SE BUSCAN HIJOS BARATOS
LEIRE DIEZ
No importa el
recipiente, no importa cuánto sufrimiento se infrinja a quiénes han de ser
vasijas con corazón y sentimiento. Lo importante es prorrogar la especie, ser
sangre de la sangre y considerar a otras mujeres como meros recipientes como si
estuvieran conectados a un enchufe y se pudieran apagar a conveniencia de las
partes que pagan.
Lo sucedido en Kiev
con las familias que tuvieron hijos alquilando vientres no son sino la consecuencia de haber apretado un poco
un grano que no hace más que supurar la infección de una sociedad enferma: la
nuestra.
Entiendo
perfectamente a aquellas mujeres que desean ser madres, también el sufrimiento
y la ansiedad de quienes queriendo serlo no pueden. Pero no alcanzo a comprender
la falta de valores y de derechos humanos respecto a mujeres pobres. Me repugna
profundamente la hipocresía cuando lo que está en juego son vidas humanas, y no
me refiero sólo a los bebés nacidos y a las vasijas (úteros) rotos.
Ser madre y/o padre
no es un derecho, como tampoco lo es tener riñones o un corazón. Como tampoco
es estar sano o envejecer con salud.
Y esto tenía que
llegar, que la mercantilización del cuerpo de las mujeres pobres cumpliera los
más básicos instintos de la oferta y la demanda; que en la cadena de
fabricación de niños el producto más barato sea el elegido aunque para ello
haya que vulnerar los derechos fundamentales de aquellas mujeres que, no sólo
carecen de dinero para poder vivir, sino que viven en lugares donde el desarrollo
no ha llegado a las más básicas cotas de derechos humanos.
Alquilar vientres
de mujeres pobres en distintos packs (básicos o Vips) exigiendo niños sanos y
el derecho a devolución del “paquete” no convierte a las familias que incurren
en esta abominación en víctimas de nada sino en verdugos de un sistema que penaliza y condena a las mujeres pobres a
seguir siendo el felpudo social de países con alma machista.
La reclamación de
tener hijos biológicos en lugares como Kiev acaba cuando el bebé nace con alguna
discapacidad o enfermedad, en cuyo caso acabará en el orfanato de un país que
no velará por sus derechos sino por colocarlo donde sea, aunque ello suponga
que el fin sea la muerte por inanición o la explotación sexual. En ese caso los
padres ya no son padres y los úteros son vasijas que no importa ser apaleadas
como si de una piñata de cumpleañeros pijos se tratara. La biología y la sangre
sólo sirven si los niños son perfectas almas rubitas engrendradas por catálogo.
Es la desfachatez y la tiranía del dinero como justificación y apelación al
deseo -no derecho- de ser padres por encima de todo y todos.
Y ser madre y padre
es mucho más que la perfección física o una cadena de cromosomas. Es amor,
mucho amor, es generosidad, es entrega, es mirarse en unos ojos que se diluyen
en los propios, llorar de alegría por victorias compartidas, es todo lo que se
puede hacer con nuestros hijos e hijas; los propios, los adoptados, los
acogidos, todos. Son sentimientos que no se pueden recoger en estándares de
calidad uterinos porque trascienden a quien engendra y quien gesta.
Es lamentable el
papel que están adoptando muchos medios de comunicación, empeñados en seguir
amarilleando sus parrillas al tiempo que ponen un altavoz en los victimarios y
no en las víctimas poniendo en duda algo que no admite discusión: no hay limbo
legal respecto a la gestación subrogada. Está prohibida y así lo recoge la
legislación en materia de reproducción asistida. Aprovechar las grietas del
sistema es la demostración de que el sistema debe ser un fortín de defensa de
los derechos de las mujeres, sobre todo las vulnerables.
Ahora sabemos que
la clínica de Kiev no sólo traficaba con los úteros de las mujeres sino que lo
hacía con los propios bebés, con órganos, con todo lo que sólo una mafia sería
capaz de traficar. No hay nada de altruista en infligir dolor y no hay dinero
que pague semejante vulneración de los derechos básicos de madres biológicas
(las que paren) e hijos.
Las familias que
acudieron a Kiev en busca de niño/niña conocían, o debiera haber conocido, que
ya había un comunicado de Exteriores en el que se desaconsejaba viajar a
Ucrania para llevar a cabo esta técnica. Por tanto la noticia no debiera ser
que esas familias no puedan inscribir a los bebés, sino que intentaron saltarse
la ley española para poder cumplir un deseo, no un derecho.
Hoy, con una mezcla
imposible de rabia y comprensión, sabemos que el consulado inscribirá a esos
niños y niñas y podrán volver a España. Rabia, porque quienes consideran que
sus caprichosos fines justifican todos los medios, regresan con su “trofeo”.
Comprensión porque el destino de esos bebés en su país es cruel y sin garantía
de cumplimiento de los Derechos del Niño.
Pero no debe haber
marcha atrás en el cumplimiento de la legislación española respecto al alquiler
de úteros. No puede haber excepciones ni recovecos. Igual que no los hay, por
ejemplo, en las leyes que afectan a los trasplantes. A nadie se le ocurriría
recurrir a la compra de órganos en países pobres para ser trasplantados en España
porque la ley no lo permite y es tajante. Quien dona lo hace de manera
altruista y lo hace con férreos controles de idoneidad y de justicia social a
través de un sistema que nos iguala a todos en las dichas y desdichas: el
público.
Es hora de que llamemos
a las cosas por su nombre y que, como sociedad, salgamos de la época de los
derechos de pernada sobre los derechos de las mujeres más vulnerables.
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