EL TAMAÑO SÍ IMPORTA
DAVID TORRES
Este fin de semana ha tenido lugar una escalada de ingenios
explosivos en que las grandes potencias se han puesto a dirimir cuál de ellas
la tiene más gorda. La bomba, se entiende. Mientras en otros sitios se
celebraba la Semana Santa, con sus crucifixiones y sus resurrecciones, en
Estados Unidos, en Rusia y en Corea del Norte han preferido emprender una
competición de torrijas. De hecho, el escaparatismo bélico de estos últimos
días no difiere esencialmente de esos concursos de gula doméstica donde en cada
casa intentan que cada torrija sea la última. Hay recetas de la abuela apenas
menos complejas que la fisión nuclear y con resultados más devastadores.
Empezó Estados Unidos, cómo no, con el anuncio del lanzamiento
de una megabomba, el GBU-43 MOAB, “la madre de todas las bombas”, como se
refirieron a ella sus padrinos sin el menor problema en plagiar la retórica de
Sadam Hussein. Entre las numerosas virtudes del artefacto está la de su
capacidad de destrucción: un radio de impacto de 1.600 metros dentro del cual
absolutamente todo quedaría devastado. Sin embargo, cuando se supo que la
habían tirado para reventar un complejo de túneles en Afganistán y liquidar a
36 insurgentes del Estado Islámico, la expresión “matar moscas a cañonazos”
adquirió nuevos y excitantes significados. Prácticamente, cualquier terrorista
del ISIS puede hacer más daño a poco que le dejen cerca un camión o una
furgoneta con las llaves puestas, y no digamos si el conductor ha tomado clases
en la misma autoescuela que Carromero.
Putin no tardó en sentirse aludido y recordó a los
estadounidenses que, si ellos tienen a la madre, ellos guardan en el arsenal
ruso al padre de todas las bombas, el AVBPM o “bomba de vacío por potencia
aumentada”, un proyectil termobárico algo más ligero que su pariente occidental
pero con cuádruple ración de calorías. Entonces Kim Jong-un terció en el
certamen de machos alfalfa con una exhibición de potencia nuclear que culminó
en un gatillazo espectacular. Alarmado por tanta ostentación falocrática, Ramón
Espinar contraatacó desde su cuenta de instagram con las fotos de un congreso
de almejas y zamburiñas que parecía Vistalegre III: de inmediato fue rebatido
desde la derecha con una sorprendente y dudosa ampliación del concepto
“mariscada”.
Una de las pocas cosas buenas de la irrupción de Trump en la
escena internacional cual elefante en la cacharrería es el abandono de esa
retórica compasiva que envolvía en mensajes de buena voluntad el exterminio de
la población civil en Irak, en Libia y en donde haga falta. En una entrevista
en la Fox, el mandamás norteamericano explicó que estaba con el presidente
chino comiéndose un pastel de chocolate cuando los 59 misiles Tomahawk salían
disparados hacia Irak. Dijo Irak en vez de Siria porque para él en ese momento
el chocolate le importaba mucho más que los niños muertos por el ataque
químico. Con Trump la guerra fría ha vuelto a ponerse caliente, igual que
cuando los chavales de mi barrio se ponían a ver quién meaba más lejos: nunca
faltaba alguno que se empeñaba en lanzar el chorro hacia arriba y al final nos
salpicaba a todos.
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