EL GRITO
José Rivero Vivas
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(José
Rivero Vivas
EL GRITO
EL GRITO
NC.05 (a.15) - Novela
(ISBN 978-84-8382-090-2)
Serie de nueve novelas publicadas.
Ediciones IDEA, 2007
Islas Canarias)
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Grupo de
españoles, residentes en Bruselas, que discuten, con obstinación y vehemencia,
sobre asuntos relativos a sus vidas. El lugar de encuentro es el bar Caprino,
no lejos de la Gare du Midi, en el barrio de Saint Gilles.
Alguien pone su queja en el periódico de la colonia. Cunde la indignación en el
local y EL GRITO de protesta se
eleva por encima del tono puntual de estridencia y exasperación. Se forma una
trifulca tremenda, y el presunto autor del artículo está a punto de ser
descalabrado. Al final se descubre quién es quién en esta historia, y se
restablece la paz y la armonía.
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Noviembre de 2018
José Rivero
Vivas
EL GRITO
Cap. 5 – (Fragmento)
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Nena le sirvió la copa de costumbre.
Él tomó un trago y carraspeó; luego, abrió el periódico y enfatizó:
El Grito.... ¿Qué es el grito?... De
obligada excepción es el grito del desplazado, hundido en su insignificancia,
su impotencia y su desesperanza. ¿Qué puede decir quien así se realiza? ¿Cuál
es su voz? ¿Y su alegato? ¿Cómo es posible alcanzar, con su afonía, distintos
niveles de la sociedad que lo margina? Esta es su pena, su tortura, su dolencia
inaudita: gritar, sin ser oído siquiera, porque el ruido en torno es
ensordecedor. Todavía le resulta peor por cuanto su timbre no es percibido por
nadie, que no tiene quien lo escuche, ni rumia intención de lograrlo, lo cual
incuba en su seno la envidia del desatendido, condena, por discriminación, que
le imponen sus semejantes.
Pero, ¿qué significa el grito? ¿Qué
se manifiesta con esta forma de expresión? ¿Por qué se grita? ¿Cuál es la causa
que nos impele al berrido? ¿Estamos acaso tan cerca de especies dichas
inferiores, que hemos de usar parecido método de comunicación? ¿Supone acaso un
esfuerzo compensatorio en el personal desconsuelo? ¿Implica gozo la necesaria
contracción de garganta? ¿Se puede gritar sin hacer uso de las cuerdas vocales?
¿Cómo emitimos el espeluznante chillido? ¿Qué pretendemos denunciar cuando
vociferamos? ¿Habrán de ser tenidos en cuenta los múltiples complejos que se
achacan a quien distorsiona su timbre al hablar?... Quién sabe.
El hombre, pobre o rico, fuerte o
débil, idiota o listo, poderoso o enclenque, en un momento dado, grita, porque
gritar, todos gritamos: hay quien grita estridente y hay quien grita suave;
uno, en el susurro grita, y, otro, en el estallido estentóreo de su voz,
torrente sonoro incontenible, expande su reprimido grito. Hemos de considerar,
sin embargo, que no todo el mundo llega a gritar de esa forma, que es la del
grito por excelencia. Los pueblos y las razas conforman, en cada país, su
lengua, directamente influida por su idiosincrasia, razón por la cual existen
naciones donde no se escucha el grito, abierto y distendido, seco y
escalofriante; no obstante, algunos han sabido revelar, por distinto medio, su
estado de angustia y desesperación, como el pintor noruego: su cuadro, de
gruesas y sueltas pinceladas, de contrastado color encendido, envuelven al
personaje, en primer plano, que al cubrirse los oídos con sus manos refleja la
intensidad del grito horrendo. Otros individuos, a su vez, esforzándose, en su
reino, al silencio absoluto, se hacen oír por encima de los más altos marcos
que delimitan su bullicioso existir en prodigioso alarde de ostentación y
brillo.
Ahora bien, el grito puede ser agudo
o grave, inocuo o nocivo, e incluso peligroso para la sociedad que lo percibe;
depende del ángulo desde el cual sea lanzado y qué móvil lo anima. Así,
advertimos el grito dado en casa, en la calle, en el trabajo, en los
informativos oficiales, en el parlamento y donde cuadre; las más veces se
argumenta que, el hecho de proferirlo, es con miras a entenderse mejor, aun
cuando el resultado suele darse al contrario del fin perseguido. Tal vez por
ello se grita constantemente en manifiesto apoyo, o desacuerdo, de una moción
cualquiera esgrimida en la atmósfera de un bar, tomando café, o desde la
columna de un dominical, tras la cual se esconde su autor bajo un seudónimo
rimbombante.
Todos gritamos. Sin más. No hay por
qué fijarse en el vecino ni presentarle queja por su alarido; su
descomedimiento es común a todos. Por eso no se debe proceder contra el chico
de la esquina, que juega descuidado y su voz atipla para despotricar de don
fulano, que avaro y presumido exhibe su marchamo, ni tampoco desdecir del
maestro de escuela, que a grito pelado da su clase cada día y al hijo del
vilarino enseña a poner su nombre y más. Todos nos extremamos: a voz en cuello
y a escondidas, quedamente desgañitando, como burro que rozna o ave que pipía.
Quien no grita, no vive; quien no vive, no está: se ha ido, se ha esfumado, ha
desaparecido ya.
En el acto de alzar la voz por
encima de cortesía y mesura, cada gritador lo hace como sabe, como puede, como
quiere, como le dicta su naturaleza en el instante de expeler su frémito:
canta, pregona, proclama; algarea embravecido para exponer su razón, que
considera suya propia, aun cuando haya tomado prestado su argumento, o en nula
inconsciencia se lo haya atribuido con toda desfachatez; pero ulula, chilla,
brama, y, en su obstinación, desafina asordado por la gloria, el infierno, el
éxito, el fracaso, el anonimato y la fama. Así, pues, todos nos excedemos a la
hora de emitir nuestro desafuero o beneplácito; se trate de delicada estima,
desfortuna, agresiva actitud o tolerante y acogedor amparo. Cada uno se
comporta de su guisa cuando espontáneo grita: como energúmeno, como jíbaro,
como salvaje en estado primitivo, pese a su gesto armonioso dentro del entorno
en que mora.
Pero, no todo grito tiene su
elipsis, como aquella que describió el poeta, “de monte a monte”, acaso
envuelta en sí, ni ningún tipo de figura constructiva, más o menos bella. Hay
gritos que ni siquiera trazan una línea recta en el espacio, mostrando su ser
profundo, llano, liviano, volátil, fañoso o aflautado, con lo cual no llegan a
ser catalogados como grito ni siquiera desgarrados al revés. Nada. No son sino
mazacotes abandonados, trozos hirientes, de burda expresión, lanzados, a
bocajarro, a la nariz del más próximo oyente.
Respecto de esta última frase, hemos
de convenir con ese señor que se molesta enormemente por la existencia del
grito, emitido con estas características, cuyo bramido le causa pavor. Debemos,
por consiguiente, recordarle la vigencia de otros gritos, ajenos a la elipsis
poética, que marchan tras ella impelidos por la belleza de su propia creación;
se dan escasamente en determinado ámbito, y es lamentable constatar la
insoslayable carencia.
Elegante, primoroso y refinado ha de
ser el grito del ecléctico, del docto y el circunspecto, que deponen en dogma y
de infalibles se precian. Cuán ridículos fueran si un día escucharan el cursi
falsete de su acento en meliflua recitación de su apergaminado interior.
Callados estarían mejor que insultando, con sus pullas, al doliente silencio,
herido y atenazado por la insidia y el escarnio que rezuma su inicuo y malicioso
discurso sobre temas de sinsabor humano.
Gritan desabridamente aquellos que
no son sabios ni ignorantes, significados de grises, híbridos y neutros,
originarios de diversas capas sociales; carecen, por tanto, de auténtica
clasificación en la sociedad que integran, aun cuando pretendan auparse a la
más elevada esfera, impregnada de besamanos y parabienes.
Amparados tal vez en el grito de
socorro que lanza el desesperado en el escenario de su desgracia, quienes salen
de vuestro propio medio y, como avergonzados, tratan de olvidar la raíz que los
identifica, repiten, monótono y cansino, su gemido, en deplorable dicción con
que proclaman su desestima por el mundo donde fueron criados.
Para finalizar este aserto, recogido
en mi rincón, apartado y solo, con mi magro aspecto por testigo, confieso que,
aun callado, grito más que vosotros, de pie, junto al mostrador, enzarzados en
necias disputas, pues, no sabéis discutir, acerca de pesas y medidas, logística
asombrosa y armamento nuclear. Queréis arreglar un mundo que, con vuestra
conducta, talante y actitud, contribuís a estropear. Seguís mansos los dictados
de la moda, os dejáis atrapar en la escala de engañosa ascensión, y quedáis
involucrados en malas artes y buenos oficios, para dar cumplido fin a vuestra ambición
y vuestra codicia, dando lugar a que os angustie vuestra ansiedad y os
derrumben vuestros fallidos anhelos. ¿De qué presumís, si os portáis sandios y
discurrís cual memos? Cierto que os distinguís, por socarrones y cazurros,
torpes y soberbios, pacatos, obtusos y podencos, sin átomo de interés por
cuanto os rodea ni conceder una pizca de importancia a lo más substancial de la
vida, que es, en suma, saber vivirla.
Nada más acerca del grito, que todos
gritamos: a unos se les oye, a otros se les intuye, y, a los de más allá se les
supone estremecidos en el quebranto. Si acaso lo dudáis, aquí, con mi taza de
café humeante, me tenéis para confirmarlo. Segundo Luz.
Manolo terminó estas palabras en
tono más grave que al inicio, lo que logró imponer, en los presentes, un
silencio denso y cargante. Unos y otros se miraron llenos de estupor, con la
incomprensión reflejada en sus semblantes, sin saber a qué atenerse ni qué
juicio formarse sobre el texto leído.
Alguien carraspeó nervioso y otro se
excedió en su rebullicio, moviendo los pies, incontinente. No hubo más.
Permanecieron largo rato envarados, en espera de que algo insólito ocurriera
capaz de relajar la tirantez momentánea, de modo que advirtieran esfumarse el
compacto estatismo que los penetraba hasta lo más recóndito de su ser.
-¡Vaya firma!- murmuró Arturo,
deshaciendo oportuno el hechizo del momento.
Los demás continuaron presa de su
estupefacción, hasta que Nicolás, montando en cólera, amenazó:
-A ése habrá que hacerle gritar.
-Si supieras quién es- apuntó
Armando.
-Yo- confesó Nena –le daría las
gracias por ese escrito.
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José Rivero Vivas
EL GRITO (Fragmento)
Ediciones IDEA
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