domingo, 21 de junio de 2020

AMENAZA, QUE NO ES POCO


AMENAZA, QUE NO ES POCO
GERARDO TECÉ
La amenaza es la forma de violencia más barata que se despacha a día de hoy en el supermercado. Amenazar, en lo más íntimo del asunto, no es otra cosa que el intento de quitarle el sueño a alguien sin que esto le suponga al amenazador demasiado esfuerzo y muy poco riesgo. Amenazar es, en fin, un deporte para vagos en el que suelen destacar por norma general los más cutres y cobardes de cada pueblo. Las amenazas, como todo en la vida, pueden llegar a ser estéticas. Estas suelen darse en el cine. Nunca, en la vida real, una cabeza de caballo metida bajo las sábanas ensangrentadas de una cama sería algo fotogénico, sino un puñetero horror. En la vida real la amenaza es siempre, como buena prima hermana de la violencia, cutre, fea, desagradable.



En España, últimamente, como tantas otras cosas horteras, la versión más barata de la violencia está de moda. Una amenaza fue noticia esta semana gracias al trabajo de los compañeros de La Marea. Un tipo de unos cincuenta y tantos años, con la cabeza rapada y la típica mirada infantiloide que acompaña a estos especímenes, escenifica la ejecución de una serie de políticos de izquierdas en una galería de tiro de Málaga. “¡Sentencia!”, grita otro niño de avanzada edad también presente en el juego digno de película surrealista del gran José Luis Cuerda y este taxista y exmilitar comienza a disparar, uno a uno, acabando simbólicamente con las vidas del presidente, Pedro Sánchez; el vicepresidente Pablo Iglesias, el ministro Grande-Marlaska, la ministra Irene Montero y el portavoz de Podemos, Pablo Echenique. Todo por el tradicional método del paredón. Un nostálgico, como se les llama ahora. Un sueño siniestro cumplido simbólicamente y luego difundido por el mismo tipo entre sus contactos. Los héroes nacionales últimamente no es que sean demasiado espabilados.

En España, de un tiempo a esta parte, la amenaza empieza a ser parte de un paisaje muchas veces aceptado o excusado. Cuando ETA asesinaba, el 99% de la población nos horrorizábamos al ver en Euskadi el nombre de cualquiera escrito bajo una diana, sin importar la ideología política. Esto ha cambiado. Hoy, las amenazas de este tipo están tan normalizadas que incluso podemos encontrar distintas corrientes de pensamiento entre los intelectuales del sector. Discrepante con el tío del paredón de Málaga, un concejal aragonés del PP, cargo público, defendía en sus redes sociales que el disparo no es buen método para el vicepresidente Pablo Iglesias. “A ti lo mejor es pegarte un palizón y dejarte vegetal de por vida, pedazo de mierda”, declaraba en sus redes sociales días antes de que su partido se negase a expulsarlo porque, en el fondo, es un buenazo y seguro que tenía un mal día. Si se justifican amenazas claras, las amenazas de muerte directas, qué decir de las más sutiles. Las protestas diarias frente a la casa de Pablo Iglesias no piden nada, ni una reforma de la ley hipotecaria que te evite quedarte tirado en la calle, ni un aumento de personal en los hospitales y escuelas, ni el fin de una injusticia. Nada. Las protestas ante la casa del vicepresidente no son una forma de presión social ante una problemática concreta porque no hay peticiones en las amenazas. Esos paseos y señalamientos ante el lugar en el que descansa alguien sólo pretenden amedrentar de forma barata y sin riesgo. Y son tan cobardes como quienes los justifican con el ya clásico “mira la de guardia civil que tiene en la puerta”, que traducido al castellano significa que cualquiera sabe qué pasaría si no hubiera seguridad.

La amenaza suele ser la metadona de la violencia real. Tipos como el tirador de fotos hubieran participado encantados hace unas décadas en fusilamientos con protagonistas reales. La buena noticia es que hoy, a pesar del silencio de muchos, en lugar de una calle a su nombre, el tipo tiene una denuncia. Algo hemos mejorado.

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