EEUU: ENTRE DEMENTES
Y DEMENCIADOS
Donald Trump y Joe Biden durante el debate que
mantuvieron
el pasado jueves. CNN PHOTOS | EFE
Hace ya muchos años, 1981, las
hemerotecas de todo el mundo se escandalizaban de que un actor bastante malo y
notablemente analfabeto se convirtiera en el presidente de la mayor potencia
económica y militar del planeta. No es que antes EEUU no hubiera tenido
mandatarios estrafalarios, torpes, patizambos o excéntricos, pero Ronald
Reagan superaba todas las expectativas distópicas. Era como elegir a Boris
Karloff como reina de la belleza en las fiestas de tu pueblo.
Ahora en España hemos normalizado la estelaridad democrática de personajes que oscilan entre lo ridículo y lo patético, como Alvise, Abascal o Isabel Quironcita Ayuso. Por suerte España ya no tiene poder militar para destruir el mundo, por mucho que nos lo parezca cuando Santi se pone el casco de los tercios de Flandes. Pero EEUU sí. Y están a punto de elegir como presidente a un viejo loco de pelo rojo (que me perdone Van Gogh) o a un ricacho de herencia al que la edad le ha privado de su última neurona.
Como anarquista inofensivo, os susurraré
que esto de la democracia, a los demócratas, os está saliendo regular. Se
supone que la democracia se creó para elegir a los más nobles y capacitados
como representantes del pueblo. Pero la experiencia nos dicta que nadie
destruye mejor la democracia que los votantes. Ya no hacen falta golpes de
estado militares, que suelen salir mal, como el de Bolivia. Basta con conseguir
que tu futuro se decida entre un demente (Donald Trump) y un
demenciado (Joe Biden). En un vasallaje bajo dementes o demenciados se ha
resumido el sueño de nuestra democracia, por resumir.
Ya sé que lo que cuento es muy triste,
pero os jodéis. Os pasa por leer a poetas individualistas o románticos, que
viene a ser lo mismo. Pero no me digáis que es normal que el mundo esté
pendiente de si le damos el poder occidental sobre la vida y la muerte a un
demente o a un demenciado. Me pregunto dónde está el pueblo, la gente que yo
conozco, distinta y normal, que discute amablemente y pasea, que se cabrea conmigo
entre risas mientras no hablamos de nada. Yo pensé que la democracia era esa
gente, diversa y a veces bellamente extraña, pero no encuentro a esa gente en
las urnas. Yo estaba convencido de que la democracia daba voz a esa gente, pero
su voz, que sí escucho en las calles, no la oigo en las urnas. Quizá es algo
raro que me pasa solo a mí. O quizá sea algo raro que os pasa también a
vosotros.
No es posible que la voz del pueblo
norteamericano esté dirimiendo si apostar su destino entre dos infrapersonajes
como Biden y Trump. Detrás de la barra de cualquier bar de la Quinta Avenida
encuentras personas con mejor cerebro que Trump y Biden para dirigir el
planeta. En cinco minutos. El tiempo que tardas en pimplarte dos dry martini.
Lo que yo humildemente me pregunto es
dónde está la gente. Ya sé dónde están los borregos, a los que desprecio y
temo, pero les advierto que ellos también deberían temerme a mí. Mi gente es la
que no encuentro en las urnas. Quizá es que somos distintos en las calles y en
las urnas, que nos transformamos al ir a votar, asunto que tampoco comprendo
muy bien.
Todo el mundo dice estar asustado ante
Donald Trump, pero la mitad no republicana de un país elige a un candidato
demócrata gagá para que pierda las elecciones. En EEUU, cuna de la democracia,
ya solo hay un partido. Celebremos la fiesta de la democracia, por tanto, con
estúpida alegría.
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