimas para que laven aquellas caras coloradas (Weiss Al
Alí, estudiante de ingeniería sirio).
¡Cambiar el mundo,
amigo Sancho, que no es locura ni utopía ¡sino justicia!!!
A Porota y Carmen donde aún crece la vida` heroínas de la libertad. A cada uno de sus pasos camino y piedra forjando sus vidas resplandecientes, amapolas rojas, raíz y árbol, hoja tras hoja engrosando llama revolucionaria de liberación. Leo hoy bajo el árbol de la flor del almendro donde me reafirmo y digo en reconocimiento a su bravo saber vencer y morir: Ni olvido Ni perdón; piedra filosofal sobre la que inserto vuestros nombres contra el olvido. No hay otra que enfrentar la doble barrera, el tren del tiempo gira, nuestro vagón no se detiene. A Porota y Carmen, en recuerdo de dos niñas vascas que tras el golpe militar contra la República tomaron rumbos distintos y diferentes alternativas de vida encuadradas en una misma historia de lucha compartida entre culturas de otras tierras, memorando lo que apuntaló en su escritura el poeta Blas de Otero en respuesta al holocausto vivido: “Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre aquel que amó, vivió, murió por dentro y un buen día bajó a la calle: entonces comprendió: y rompió todos su versos. Así es, así fue. Salió una noche echando espuma por los ojos, ebrio de amor, huyendo sin saber adónde: a donde el aire no apestase a muerto. Tiendas de paz, brizados pabellones, eran sus brazos, como llama al viento; olas de sangre contra el pecho, enormes olas de odio, ved, por todo el cuerpo”.
En el caso de
Mercedes Colás Irisarri “Porota”, sufrió dos dictaduras, como dos tragedias
encadenadas una en la otra marcada de por vida. En 1931 su familia volvió a
Euskal Herria, a Nafarroa (Lodosa) desde Argentina; pensando que con el
avenimiento de la República vivirían con más libertad pero el destino llegaba
con un cruel puñal impreso de muerte, afectando a cientos de miles de familias,
entre ellas la de Porota. En Nafarroa no hubo guerra, ni nada que se le
parezca, ya que los fascistas desde el principio tomaron todo el territorio sin
resistencia exceptuando algún que otro foco como en Lodosa, donde vivía su
familia, el padre era albañil de profesión afiliado a la CNT, posiblemente uno
de los que resistieron, sin duda, este pueblo como escarmiento tuvo tantos
fusilamientos: “Porque vivir se ha puesto al rojo vivo. Digo vivir, vivir como
si nada hubiese de quedar de lo que escribo. Porque escribir es viento
fugitivo, y publicar, columna arrinconada. Digo vivir, vivir a pulso,
airadamente morir, citar desde el estribo. Vuelvo a la vida con mi muerte al
hombro, abominando cuanto he escrito: escombro del hombre aquel que fui cuando
callaba. Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra más inmortal `aquella fiesta´
brava del vivir y el morir. Lo demás sobra” (Escribe el bilbotarra Blas de
Otero en breves palabras; en ellas se puede interpretar su aguda visión
político internacionalista que sintetizó el sentido antiimperialista de la
revolución cubana ‘Patria o muerte’ en palabras de Fidel, comandante de la revolución).
El padre de Porota
fue uno de los fusilados, a ella con once años, la raparon el pelo en la plaza
del pueblo como hicieron con miles de niñas y mujeres en todo el Estado como
escarnio público por ser hija de un rojo. Decide junto a su madre y hermano la
salida y vuelta a Argentina. Pero el 24 de marzo de 1976, Videla, encabeza un
golpe de Estado e implanta las desapariciones, el terror y la muerte. El 5 de
enero 1978, los militares secuestran a su única hija, Alicia Meroño de 31 años,
aún sigue desaparecida. Mercedes Colás Irisarri “Porota” ha sido la
vicepresidenta de Madres de Plaza de Mayo; fallecida recientemente en febrero
de éste año a los 95 años, en su domicilio argentino de Villa Devoto. En
testimonios grabados por la asociación, Porota, resalta una dignidad asombrante
con una gran conciencia de clase: <<Los hijos que parimos, a su vez ellos
nos parieron en la lucha. En nuestra época, las mujeres lavábamos,
planchábamos, cocinábamos… Por suerte aprendimos a hacer política, lo que se llama
política verdaderamente, no la mala palabra de la política. De la política de
no venderse, de la política de tener las ideas claras y de la política de saber
que el otro soy yo. Cuando se la llevaron me quedé seis meses mirando por la
ventana esperando que mi hija volviera, si mi marido y yo salíamos juntos,
dejábamos una nota diciendo dónde estábamos porque siempre esperábamos que
volviera. Se me vino encima todo lo que pasé en España. Allá fusilaron a mi
papá, me cortaron el pelo al cero y pensé ¡¡No puede ser, el fascismo dos
veces! ¡Y fue!. Un día, mi marido, que había estado en el centro me dijo:
‘Poro, las madres están marchando’. Fuimos a la plaza. Me compré un pañuelo,
uno de esos que se utilizan en las fiestas, un triángulo. Estaba en un banco.
Vino una madre que luego nunca más la volví a ver: ‘Y a vos, ¿qué te pasa?’,
dijo, porque yo lloraba. Entonces me dijo: ‘Acá, no se viene a llorar, se viene
a luchar’. Me levantó y desde entonces hasta hoy estoy en la Asociación. Estoy
orgullosa del viejo (padre) y de la hija que tuve. No les puedo fallar a
ninguno de los dos>>.
‘Cartas a mí misma’
es una obra autobiográfica en prosa poética escrita por Carmen Castellote (que
a los 89 años de su vida hoy la convierten en la última poeta viva del exilio
republicano). Obra publicada en México país que la acogió desde 1958:
<<La vida está esparcida por todas partes. Tengo que recogerla de muchos
lugares, de diferentes dibujos y cuadernos>>. Carmen niña no podía
entender que pudieran existir monstruos, tan monstruos, monstruos que habían
bombardeado un pueblo no lejos de su casa en Bilbo (Bizkaia), aviones llenos de
bombas descargando sobre Gernika, bombardeando calles destruyendo casas
asesinado niños, niñas, madres, padres, abuelos… Hubo que dejar de jugar y
esconderse del malo, muy malo, que se acercaba acorralando la ciudad donde
vivía. Llegó el día nunca olvidado, en que el juego se detuvo y se convirtió en
un largo muy largo viaje sin retorno. Carmen nace en la capital de Bizkaia (la
que tras la ofensiva aérea nazi italo-alemana, por reconocimiento histórico,
debería ser Gernika). Tenía cinco años cuando en 1937, ya iniciada la ofensiva
fascista, las tropas franquistas preparaban el asalto final a la ciudad pocas
semanas después del genocidio sobre Gernika. Para protegerla sus padres
decidieron embarcarla en una campaña de evacuación organizada por la República,
destinada hacia Francia, Bélgica, y afortunadamente para muchos niñxs hacia el
ejemplar asilo político de México y Unión Soviética. Carmen entró en este último
grupo, cuando llegó a Leningrado con otros 1500 niñxs más, acogidos
calurosamente y alojadxs en las llamadas Casas de los niños. Creían, incluso
sus propios padres, que iban por unos meses pero la ofensiva duró otros dos
años más. Por lo que en 1941, frente a la antesala de la II Guerra Mundial,
vuelve a ser evacuada lejos del frente a un pueblo de Siberia llamado Tundrija
-por lo que para muchos hijxs de la República, como Carmen, la II Guerra
Mundial se convirtió en otro eje biográfico sobre el que escribe:
Caminos, kilómetros
de tiempo,
nada puede
apartarme de la guerra,
de sus muertos
escondidos en mi infancia.
Y la vida nada sabe
de este hoyo,
abierto aquí, en mi
corazón.
Beben tierra los
ríos como antes,
las estrellas se
persiguen en el mar,
el monte se hace
altar para la nieve
y el sol deja que
la sombra juegue contra el árbol.
Todavía los niños
juegan a la guerra
y la flor es
asombro y soledad.
Es tarde y quiero
dormir,
pero la noche está
llena de muertos.
Iza el miedo sus
alas nocturnas.
¿Acaso es la
guerra?
Quiero ser manos,
muchas manos,
para matar la
obscuridad.
Un rocío de luz
entra en mi mañana.
Los árboles se
embriagan de aurora,
los hombres cruzan
el pasto húmedo de la noche,
madrugan los
caminos, bosteza la calle.
Una mujer quiere
barrer el nuevo día
con su vieja
escoba,
y en la orilla de
un colegio dos niños luchan
mientras los otros
ríen.
Ya nadie habla de
la guerra.
¿Qué hago con los
muertos?
Se vio arrojada al
abismo insondable entre otros varios miles de niños y niñas de la República,
alejados de sus casas, de sus pueblos, ciudades y familias desde la más tierna
infancia. Carmen convirtió su tren metafórico como “biografía de realidad y de
sueño”; unió todos los paisajes a su escritura para ir recuperando su tierra
perdida a los cinco años, su infancia arrebatada a lo largo y ancho del mundo
en kilómetros de tiempo. Estudió historia en Moscú donde ganó la medalla
Pushkin, un ensayo sobre la literatura rusa y contrajo matrimonio con un
combatiente polaco, en 1956; se trasladan a Polonia ese mismo año, pero añora
cada vez más aquella familia que había dejado con cinco años, seguían siendo
parte de ella misma, su raíz su orgullo su vida. Un nuevo viaje cambió una vez
más sus cimientos; dos años después en 1958, viaja a México, para reencontrarse
con su padre exiliado desde el final de la contienda. Final tan falso como las
democracias que nos gobiernan, más de un siglo alejado de la “paz”; final sin
alto al fuego donde hubo tantos o más muertos como ocurrió tras la muerte del
dictador; final de hacinadas mazmorras, consejos de guerra decenas de años de
cárcel, penas de muerte, sacas nocturnas entre amaneceres tempranos, pelotones
de fusilamiento sembrando ríos de sangre, multiplicando todo tipo de miseria y
calamidades, hambruna, exilio y un reguero interminable de emigración
escalofriante sobre la que la dictadura se favoreció enriqueciéndose
económicamente en millones de divisas, junto con el turismo de sol, toros,
charanga y pandereta riendo a baba suelta en toneles de alcohol y prostitución;
final donde aparecen las potencias de guerra a rehacer sus vidas al sol
fomentando burdeles, donde EEUU plaga la miseria de bases militares; final de
dependencia absoluta extranjera trampeando la miseria que jamás pudieron
ocultar. Sería el último gran viaje de Carmen; estableció su residencia en
México, al lado de su padre, donde trabajó más de veinte años dirigiendo el
departamento de geografía e historia de la editorial UTEHA (Cosa que no hubiera
ocurrido ni en Francia ni Bélgica ni Inglaterra donde muchos niños fueron
adoptados a sabiendas, los propios gobiernos, que muchos de sus padres no solo
no habían muerto sino que les tenían retenidos en campos de exterminio en
condiciones de explotación infrahumana).
“Escribo para
enhebrar las cosas que viví y hacer con ellas memoria…”. Fue en México donde
empieza a escribir poesía; toda su vida cabe en su obra, tal fue su empeño y
añoranza, dando a su infancia amor revolucionario y pasión contra el olvido al
runrún de míticos trenes de historia. Su verso fresco sensible y preciso, su
riqueza en imágenes alberga la nostalgia inseparable del exiliado; nuestra
poetisa se define a sí misma como “francotiradora alejada de los medios
literarios”. Circunstancia unida al exilio que para nada debería justificar,
sin embargo han contribuido, al olvido, al olvido conscientemente que la ha
condenado la España franquista agazapada en la Europa de las democracias. Su
amplia obra divulgada en México (no existe, o apenas existe alguna pequeña
muestra en la Biblioteca Nacional hermanada a la España “iguales ante la
constitución”, menos si cabe en las universidades y demás centros de
enseñanza). Y es que las grandes poetas, escritoras y científicas, guerrilleras
heroicas, luchadoras incansables por altivas e insumisas nunca han sido bien
vistas por la ignorancia que estomaga e impera impuesta desde 1939, obligando
arrastrar los pies e inclinar la rodilla para ser reconocido, postrandolxs ante
la monarquía impuesta legada por el genocida a sabiendas de lo que eso significa
en la historia vivida. Su desgaste patológico, en democracia, pretende hacernos
menos gente en trinchera más mudos y parcos en conciencia para vivir de todos
nuestros muertos, asesinados por ellos. Así es como engrandecen sus libros de
texto e historia, de sus museos (viéndose las bibliotecas empobrecidas de arte
intelectual tanto como de ciencia pese a ello pues como diría aquella niña de
cinco años que se convirtió en escritora y poeta): “No logrará el sol con su
ronda de diestros girasoles, ni el mar con su manía de ahogarlo todo, dormir lo
que despierto está en el corazón. Que no se puede matar el tiempo ni la vida
sepultando todos los relojes”.
Abro paso a la
poetisa vasca que una vez salió en un barco con el testigo del amor entre sus
manos, el que como a Porota, las convirtió en guerrilleras de la vida. No hay
nada como la buena educación, la que marcó sus vidas haciendo puente entre la
historia que dio forma a lo recibido, como legado en el calor de la raíz
vinculada en la evolución científica de un mundo floreciendo cultas caracolas
contra el crimen, contra la incultura y ambición que lo alimenta: <<Nací
en una región donde crecen globos y fantasmas, en una casa imaginada por mí,
con balcones al césped y cuartos que iluminaba con mis manos. Creía que la
noche la construyeron los dioses para que yo soñara, que en la honda oscuridad
habitaban otros seres que me mostraban sus árboles, más humanos que los
nuestros, ríos donde los peces jugaban a ser sombras y unas ardillas hablaban
mi idioma, mundo encantado donde volar de cumbre en cumbre era ejercicio
hacedero […] Cuando crezca seré niña, salvaré mi encantamiento, insistiré en
los milagros, creeré en la envoltura interior de las leyendas. Quiero salir de
nuevo a los caminos, eternizarlos. Cumplir con mi destino de soñadora de
mundos>>. Tenía cinco años cuando escapó del nazismo franquista, nueve
cuando Hitler invade la Unión Soviética, las catástrofes históricas se repiten
de la mano de los mismos genocidas; uno de sus poemas ‘1941’ nos lo recuerda:
“…Son nuestras
todas las horas de la calle.
Gotean las
estrellas sobre los cuerpos fríos.
La noche tiembla
bajo la piel, en el costado,
como un reloj que
se bate con el tiempo.
¿Por qué nadie me
dijo que había una muerte
que es mía y no
conozco?
No sé si llegaré a
crecer.
Es mil novecientos
cuarenta y uno
y en este año solo
crece la muerte”
(…)
¿Habrá sol en algún
sitio de la tierra?
Nosotros somos el
frío de una escuela de Siberia,
que detiene la
calle con su alfabeto mudo.
¿Cómo cabemos en
tal cerrado frío?
Sin colchones,
huérfanos cuerpo y cuerpo,
buscamos la última
gota de calor,
que se duerme en la
sombra vecina.
Quizá en alguna
parte el hombre duerma,
nosotros somos esta
terca medida del frío.
Lloran aquí y allá,
y no sé cuál es mi llanto.
No hay comida; hay
agua, manjar largo,
cuando los frutos
duermen bajo la guerra.
Es nuestro plato,
al que no llega el pan,
porque el invierno
mata los caminos.
La novedad en la
aldea es incendio.
(…)
Hablan de los niños
que vinieron de lejos
y que duermen en el
suelo de su escuela.
Algunos nos asaltan
con sus ojos mayores,
rompen el hielo que
se asombra en los vasos,
nos ofrecen pepitas
de girasol,
y nos preguntan si
hay pan en nuestro idioma.
Las clases regresan
a la escuela,
las viejas aulas
despiertan su alfabeto,
junto a las camas
que llegan, crecen los pupitres,
se despiertan los
gritos de los pasillos.
¿Se ha escapado la
nieve? ¿Qué ha sido de la escuela,
de los niños ausentes,
que enredaron mi nombre?
¿Y del pequeño, que
el primer día de clases
dijo, al aún
secuestrado en el asombro,
qué miras, es que
nunca has visto a la gente?
Desde las mesas
tropiezan nuestros ojos.
No hay extraños.
El frío esconde por
un tiempo su derrota.
NOTA
¿Quién el rayo
retiene prisionero en una jaula? Oí los llamamientos a la organización de todas
las columnas miles de personas en ellas avanzan preparativos toman camiones,
bicicletas, banderas, pancartas, estandartes, desfilan con sus cantos a tomar
pueblos y ciudades, maltratadas, expoliadas, exprimida su cultura propia su
aborigen sin miramiento ni respeto (sin que ninguno de los gobiernos de la
“democracia” DIMITAN). Es la respuesta a la “libertad” del monstruo a su
libertad especulativa. Los llamamientos desfilan entre las columnas peinando un
estilo propio reivindicativo sobre la otra libertad que alcanzar jamás podrá el
fascismo, parte decisiva de nuestra historia revolucionaria con su
antiimperialismo, marco donde se ganan las batallas peleando la otra libertad
secuestrada. Me pregunto por dónde llegará la luz, la persigo con ahínco,
quiero que de la cara a estas tres flores resplandecientes, a los rubís de sus
ojos hambrientos de vida. La cobardía debe morir para que las vidas de los
desaparecidxs prevalezcan; la dignidad de los nadie debe dar la cara, alumbrar
sobre el planeta la siniestra oscuridad que está copando siglos de historia. En
mi mente conservo la imagen de ellas con sus rubís implorando justicia, las que
fueron y murieron más inmaculadas que caparazón alguno en farsa Papal. Tres,
eran tres hermanas hijas de una misma madre de golpe sepultadas ¿Las recuerdan?
Tres, eran tres niñas indefensas de 6, 9 y 11 años, violadas, asesinadas y
arrojadas a un pozo por alacranes y ciempiés esbirros del sable del coronel de
la tiránica que genera las hambrunas y valora el crimen con sus leyes legales.
Sucedió en el oeste de India, un 14 de febrero de 2013; donde hoy la “pandemia”
supuestamente está haciendo estragos de lesa humanidad: estragos de cientos de
años de sometimiento a los imperios. Desaparecieron a la vez al finalizar las
clases en el colegio, fueron encontradas dos días más tarde en un pozo a medio
kilómetro de su casa en el pueblo de Murmadi, en el Estado de Maharastra (El
abuelo explicó que las niñas fueron atraídas con comida por unos desconocidos).
Las pequeñas vivían con su madre en condiciones de extrema pobreza y al parecer
por no tener “ni nombre tenían”.
Sólo eran tres
hermanas pobres, muy pobres, que querían aprender y abrirse camino en un país
pobre pero también muy rico para los ricos, de esos otros países donde el
buitre humano ocupa y se asienta en el rincón que se le antoje del planeta y no
por pobre sino por sus vienes y riquezas naturales. Tres niñas sin nombre sus
números eran 6, 9, y 11 del país de la meditación que tanto gusta a los
alemanes del yoga de la paz aislándose de toda realidad y contexto, del país de
los monjes, entregado a los buitres que fomentan un turismo descabellado
encandilado en sus rezos más allá de la miseria que devora a sus seres, de un
turismo babeando sus rituales su fanático respeto a las vacas que no sean mujer
ni niñas pobres tan miserables, de los baños purificadores para colmar
criminalidades, de héroes de la independencia y también de Mahatma Gandhi… Tres
mirlos, tres, donde en sueños dormían el hambre y también el canto del ruiseñor
bajo la lluvia en el valle y con ella el arrollo y rayo de luz donde un
llamamiento encabezó las cimas de las barriadas contra la sumisión y la
esclavitud que se perpetúa criminalmente. Son mujeres en su mayoría, es el
corazón contra el crimen y violación de todo derecho, contra el puñal del
diente de la serpiente y el macho impotente descerebrado. Los residentes del
pueblo de estas tres cimas humanas ya históricas, desafiaron y denunciaron que
las fuerzas del orden trataron de registrar el caso como un accidente, y que
solo tras protestas en las calles se aceptó la “investigación” del triple
crimen infecto de torturas, humillación, abuso del macho otorgado por las leyes
del poder dando rienda suelta a la violación, odio y desprecio a la mujer a
cualquier edad de sus vidas (desgraciadamente ninguna de las tres habían
descubierto su derecho a ser y sentirse MUJER).
Maité Campillo
(actriz y directora d` Teatro Indoamericano Hatuey)
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