MÁSCARAS FUERA
Ha llegado
la hora de que el PSOE decida quién quiere ser. Esta semana, la impronta de
Marlaska, Calviño y Calvo ha invadido todas las decisiones del Gobierno. Y,
seamos sinceros, esos tres ministros de progresistas tienen poco
ELISA MORA
Empujar personas al mar es despreciable. Pero devolver a esas personas a quienes les han empujado es igual de despreciable.
El autodenominado gobierno más progresista de la historia ha vivido una semana de todo menos progresista. En poco más de siete días, el Partido Socialista ha permitido que los toros vuelvan a la televisión pública, ha vetado la ley trans y ha mandado venga de militares a enfrentarse a niños recién salidos del agua.
Ha llegado la hora de que el PSOE haga un examen de conciencia y decida qué quiere hacer y quién quiere ser. Por ahora le salva su suelo de votantes, según el barómetro postelectoral del CIS de 2019, el 31,7% de los electores socialistas tiene más de 65 años, votantes de siempre que a estas alturas no cambiarán su voto. Sólo el 6,4% de sus apoyos tiene entre 18 y 24 años, el 7,7% tiene entre 25 y 34, y el 16,1% tiene entre 35 y 44. Es decir, el PSOE por ahora no puede contar con los votantes de las nuevas generaciones. Y su suelo de votantes en algún momento ya no estará aquí para apoyarles. ¿Qué pasará cuando llegue ese momento?
Pese a la aparición
de nuevas fuerzas políticas, quienes marcan el eje izquierda-derecha son los
partidos tradicionales del bipartidismo. Los partidos de izquierdas más
pequeños necesitan al PSOE para poder gobernar, pero este parece haberse
desplazado aún más a la derecha. De hecho, uno de los argumentos de los
votantes del PSOE es justamente ese, “necesitamos un PSOE fuerte para que la
izquierda pueda gobernar”. Entonces, ¿qué ocurre cuando el PSOE tiene una clara
tendencia a irse hacia el centro-derecha? No sirve de nada tener un PSOE fuerte
si sus políticas no son progresistas.
Por ahora, la
presencia de Unidas Podemos es la que parece sujetar a los socialistas por la
camiseta para ralentizar esa carrera, y eso los votantes de izquierdas lo
vemos. Entonces, ¿qué pasará en las próximas elecciones generales? ¿Queda
alguien realmente de izquierdas en el Partido Socialista?
Esta semana el PSOE
se ha desenmascarado. La impronta de Marlaska, Calviño y Calvo ha invadido toda
la toma de decisiones y, seamos sinceros, esos tres ministros tienen poco o
nada de progresistas. Las imágenes de algunos militares en Ceuta, llevándose a
los recién llegados directamente de vuelta sin saber quiénes son, si son perseguidos
o si corren peligro me provocan una profunda vergüenza. Esta moda de decir que
todo el que llega por agua es ilegal es una completa violación de los
protocolos y de los valores fundacionales de la sociedad europea. Para empezar
ninguna persona es “ilegal”. El estatus de refugiado político existe por algo,
y es nuestro deber analizar si estas personas lo son. Las devoluciones en
caliente que tanto criticaba Sánchez y que tanto prometía prohibir son su nuevo
modus operandi. La ola de odio empujada por los reaccionarios de extrema
derecha ha acabado siendo un tsunami que lo ha invadido todo.
Devolver a personas
a quienes les han empujado al mar es despreciable, es intolerable.
Esta no ha sido la
única actuación estrella del líder del Gobierno. Se han abstenido en la
votación de la ley trans evitando su aprobación y provocando alguna baja y
mucha indignación interna. Las feministas socialistas trans-inclusivas
defendían la ley, pero Carmen Calvo no.
La postura del PSOE
tiene consecuencias, el partido tiene una responsabilidad con los votantes y
los valores de izquierdas, más que nada porque a estas alturas no sé si hay
mucha diferencia entre ellos y un Partido Popular tradicional como el de
Feijóo, que por lo menos admite lo que es.
No les ha ido bien
en Madrid y si no empiezan a pensar en quién quieren convertirse no les irá
mejor. Se han acabado las excusas.
Necesitamos más
personas como Luna, la mujer de la ONG que abrazaba a uno de los recién
llegados. Eso es patria y decencia. Y menos de lo otro, que es poder, postureo e insensibilidad.
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