LA
H ORNACINA
José Rivero Vivas
Director de arte: Marcelo
López
Maquetación: Migdalia
Morales
Ilustración de la cubierta:
Detalle: Bañistas en la
habitación,
Ernst Ludwig Kirchner.
Autor: José Rivero Vivas
(ISBN: 978-84-16759-18-7)
Ediciones IDEA, 2016
Toda independencia dignifica al ser que la reivindica. Llevada,
empero, a su punto específico, es de suponer que quienes propugnan su alcance y
se afanan en su consecución, se hallan en conocimiento de su riesgo inmediato,
así como de las futuribles consecuencias que más allá se deriven de su
culminación.
—¡Fidencio! ¿Qué escribes?
—Una novela, madre.
. . .
. . .
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(La hornacina. Cap. 3 Pág.
26)
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La hornacina es obra perteneciente al área denominada de incrustación,
sección sucintamente tratada por el propio autor en comentario sobre su novela Sesgo.
Abrumado por cuanto acaece en torno, Fidencio se ha puesto a
tomar nota de todo evento susceptible de estar sujeto al arbitrio de una
minoría, que presuntamente vela por la buena marcha de los relevantes
acontecimientos del país. En fecha anterior preparó una serie de cuentos -relativos
a la emigración de la época-, en la que don Herón es figura señera, alrededor
de quien giran los distintos personajes, en su mayor parte empleados de su
hacienda. Como años antes hubo hecho lo referente a su estancia en el
extranjero, con destino ignorado, advierte que esta obra previa se le atraviesa
en mitad del proceso de la redacción presente; ello le insta a interfoliar el
texto, cual si la narración realizada por Fidencio Luis
Padrón pudiera ser sustituida por la que escribe Lufidro, seudónimo tomado de
su propio nombre, con el que firma las andanzas de don Herón, su hija Silvina y
otros, que en suma complementan la leyenda. Insatisfecho con esta vía, a lo largo de su enrevesado proyecto, el joven consigue verificar
que solamente unos pocos tienen sitio en el rango oficialmente establecido,
independiente de su desarrollo, cuya implantación en el medio destacado, dentro
de esta singular actividad, persevera en su color mate, seriamente desdorado y
sin brillo.
Fidencio se siente obsesionado por la excepcional dimensión
tomada por aquellos autores considerados Básicos,
a cuyo rango sólo acceden las figuras deslumbrantes del país, lo que confirma
su constatación de que pocos tienen lugar en este reino, a pesar del pleno
merecimiento de algunos, aunque no encajan en el rincón destinado a los preferidos.
Su incorporación, empero, al orbe creativo, semeja perseverar resplandeciente;
sin embargo, no parece ajena a tono mate, seriamente ajado en su fulgor de
oropel. Él, delicado, sueña su expresión mejor, con objeto de trasvasarla al
duende externo y dirigirla luego a su interior; de este modo no habrá de hallar
traba a la acción emprendida, llena de fervor, ante unos seres enajenados,
prestos a ir contra sí mismos, guiados por cuanto comentario adverso es
expandido a través de las ondas, donde múltiples ciudadanos, de mítica
remuneración, certifican bien, mal o regular, conforme con lo dispuesto a
través de la consigna subrepticiamente cifrada.
Constancia, madre de Fidencio, con referencia a quienes gozan de
incuestionable éxito, suele decirles Únicos,
y, atribulada por cuanto su hijo haya de quedar al margen de esta categoría,
solícita acude al profesor Odón Garrido, a quien ruega que oriente al chico y
lo instruya en el camino a seguir, con el fin de adquirir apto nivel que le propicie entrada en el nicho –hornacina para ella- de óptima
consagración para aquellos que dedican su tiempo a la creatividad literaria. De
hecho, se pone a leer, sin recato alguno, los versos en que “el zagal mira a la mujer del tendero y ella
desea enseñarle su parte escondida”. Odón Garrido, irritado ante
su mimosería, hace mención al escritor americano, célebre después de su muerte,
cuando, a insistencia materna, fue publicada su CONJURA… Alega asimismo que, la aproximación de Fidencio a posibles
desencantos, no deja de ser “lamentos sociales trasnochados”. Al tender, no
obstante, la mirada en torno, claramente se observa que no es despropósito la
insinuación del muchacho relativa a cuanto se percibe y más. Constancia aprovecha
este inciso para inquirir la causa de su negativa a leer lo escrito por su hijo.
El profesor, evasivo, argumenta que el chico precisa amplia perspectiva en el
fluir de la historia.
Enamorado de Liliosa, Fidencio abandona la obra emprendida. Su
madre lo anima a mantenerse firme ante la adversidad; pero él desfallece, falto
de coraje. Ella le reprocha su afán por terminar esa Crónica de los Únicos; él
le corrige, Libro de los Básicos: una serie de cuentos cuyo coherente enlace
ignora cómo ensartar. Ella le sugiere la utilización de hilo conductor;
indulgente, él la mira con escepticismo, cual si, en silencio, expusiera su
tesis acerca del atolladero en que se encuentra.
En el Festival de los no integrados, Hortensia, de Radio
Antorcha, señala que Odón Garrido calca lo expuesto por Teo Cárdena, aunque se
rinde a Digno del Moral. A pesar de su aire desenfadado, el poeta novel mantiene
su lenguaje dentro de corrección y propiedad; pródigo además en adjetivos, código
que rebasa lo aprendido de Constancia en su afectivo desvelo. Claro es que,
Fidencio reside ahora en el Reino Unido,
ocupando suite lujosa en un hotel de Park Lane, con los ventanales sobre Hyde
Park. Un percance de salud lo lleva al London University Hospital, donde conoce
el problema de Joâo, oriundo de Angola, de donde tuvo que salir precipitado;
años más tarde apareció por las Islas Canarias, no en patera, sino como hombre
de finanzas, con sede en Londres. Aquejado de corazón enfermo, cuenta a
Fidencio su cuita, que no es de amor, porque dice tener ocho mujeres. En
conversación telefónica, uno de sus vástagos le reveló el secreto de su madre:
esclarecía la relación que el americano, compañero de lucha en su país, tuvo
con su mujer más linda. Es el momento en que Osmundo apunta que algún autor
aprovecha la catástrofe ocurrida para, inspirado en el sufrimiento, crear una
gran obra, sin entrar a juzgar su intención. Son cosas que Lufidro expresa a lo
largo de su novela.
Fidencio se siente indispuesto tras una discusión, sin motivo,
con Liliosa, que ha llegado a excitarlo en demasía y su corazón palpita a ritmo
acelerado, cuyas consecuencias ignora. El caso lo provocan esos escritos que
acaba de ver en la inmensidad de la virtual navegación: todos son héroes, sin
pensar que, defender el asunto que determina el amor, es como pretender el favor
de una mujer que nos rechaza. Aun así espera que, puesta la felicidad por
delante, alguno se haya de volcar sobre sus páginas y será capaz de leer el
volumen entero; su resumen será luego utilizado por otros que presumirán de ser
pioneros en ofrecer la reseña. En
resumidas cuentas, Fidencio no escribe su libro, o crónica, con avidez
rencorosa ni vengativa; su fabulación es suscitada por el fracaso amoroso
sufrido, después que Liliosa, su novia, acude a verse con Digno del Moral, de
quien quedó prendada a primera vista, allá en La Matanza, en su puesto de venta
en el mercado. Lo cierto es que, el ir Digno del Moral con Liliosa al barranco
de Acentejo, no es mera casualidad, por hallarse cerca ni mucho menos; el hecho
es concluyente tras su intención de hacer valer la derrota del castellano por
los guanches, de modo que no se esfume el recuerdo, cual se intuye, sino que
perviva auténtico, frente a cuanto se pregona en la valoración de Lo nuestro, y acaso no haga falta ahora
la arribada entonces de los galeones para la total entrega del nacional, y sin
condición.
El lance de amor sucede en La Laguna, por ser ciudad de
raigambre tradicional, sesgada hacia el vencedor después de la muerte de
Tinguaro. La copla cantada por Felipe Luis abre el corazón de Constancia y lo
recibe en el zaguán. El tiempo se encarga de esclarecernos lo ocurrido a través
de su consecuencia, cuyo drama interno es tema que concierne a quienes padecen
la incomprensión de su actividad, cual refleja la indiferencia que su producción
motiva en torno, complicado evento, susceptible de estar sujeto al arbitrio de
una minoría, resuelta a priorizar los relevantes acontecimientos. De aquí que
la acción de Felipe Luis no vaya en pos del folclore, como color costumbrista,
sino tras la huella provisora de reciedumbre en su sentimiento.
Osmundo reconoce ser menor que Silvina, pero está de ella
enamorado. Sin embargo, no cree acertado que venga con él a la ciudad, donde
habrá de trabajar en el servicio doméstico, misión de oprobio, siendo hija de
Don Herón, quien ganó su fortuna en las apuestas de caballos; después se unió a
Edwina, mujer de gruesa economía, y pronto nació Silvina, muy morena, lo que
despierta cierta sospecha sobre el origen africano de don Herón, quien se queja
de su sino, al retornar a su país y ser tratado como ente extraño. Alega, en
agravio, seguir con la misma pega de ayer, a pesar de su bolsa repleta; en ello
intuye que no es posible traspasar los límites de la resistencia humana. Osmundo,
en lugar de permanecer impasible, arguye que su vuelta fue a tontas y a locas;
don Herón, sensible a su emoción, razona con él, al par que duda de su propio
juicio, basado en el mutuo contacto tras encono desacertado. Osmundo,
circunspecto, entendió que ser rico no garantiza felicidad a este hombre, solo
que estaba después del abandono de su mujer. El tema indagado por Lufidro,
experto en letras, llega a interrumpir su cavilación, y lanza al aire su queja:
deslumbrado por el sol, no le es posible emprender nueva aventura. No obstante,
Osmundo mira en derredor tratando de columbrar la silueta de Silvina, que lo
turba con su aroma y sus dulces maneras.
Regresa Fidencio con ínfulas de configurar su novela; pero
distrae su tiempo en compromisos con Radio Antorcha, pendiente de una tertulia
cuyos participantes suelen debatir sobre actualidad. Es cuando alude a “Toda
independencia dignifica…”. Su madre se escandaliza, pero él continúa en plena
meditación, subrayando que su numen deriva de los Excluidos de la Tierra, en
cualquier área social. Teo Cárdenas pasea las calles solitarias de Santa Cruz,
durante “la nuit” –olvidado quizá de
mencionar al autor de los finos artículos-, a la procura de moza con quien
festejar una etapa de amor. Amigo
leal de Fidencio Luis Padrón, en noche de intensa lluvia sigue las pesquisas
del asesinato –sin similitud su reflexión con la de Monsieur Dupin sobre el
crimen de la Rue Morgue-, perpetrado cuando dos hombres atracaron un tercero
por unos billetes de banco. Hortensia se propone abandonar su puesto en la
emisora, pese a que Odón Garrido la incorpora a su programa; su decisión
subraya que es tonto Peribáñez si no reconoce el alivio de su voz, de
cadencioso arrastre en dejo de gente sureña.
En el espaldar del valle se alza la villa donde reside Liliosa,
la mujer que tiene a Fidencio trastornado y pesaroso, porque mañana saldrá de
viaje a Bruselas y tiene que madrugar. Antes agrega: si los hombres supieran de
qué merced dependen, tal vez se encabritaran como las olas y embistieran contra
el acantilado hasta pulverizarlo y convertirlo en arena. Acto seguido hace
referencia a la serie de cuentos de años atrás, y, absorto en sí, soñó una
noche que le daban la Presidencia de la Comuna, sin explicitar geografía y
ambientación. Lufidro comienza entonces a redactar el pasaje, y, sin cerrar el
capítulo, se ausentó para atender a Osmundo en su biografía, contrapuesta a la
de don Herón; la pega surgió por no tener teléfono, lo que trae a cuento el informe
de Silvina.
Referente a su estancia en el extranjero, con destino ignorado,
Fidencio percibe que esta novela antigua trunca la fluidez de su narración; tanto
así, que se ve obligado a intercalar y superponer los cuentos, para unirlos en
un cuerpo único y formar un volumen serio. El libro es, además, un ensayo
acerca de cómo se distribuye la importancia en inherente aspecto, al tiempo que
se insinúa el estilo, tornadizo y volátil, extraño por tanto al de algunos
considerados ases de la cultura, cuya potestad se arrogan como propiedad
privada, alegando su buen hacer en las letras, en escueta manifestación de los
eruditos en la materia
A medida que se avanza en el discurso, hay momentos en que parece,
según impresión, que es Lufidro quien escribe la obra, realizada por Fidencio
que, si no hubiese sido “poeta
desgraciado, cual de sí dijera Manolo”, podría alardear de sus artículos en
la prensa diaria, y difundir el tema central de su Libro de los Básicos, que
hallaría eco por doquier. Procede también aclarar que intervienen en este proceso las personas más allegadas, así como
los compañeros de trabajo y algún que otro amigo, localizado a distancia, sujeto
a filiación diversa. A este tenor, irrumpe la trama dentro del campo de acción
en que se mueven los personajes, de particular enseña, cuyo drama interno es
asunto que asimismo concierne a quienes padecen la incomprensión de su medio respecto
de su entrañable producción.
Pudiera pensarse en cuestión particularizada, a juzgar por los
escenarios que sustentan la propuesta; sin embargo, en su acotación, el autor
declara ser un total, que a dosis temperadas vierte en sus obras, se trate de
entorno, sueños, fantasía o pensamiento. El cauce narrativo podría orientarse,
cual la misma vida, que sucede a trechos, círculos, saltos; lineal y fastuosa a
veces, aunque suele mostrarse plana y sumamente insípida en casi todos, por más
que se presuma de notoriedad. Todo ello queda en la escritura comprendido; así, cada capítulo aquí, es un cuento previo que, sumado a
otros, en orden alterno, va situando la obra en su proceso hacia la conclusión
de la historia. Mas, el final no se produce por motivos de indecisión en
Fidencio, personaje narrador a ratos, quien delega en Lufidro parte del cómputo
de páginas logradas, con objeto de operar dentro y fuera del ámbito en que se
mueven los protagonistas del relato. Este sentir lleva hasta el
final, momento de traslucir que son esbozos para una biografía, acaso de la
colectividad.
Muchos equivocaron el sendero que llevaba a buen puerto, con las
naves atracadas, inexpugnables fortalezas, en espera de ser trasladadas orillas
del remanso donde se erige el castillo, con sus muros de piedra y barro, secos
por los años y los efectos del sol a través de sus rayos. Odón Garrido entonces
salta inquieto ante la intención de Fidencio de escribir sobre el magnate don
Herón, quien pone fin a la disputa entre empleados y patrón, tempestad no
anunciada, relativa a Crónica de los Únicos, referencia que Constancia hace al
gran escritor colombiano. De ello se deduce la severa oposición al centro
emancipado, una vez contrastado el armonioso canto de ruiseñores y alondras,
mientras en celo se arrullan, con esperanza de echar su barco al agua y zarpar
a otras regiones, por distintos mares, arriando el velamen, para al fin surcar
el ancho océano, y después volar a distintos lares, seguros de que La Hornacina no empalaga, ya que es
nimia la devoción prodigada por el entorno a quienes conforman su leyenda.
José Rivero Vivas
SERVENTÍA
Obra: E.18 (a.106)
Tenerife.
Islas Canarias
Mayo de 2017
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Abril de 2018
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