EL PASEO...
DUNIA SÁNCHEZ
Su
paseo incesante por las enrevesadas raíces de la vitalidad. En el bosque la
bruma se hacía más densa, más mezclada con la humedad de una vieja tierra. Ella
caminaba lenta, insonora a toda polución de las personas. En sus pensamientos
daba prisa a ese aire frenado de los
ayeres, amputando cada secuela cristalina que nos hace retornar. Un empujo la hizo adentrase más y más en esa
masa arbórea hasta llegar al árbol más grandes. Relucía con su corteza marrón
grisácea más que los demás. Se situó frente de él. A ras de su pie nacía una oquedad que la
invitaba a introducirse. Penetrar las entrañas nobles de aquel majestuoso
árbol. En su interior era todo oscuridad
pero la calidez que insuflaba la invitaba a quedarse hasta que el amanecer
broncíneo retumbara en las campanadas de su aldea. Y espero. De vez en cuando
dormitaba y sueños se hacían con ellas. Sueños de una vieja espera donde los
navíos del destino alzaban sus velas con la luna clara. Allí estaba. Navegando,
navegando…Por los pasadizos del océano que la llamaban. Las campanas sonaron y
ella salió del cuerpo de aquel árbol. Lo miro, lo acarició. Y su paseo se torno
hacía su pueblo. Todavía callado. Con sus calles empedradas eco de los pasos de
ella. Llegó bajo su techo. La casa estaba vacía. Se asomo desde una de las
ventanas y allí en la lejanía el árbol. Ese árbol que le hacía un guiño como el
despertar a una nueva aventura. “ Quizás
no sea muy tarde”, pensó. Se mudo de ropa
y salió de la casa. Saludaba a todo vecino y se dirigió al campanario. Las
campanas todavía sonaban. Detenidamente observó ese movimiento pendular. En ella penetró el aroma de sus gentes, de
sus costumbres. Y sola entró en la
pequeña iglesia. No había nadie. Se sentó en una de sus sillas y absorbió la
fragancia de sus paredes antiguas, de su historia, de su vida.
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