CON IGLESIAS EN EL GOBIERNO VIVÍAN
–Y DORMÍAN- MEJOR
JUAN TORTOSA
Quiero imaginarme la noche del pasado 4 de mayo a Marhuenda, Rosell, Moreno, Inda, Ferreras, Losantos, Herrera, Alsina y demás artilleros mediáticos en el momento en que Iglesias anunciaba que dejaba todos sus cargos. Quiero imaginármelos pero no acabo de ver con claridad cuál pudo ser su reacción porque no creo que se pusieran a saltar de alegría precisamente. ¿Qué creen ustedes que hicieron, descorchar cava satisfechos o tomarse unos minutos para digerirlo intuyendo que igual no había tanto que celebrar?
Como ninguno de ellos es precisamente tonto, no debieron tardar en recordar aquel manido dicho: "Cuidado con lo que deseas, no vaya a ser que se cumpla". De pronto, se habían quedado sin su objetivo predilecto al que dedicar improperios, invectivas y sonoros insultos a diario. Quizás no sea descabellado aventurar que, desde la noche electoral madrileña, andan sumidos en una especie de desconsolada orfandad.
Los ataques al
hasta ese día líder de Podemos por parte de este renovado "sindicato del
crimen" mediático del siglo XXI solían partir de un reconocimiento previo:
ninguno de ellos ponía en cuestión la preparación intelectual de Iglesias, ni
su capacidad dialéctica, todos reconocían, porque son listos, que tenían
enfrente a un animal político con tantas lecturas como disposición a ir de
frente y llamar a las cosas por su nombre, ninguno se atrevía a cuestionar su
arrojo ni su compromiso. En resumen, eran y son plenamente conscientes que se
enfrentaban a un personaje llamado a pasar a la historia de nuestro país.
Por eso se
dedicaron a revolver pequeñeces, a hurgar en lo personal, a dotar de altavoz
triquiñuelas judiciales sin sustancia que meses después acababan siempre
archivándose. Tomados uno a uno, Pablo se los ha merendado siempre, y quizás
por eso acabaron convertidos en piña mediática capaz de generar un discurso tan
tramposo como eficaz. Desde Quintana y Griso al último reportero de calle se
impuso una dinámica en la que solían dirigirse a Iglesias en unos términos
en que nunca osan hacerlo con ningún
otro líder político.
Aunque le faltaban
el respeto en muchas ocasiones, sabían que serían contestados con educación y
solvencia, cualidades estas más difíciles de encontrar en personajes como
Arrimadas, Casado, Ayuso o García Egea, por ejemplo, por no hablar de cualquier
integrante del partido de la ultraderecha.
¿Por qué fue
creciendo tanto la inquina hacia Pablo Iglesias? ¿Era producto de la envidia,
de la impotencia, de la rabia por no conseguir que él entrara en sus pérfidos
juegos, era una mera cuestión personal de cada uno de los gurús que iban a por
lana cuando se metían con él y acababan trasquilados? ¿Era solo eso o se
trataba también de la necesidad de complacer a instancias más altas donde, como
en el lejano oeste, se había decretado la caza y captura del líder de Podemos y
hasta es posible que fijado una sustanciosa recompensa a quien acabara
consiguiéndolo?
Como ya sabemos que
no son tontos, a pesar de la marcha de Iglesias tienen la mosca detrás de la
oreja, no acaban de creérselo, no les encaja. En sus últimas semanas de vida
política, cada movimiento que iba haciendo les pillaba con el pie cambiado, lo
que les obligaba a replantear estrategias constantemente. Quizás por eso no
acaban de creerse que haya dado de verdad un paso al lado y continúan alerta,
sin renunciar a las pullas, pero obligados a espaciar su periodicidad. Tras
años machacándolo sin piedad, parece que no se atreven a cantar victoria y, a
juzgar por cómo han ido las cosas en los últimos días, episodio del corte de
pelo incluido, dan la impresión de andar tentándose la ropa intentando
descubrir cuál es la misteriosa carta que Iglesias puede todavía tener guardada
en la manga.
Podría concluirse
pues que la dimisión de Iglesias ha dejado un amplio reguero de huérfanos. La
jauría mediática anda desconcertada por mucho que lo disimule porque han
perdido la batalla. Disparar a Iglesias era parte de la estrategia, pero no
toda la estrategia, de una guerra de mayor envergadura. Ellos quieren liquidar
al gobierno y ahora se ven obligados a ponerse a trabajar para dirigir los
ataques hacia otros nombres y apellidos. Puede que sus nuevas tácticas de
provocación no tengan el mismo éxito, que el juego sucio de la justicia y las
cloacas no dé más de sí, y haya que ponerle precio, ya sin disimulo alguno, a
la mismísima cabeza del presidente del gobierno.
Por otra parte
también hay que considerar que Pedro Sánchez, que no consiguió objetivos en
Catalunya, se equivocó en Murcia, su partido en Madrid ya no es siquiera el
primero de la oposición y en Andalucía tiene abierta una guerra interna que no
sabe si ganará, empieza a entender la necesidad de actuar con mayor
contundencia si no quiere acabar siendo derrotado antes de tiempo en todos los
frentes. Por mucha capacidad de resucitar que haya demostrado hasta ahora,
andar cada día en el disparadero mediático no le conviene en absoluto.
Tanto los asesores
monclovitas de Sánchez, los mandamases del partido en Ferraz, como el propio
presidente del Gobierno de coalición, seguro que han pensado ya en todo esto. Y
no creo equivocarme mucho si aventuro que en algún momento, como le ocurre al
frente mediático, han llegado a concluir que, con Pablo Iglesias en el
gobierno, todos vivían, y dormían, mucho mejor.
J.T.
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