viernes, 14 de abril de 2023

A FLOR DE PIEL

 

A FLOR DE PIEL

(Una lectura de Pieles sensibles de

 Mª Candelaria Pérez Galván)

Cecilia Domínguez Luis

 

Había leído cosas sobre los espejos y sus efectos inquietantes, cuando no devastadores. Reflexiona Urbana, la protagonista de una de los cuatro relatos que integran el libro Pieles sensibles de Mª Candelaria Pérez Galván, publicado recientemente por Ediciones Aguere-Idea

Relatos de soledades e incomunicación, del lado oscuro de la inocencia malherida, de la infelicidad, pero, al mismo tiempo de la capacidad de amar y la esperanza de un reencuentro.

En el primer relato, titulado El paseo, Urbana, la protagonista se contempla- quizá por primera vez- en el espejo, y ese descubrimiento de su imagen, la hace reaccionar y salir en busca de ese otro yo, de ese doble que le aseguran-incluso su marido- que existe.

Y sale de su casa, y en su paseo pretende, además , olvidarse- acaso también liberarse- de la carga e un marido ambiguo y fetichista, que la minusvalora y llega a despreciarla: …como si hubiera cruzado un umbral que, al descruzarlo, la hubiera devuelto, desnuda e inerme, a una realidad absolutamente alterada.

Y esa realidad absolutamente alterada es la que encuentra Olalla, en La casa fea. Olallita, una niña, hija de emigrantes, a la que su madre, Esmeralda, envía acompañada de sus padrinos que regresan, por un tiempo, a la isla, a vivir con sus hermanas y su abuela, para evitarle miserias.

Una familia, en la que Tatana, la abuela, se ha tenido que hacer cargo de sus cinco nietos, tres mujeres y dos hombres, a la muerte de su hija, a causa del parto de la más pequeña, Estrella, que pasa al cuidado de su hermana mayor, Benigna, mientras la abuela trabaja de sol a sol para sacar adelante a sus nietos. Hasta que Esmeraldita se fue ara Venezuela, reclamada por el malandrín de su marido.

Los hombres se han marchado: quedan Tatana y sus nietas Benigna y Valentina, una mujer con la mitad del rostro marcada por el agua hirviendo de un caldero que, por accidente volcó su hermana Benigna, una mujer casada con un hombre que la maltrata y que, sin embargo, parece aceptar su situación, de tal forma que contesta, tal vez para convencerse a sí misma- que «Sarna con gusto no pica».

El choque es brutal para una niña que siente el abandono como una herida en su inocencia, que no va a cerrarse.

En La casa fea la autora no solo aprovecha para hablar del desarraigo que supone la emigración, sino también de una sociedad, la canaria, en la que la mujer sigue teniendo un papel sumamente subordinado al del hombre , y que es, fundamentalmente, cuidadora.

Benigna y Valentina son dos mujeres marcadas por su condición femenina, en una sociedad pequeña y rural, que ven a la recién llegada como una redención, un resarcirse de sus afectos reprimidos; sobre todo Begoña, que no ha podido tener hijos y que, al encontrarse con su sobrina, ve en ella el rostro de su hermana a la que cuidó.

Pero como bien dice Tatana: «Mata chica, raíces grandes». Y Olallita no puede adaptarse a aquella casa fea, a pesar de todo el cariño que recibe, ni a aquella isla que la separa de su madre.

Y así se renuevan las despedidas, las ausencias, y la soledad se agranda.

Pieles sensibles, el cuento que da título al libro está escrito en una primera persona que se dirige a un tú, que es ella misma, en un soliloquio doloroso, no sin tintes de ironía, en el que habla de su gata, su única e indolente compañía, con ese desapego tan propio de su especie.

Una doble soledad, porque no es una soledad elegida, sino que le llega, como producto de otros desapegos: el de su marido y el de sus hijos.

La ironía de la protagonista es, a veces, un arma que se vuelve contra ella misma. Así dice, hablando de su matrimonio: Fernando de Armas Escalona, arquitecto de profesión y empedernido lector de «éxitos de temporada». Rosario Gómez Acevedo «para servirle».

Frase bastante elocuente con la que, dolorosamente, aparece una, acaso tardía, reivindicación de la protagonista, cuando es consciente de que no es lo mismo trabajar que servir. Pero pronto se da cuenta de que sus protestas, sus quejas, juegan en su contra.

El desengaño, la educación que pesa como una losa, el sentimiento de culpa, la imposibilidad de comunicación, no sólo con su marido y sus hijos, sino con las personas que la rodean y que, en su mayoría, están tan solas como ella, le provocan un sentimiento de derrota que la desconciertan.

El último relato, Por nada del mundo, es el más corto, pero yo diría que el más intenso y desgarrador.

Es el caso de la inocencia ultrajada de Hermelinda, con un hijo como fruto de esa violencia, al que tiene que dejar al cuidado de un asilo, para ella poder sobrevivir en una tienda de telas «de las de toda la vida», donde se la trata «como a una más de la familia»; entiéndase con la confianza que imprime el roce dependiente de muchos años, que incluía retrasos en el pago del salario o repentinos y «provisionales» recortes en el mismo…

Hermelinda, tan falta de afecto, cree encontrar el amor en una de sus compañeras de trabajo, Remedios, que bromea mucho con ella y se acerca cariñosamente, pero que sólo queda en eso. Ni siquiera está ya su hijo. Y atravesó sola y una vez más el largo y estrecho pasillo de su vida.

Pero se conforma. Ella ama, también sufre, pero ahora, sobre todo, sueña, a la orilla del mar con un gigantesco enjambre de criaturas luminosas que, en sus desplazamientos danzantes, parecían dirigirse, precisamente, al lugar en que ella se encontraba.

Pieles sensibles lo componen cuatro relatos narrados con un gran cuidado del lenguaje, con descripciones que rozan lo poético, como si el paisaje pusiera un contrapunto de belleza a estas historias de ausencias, soledades y dolorosas reivindicaciones.

Por otro lado, la ironía, aparte de aliviar, en cierta forma, la tensión del relato, también refuerza la idea de denuncia de la autora de este libro, en el que no falta la acertada recurrencia a refranes y frases hechas, como: «Sarna con gusto no pica», «no solo ser sino parecer», «ojos que no ven corazón que no siente», «una más en la familia», etc…

Candelaria Pérez Galván, nos va llevando, con su buen hacer literario, a territorios y hacia las vidas de unas mujeres, -que seguramente reconoceremos- y que, a pesar de su infelicidad y sus soledades, reivindican el amor y el deseo de ser ellas mismas, en una sociedad, desafortunadamente, tan indiferente como la gata de uno de sus relatos.

Cuatro relatos que no debería perderse- y me acojo aquí al título del último de este libro- por nada del mundo.

 

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