En el
libro de inglés para extranjeros, adquirido en Camden Town, Gráfulo encontró un
cuadernillo que en la portada decía: Bayhouse
is my aim, by Joe Brown, que él tradujo por “Casahueca, mi anhelo”. Al
final lo dejó en Casahueca, por considerar su concisión más apropiada para
designar el país a que se refiere. El mayor deseo de Joe Brown era ir a
Casahueca, pero desistió desde el instante en que estalló la guerra contra un
enemigo diluido en el enigma del propio fin perseguido.
Confirma su comentario que en su devenir, el país,
allá en la capital, compone la noticia histórica, en el trance de pugna silente,
con dimensión diversa, conducente a conflagración mundial, en lucha por la
supremacía entre equidad y libre fuero. Este escenario provoca diferente
relación entre nubes, en dependencias de siglo pretérito, integrado en los
anales de una y otra opción, después de iniciadas varias claves, propuestas
para legitimar el cambio de rumbo que anuncia la nueva era.
Como
inmediata reacción, al verse rechazado por la comunidad que integra, Gráfulo se
ve obligado a escribir sin pausa, hecho que, en recíproca derivación, es
traducido en condena impuesta por vecinos, familiares y amigos. Pero, absorto
en su grafomanía, persevera en su actividad, ajeno a canon y extraño a lógico
procedimiento. De este modo se enfrenta al entredicho oscuro, que lo impulsa a
revelar su identidad, al tiempo de reconocer que Orencio y Donina, sus padres,
le urgen visitar Casahueca, donde hallará sus raíces en el arte elaborado de
una cantata, interpretada por voces blancas, anónimo medieval conservado en
códice sobre pergamino, ocre por la pátina del estante y el transcurso del
tiempo.
Con mayor o menor agrado acude la gente a contemplar
la exposición, atendiendo, en conciencia, a la simpatía que inspire el motivo
plasmado sobre el lienzo, según el aparente conocimiento de la obra pictórica y
la maestría de su creador. Alguno observa con cierta reticencia, envuelta su
mirada en desdén, tras informe sobre el joven artista, cuya labor ilumina la improvisada
terraza, bordeada de piedras, puestas adecuadamente para formar escollera y que
sea salvaguarda del terreno ganado al mar, donde irán, según ordenanza
gubernamental, las instalaciones deportivas, que habrán de terminar en mera
justificación de premura y trama.
Solo
completamente, aunque rodeado de todos, después de meses por tierras de sus
abuelos, se dirige a sus padres con objeto de mostrarles su desagrado por las
cosas pasadas, antes y después de su partida. Es cuento enraizado en la ilícita
confiscación de sus bienes, como consecuencia del cambio de operaciones
financieras, tras regulación del nuevo régimen, de musa apartada a regiones
inhóspitas. Por ello, comenta para sí, la sumisión y el sometimiento, aun
complacientes, de quien presume de hidalguía y firmeza, es como predicar el
buen proceder de quien sucumbe al imperioso magnate que, en peregrina actitud,
impone su criterio y hace prevalecer su voluntad.
En su casa recibe a Cirenia, quien con frecuencia se le aparece, en
esporádico alarde, para señalarle torpezas y desaciertos que, por mero
descuido, salpican su narración. Inmerso,
no obstante, en su obviedad mental, acompañado de grave soledad hiriente,
pronto se sume en los vericuetos del crepúsculo vespertino, y, progresivamente,
añade las formas pobres de este frenesí sin término, por cuenta de aspiraciones
vanas, exhibido en la película proyectada ayer y que en absoluto le atrae en sustancia.
Siendo
todavía niño, sus padres lo llevaron a Pompeyo Frei, eminencia de Casahueca, de
donde desertaron muchos, una noche de torva tormenta, tratando de hallar libre
acomodo a sus ideas y aspiraciones en ámbito abierto allende sus fronteras. Respecto de la noche y sus sombras, otros
miran perplejos la idolatrada efigie, protegida tras el velo luminoso, tendido
sobre remoto horizonte. Lo cierto es que el autor, desconocido en el medio de
su auténtica aportación, deja huella ilustrativa sobre el tema relativo a los
nombres que ornan la cenefa de múltiples colores, semblanza imponderable,
respecto de la fortuna desplegada merced a su portentosa enseña.
Vencido por el sueño, no puede escribir como había
determinado, por lo que piensa presentar renuncia ante el escaparate de
aquellos que pretenden sembrar temor sin remitirse a lógico desenvolvimiento. Cirenia,
de quien está en efecto enamorado, deja
de suponer oportuna conveniencia, porque prefiere continuar fuera de curso
amante, pensando que su inclinación habría de ser vano esfuerzo en busca de lo
inexistente. Ella, en realidad, representa el amor que tuvo, o quiso
tener, en sus primeros años; mas, Justo Ramos, su padre, alegando razones de
propia estima, se opone a dicha relación, aunque ambos jóvenes, a escondidas,
mantienen cálido contacto en el marco de su ensueño.
Prácticamente
incomunicado, Gráfulo no cesa de emborronar en afanoso intento de anotar cuanto
su capacidad le permite captar del ambiente, además del sucinto pensamiento que
el medio le inspira; falto, sin embargo, de tema con que llenar el montón de
folios, que abarrota su mesa, recurre a contar las experiencias de Joe Brown,
en la versión que su amigo Sam Taylor ofrece a cuantos quieran oír su palabra,
charla en que exagera su encuentro con el muchacho, para declarar que son personajes
de la historia que relata Pompeyo Frei, a través de las ondas de City Radio; luego,
obsequioso en demasía, le señala el libro adquirido en la tienda de banned books, cuyo inicio abunda en la
sórdida descripción de Casahueca.
Gráfulo
escucha a Sam Taylor esgrimir las particularidades halladas durante su estancia
en aquel país, de donde partieron muchos con destino a Inglaterra y otras naciones
de análoga influencia. Sam Taylor lo mira apesadumbrado por cuanto ha dicho
respecto de lo observado durante su esporádica visita al sitio vedado; pero
Gráfulo, paciente ante lo impredecible, presiente ser también perseguido por
fuerzas alternas a las oficiales del gobierno local, causa por la cual teme
asistir, en la Sociedad Flamante, a conferencias y coloquios, pese a estar de
moderador Pompeyo Frei, labor que con eficacia ejerce semanalmente en su
programa regional. Sin embargo, su versión acerca de Joe Brown difiere de
cuanto Sam Taylor ha referido, y Gráfulo se siente consternado.
Joe Brown, por su parte, entusiasmado con la
propuesta de su amigo, decide viajar a España, donde conoce a Petra, quien lo
hace olvidar a Kathy, su novia en Inglaterra, adonde fue con Osita y Santero,
sus padres, que emigraron en busca de trabajo cuando España permanecía atada a
su anterior vivencia. Sam Taylor aprovecha su ausencia para emparejarse con
Kathy, burlando a Joe Brown, quien se consuela con la proximidad de Petra, a la
que más tarde seduce Sam Taylor, por cuya causa, Joe Brown, con una piedra en
la mano, lleno de ira comete su acto de violencia, el cual acaba en tremendo
desaguisado.
Gráfulo
apaga la radio y se acuesta; pero, su desasosiego aumenta. Se levanta, coge el
cuaderno y escribe a troche y moche, anhelando llenar el vacío que oprime su
ser. No repara en la cantidad de hojas escritas, aunque el grosor del cuaderno
influya en la disposición del texto; pero Joe Brown no es de talla excesiva y
no demanda especial cuidado en su presentación oficial. Así, Pompeyo Frei, se
luce en su oratoria y Sam Taylor, admirado, lo contempla con cierto arrobo no
exento de timidez. En la sala central de la Sociedad Flamante, Pompeyo Frei
concluye su conferencia sobre los astros fulgentes y los satélites artificiales
desperdigados en el espacio, para exteriorizar finalmente su ferviente deseo de
regresar a Casahueca, ahora que el antiguo régimen semeja haberse derrumbado
como por ensalmo.
La
charla de Pompeyo Frei deja a Gráfulo sin argumento con que rebatir su diatriba
contra Casahueca, país para él desconocido, aun cuando perdure en su memoria la
inestimable visión vertida por sus padres. La actual perspectiva ha variado,
aunque presiente enorme sinrazón sobre el inconexo abismo abierto con general desmedro.
Por si no bastara, Otero Mora, agente secreto del anterior sistema, que con
saña persiguió al disidente, lo deja en libertad de acción para elegir su
destino, que inexorable lo conduce al seno de la patria añorada. Obediente a la
resolución del organismo internacional, el implacable sabueso escribe ahora su
informe con tinta azul, lo que destaca el contenido del discurso, que trata de
informatizar antes de la alborada.
Recluido
en su aparte, Joe Brown confiesa que su pueblo es la emigración, donde ha
vivido lo más de su tiempo, convencido de haber actuado en código de elevada
conducta. Volver, por tanto, a sus orígenes, es algo inusitado, y ha de callar
cuando oye despropósitos acerca de la vida en distinto ámbito y extraño lugar.
Pero cometió el grave error de presentarse en España en pródiga simulación de
Pepito Moreno, por lo que en días venideros ha de sentir dolor en el alma,
cuando la luz oriente su canción preferida, y la oiga interpretada por la
magnífica voz de Kathy, cantante prodigiosa que le provoca envidia y desazón,
mal que se advierte en la desmejora de su aliento, que minimiza su fervor por
la fémina de su amargura.
¿Dónde
estableces tu meta?, le pregunta Cirenia, tal vez desencantada de su
negligencia en fruir la felicidad. Gráfulo, torpemente, ignora la presencia del
manantial y no percibe el rosal cargado de brotes, como evanescente crisol, a
punto de abrirse en incomparable arrebol, con hermosura lejos de ir en un paso,
ajena, pues, a paráfrasis de aquel poeta audaz. Abstraído en su denuedo, no
advierte el desencanto causado, que arrastra su imagen y derruye el sublime
concepto de su persona.
Cirenia,
decepcionada, se ausenta en silencio del entorno donde apartado mora Gráfulo,
quien, recluido en su malhadado aposento, sueña su propia aureola de creativa
nostalgia. Mientras, displicente, escribe sus memorias.
SERVENTÍA
Obra: E.18
(a.106)
José Rivero Vivas
San Andrés, Tenerife.
Abril de 2017
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