LA ECHADORA DE CARTAS...
DUNIA
SÁNCHEZ
Ella
lo eligió así. Soltar palabras mientras echaba las cartas ¿Dónde estará?
….donde estará el infinito astro de la buenaventura. Una y otra vez cada movimiento, cada barajar, cada sentencia
creyente ella de su destino. Cerró ventanas. Cerró puertas. Y en su salón de
piso gastado por los años se sentó. Cogió su manojo de cartas habitual y las
echó. Siempre la misma respuesta acorde con sus pensamientos, con su
conciencia. Cada suelta la estrangulaba en una tez más pálida, más decadente.
Sus ojeras pesaban…mucho pesaban, se aproximaban a un mundo abisal cuya
entrañas la agotaba, la fatigaba. Sintió
una sombra, una sombra tras de ella.
Pero ni caso hizo, seguía echando las cartas hasta que una mano
hermética, fría como plomo cayó sobre su hombro. Se estremeció, se le antojo
que sería el espíritu de la muerte que la venia a buscarla. Pero echa
continuaba echando las cartas. La muerte, si o no…no o si. Un fuerte fuego
atacó a su estómago y vomitó sobre las cartas. La mano seguía sobre su hombro,
pesada. Miró las cartas, la sangre arrojada sobre ellas, el maldito destino la
engañaba otra vez ¡basta¡ escuchó y se levantó. No había nadie. Abrió puertas.
Abrió ventanas. La noche sin luna y las cartas manchadas de rojo intenso por la
fuerte brisa se esparcieron en la pérdida. Primero un disgusto. Segundo un
asombro. Tercero la nada. Afligida miraba todo su derredor, toda su existencia.
Intento retroceder no se hacía donde. Daba marcha atrás al compás que su
quejido engendro una luz azul. La luz de la tumba, ella misma la había cavado
año tras año. Se dejo ir en el mecer de unas cortinas por la brisa fuerte. Ella lo eligió así. Las cartas se perdían en
el sentido del callar, de palabras consumidas a ras de sus ojos apagados. Se asomo en la ventana, la noche cerrada traspasada
por la fuerte brisa emitía no sé qué quejido de algún viejo árbol. Y vio esa
luz fúnebre, ahora que estaba gastada, arrugada en lo frío del aliento
nocturno. Todo había terminado, sus viejas cartas en no sabe dónde, sus anhelos
perdidos en un precipicio de desorientación. Abrió la puerta que daba a la
calle y salió. Con su camisón gris, con sus sueños grises. Se desprendió de él.
Al día siguiente encontraron su cuerpo desnudo bajo un árbol chirriante ante la
brisa fuerte , en la mano, unas cartas
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