CAÍA LA TARDE
DUNIA
SÁNCHEZ
Caía la tarde, el
con su paseo diario cuando el sol desaparecía en el horizonte. En el día de hoy
le apetecía arrimarse a la playa, ya , a esas horas, la nada la rondaría.
Quería sentir el aliento de la soledad, el aliento de la brisa marina en su
rostro. Sus pisadas se reflejaban en la huella que dejaba después de que las
olillas la lamieran. Ese día, un otoño encendido en el fresco se sentía
extraño, en su imagen se dibujaba el encuentro de algo. Tenía ese tipo de
presentimiento que no obedecemos en el ritmo de los días de hallarse con
alguien flotando en el sereno océano. Una imagen fugaz y vertiginosa que se
disipó mientras caminaba, mientras le acusaba el olvido. Se detuvo, miró el
horizonte y un enrojecimiento de su tez lo hizo caer en el recuerdo, un cuerpo
flotante en la inmensidad del mar. Un cuerpo en columpiar de la marea. No lo pensó, se quito la camisa y fue a por
él. Casi inmóvil, casi muerto, lo trajo
hasta la orilla. Le hizo la maniobra del boca a boca hasta que este fue tomando
conciencia.
Lo cogió entre sus
brazos y lo apretó contra su pecho abrigándolo con su camisa ¿Qué haría con él?
Por sus rasgos no era u niño de ese lugar. Por su cabeza paso lo que tenía que
pasar ¿Y si avisaba a la policía? Se lo llevarían al hospital pero luego dejado
al aire en un centro de menores, una cárcel disimulada para los que vienen de
lejos , muy lejos…El se rompió , no sabía por qué lloraba…sería por ese niño
frágil, muy frágil. Por qué sabía lo que sería su mañana cuando su entereza lo
cubriera, se vería con otros chicos maliciosos tal vez. No…no sé cómo explicar.
Que lo conducirían a la caída. Desconfiado y meticuloso de que alguien lo viera
se lo llevó bajo su techo. Lo acostó en su cama y lo tapó para que ese cuerpo
cogiera calor. Sus sienes parecían estallar ¿ qué hacer? Esperaría a que el
chico se recuperara y después conversaría con él. Llamaría a sus amigos más
próximos y les contaría. Una cierta lastima desquiciaba su corazón, lágrimas
impotentes esparcidas por el pasillos y un grito mantenido ante el horror
humano. Solo es un niño, solo es un niño…se repetía mientras penaba. La noche
ya era prieta, el niño dormía y el cavilaba en su dolor. Una especie de cariño
lo acercaba a esa pobre criatura nacida en las tierras del mal, emergidas en
las mareas de los huesos. Indeciso pensó que lo mejor sería mejor que se
quedará con el todavía. Sí, todavía hasta que la realidad los encharcara con
barrotes de hiel. Se asomó en el balcón un cielo apagado de estrellas ante la
luminosidad de las calles lo paralelizaban. Y el dolor se hacía más profundo a
medida que las horas pasaban. Tendría que comunicarse con él ¿Hablaría su
idioma? Lo más seguro que no. Hizo otra llamada a un centro seguro dedicado a
la defensa de la emigración y el refugiado. Una idea se apilaba en su cabeza,
tal vez, saldría bien. Se recostó en el sofá de su salón en el callar de la
noche ¿qué sería de su familia?, se preguntaba. Ahogados en el hambriento mar.
Tac, Tac…su corazón parecía salir de su pecho. Respiró hondo, muy hondo y se
dejo dormir para que el mañana fuera lo qué fuera. Al menos el niño está vivo y
una paz lo cubrió en las horas de la oscuridad, y un callar lo cubrió en un
sosiego que lo miraba en sus sueños.
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