LA HUNGRÍA DE FEIJÓO
GERARDO TECÉ
Uno ve por la tele a Feijóo dándole la enhorabuena a los gaditanos porque tienen una luz impresionante y la idea de que en unos meses España pudiera convertirse en la oscura y antidemocrática Hungría del sur de Europa parece lejana. Un imposible. ¿Quién puede imaginar que, de aquí a un par de años, a España le sucediese como a Hungría y fuese expulsada del programa de intercambio Erasmus como represalia por haber desprotegido a minorías o violado la separación de poderes del Estado? Pasa en Europa, pero en lugares lejanos. Y poco luminosos.
Para que algo así
pudiera suceder en España deberían darse muchas circunstancias. La primera, que
la derecha no entendiese la democracia como una serie de valores que tiene
interiorizados, sino como unas reglas del juego que le fueron impuestas y que
le tocó aceptar. Hace 45 años, la derecha española abrazaba la democracia no
porque quienes eran franquistas un cuarto de hora antes sintiesen de repente un
escalofrío ético recorriéndoles la espalda, sino porque la Transición les
ofreció una oferta irrechazable: seguir ganando en un tiempo y lugar –la Europa
democrática en la que moría la última dictadura militar– en el que les tocaba
perder. Cómo no aceptar algo así. La imagen del franquista Manuel Fraga
reprimiendo a sindicalistas al grito de “la calle es mía” poco antes de
convertirse en padre de la Constitución explica bien cómo llegó la derecha
española a la democracia: igual que llega usted a Vodafone o Movistar, con una
simple portabilidad.
La segunda
circunstancia que debería darse para la hungarización de España es que la
derecha dejase de respetar las reglas de un juego que un día le sirvieron y
quizá cada vez le sirvan menos. Un juego consistente en que la derecha controle
el poder económico, el mediático, el policial y el judicial, pero que permita que
el político caiga en manos de la izquierda si así lo decide la mayoría. Esa
negación de las reglas del juego sucedió en la República y vuelve a suceder
ahora. Tras sacudirse las mayorías absolutas de Felipe González, la derecha
española no ha hecho otra cosa que negarse a aceptar que esa pequeña parcela
del poder en disputa que es la política pueda estar en manos de otro. El
Gobierno de Zapatero no era legítimo porque ganó las elecciones tras el
atentado del 11M. El de Pedro Sánchez directamente fue calificado de banda
criminal nada más tomar posesión. En realidad, que la derecha pierda el poder
político siempre es considerado un atentado.
El tercer
ingrediente necesario para que España acabe hungarizada tiene que ver con la
separación de poderes. Hace unos días supimos que El ModeradoTM Feijóo se
reunía en secreto con fiscales conservadores prometiéndoles derogar lo aprobado
por este Gobierno si llegaba al poder. Tampoco es para tanto. No lo es teniendo
en cuenta que venimos de ser testigos de cómo un Tribunal Constitucional,
controlado por una derecha con el mandato caducado, paralizaba la actividad del
Congreso, evitando que los legisladores pudiesen establecer la renovación de
este mismo tribunal. No saben a tanto las oscuras reuniones de Feijóo tras más
de cuatro años viviendo el secuestro del Poder Judicial. El resto es controlar
el Gobierno y perfeccionar el método. La cuarta condición necesaria para entrar
en las sombras húngaras es que la persecución y la desprotección de minorías no
sea tanto un asunto de tuits escritos por ultraderechistas como de que el BOE
sea escrito por ultraderechistas. Todas las encuestas parecen coincidir en que
un gobierno de Feijóo sólo sería posible de la mano de Vox. De cuánto necesite
el PP de Vox dependerá cuánta degradación democrática vivirá este país, cuánta
persecución de minorías se le permitirá a Vox. Un reparto de escaños es todo lo
lejos que estamos de Hungría. El quinto elemento tiene que ver con Europa. Con
ponerla en duda porque tu propaganda interna allí no funciona. El desprecio de
Vox ya es conocido. Los de Feijóo empiezan a enseñar la patita sin importarle
bochornos como el de Bruselas teniendo que negar bulos lanzados por el PP
contra la Comisión Europea a cuenta de la inflación, los datos del paro o Doñana.
Creo que fue Iñaki Gabilondo quien dijo que el mundo se dirigía hacia el abismo
con una calma pasmosa. Pues en esas estamos. Con mucho sol, eso sí.
Uno ve por la tele
a Feijóo dándole la enhorabuena a los gaditanos porque tienen una luz
impresionante y la idea de que en unos meses España pudiera convertirse en la
oscura y antidemocrática Hungría del sur de Europa parece lejana. Un imposible.
¿Quién puede imaginar que, de aquí a un par de años, a España le...
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