SU TÍA SE LO HABÍA DICHO...
DUNIA SANCHEZ
Su tía se lo había dicho, no vayas allí. Ella sin caso alguno subió a la colina más altas entre las siete que avistaba sus ojos amarillos, sus ojos morados. Un viento feroz se entrometió en su pelo, alborozándolo en un baile arrítmico, un revuelo que le vendaba la visión desde esa altura. No vayas allí, las palabras de su tía se escabullían en cada latido estallado en su pecho. La noche vino y el viento continuaba remando con celeridad y violentamente. Luego vino la calma. Desde donde estaba ella avisto una fogata en forma de cruz y figuras negras en movimiento, en un grito que no daba crédito a su temor. Era noche sin luna, era noche de silencio, era noche de estrellas dispersadas en un cosmos irreconocible. No vayas allí, se repetía constantemente en la fugacidad de la noche, en la fugacidad de su aislamiento ante el terco frío de una noche de primavera. Y las
figuras con el
viento callado seguían en su danza, porque era una danza, al escuchar el sonido
de flautas, chácaras y tambores allí, donde una cruz y figuras negras se
movían. De un instante a otro vino el viento, se ordenaron los astros y su pelo
se enredó con sus ojos, con sus ojos amarillos y morados. Amaneció y todo fue
callar, y todo desapareció. Con lo tosco de su pisada se dirigió aquella colina,
aquella colina. No había rastro de la hoguera, de que hubiera gentes la noche
pasada allí. Solo encontró un colgante. Se agacho y lo cogió entonces sus manos
se fueron transformando en llamaradas de una vida perdida, de una vida ofuscada
por cada recuerdo ingrato de su recorrido. No vayas allí. Las palabras de su
tía retorcían su corazón a medida que su memoria la estrangulaba, la ahoga en
un pozo de su pasado. No vayas allí…no vayas allí. Soltó el colgante como si el
demonio se tratara, como si una fuerza maligna quisiera absorber en el
precipicio de la nada. Su tía se lo había dicho, no vayas allí. Cayó al suelo y
no despertó hasta que la caída de la tarde fue cazada por la noche. De su
rostro lágrimas rojas se derramaban, ya no sabía si por su error o por su
descuido. Si, se había descuidado. El colgante no estaba, solo una cruz en su
soledad. No llegaba entender, no quería
comprender y como alma llevada por el diablo descendió la colina. No vayas
allí, las palabras de su tía burbujeaban con el marchitar de las flores de la
primavera. Llego a su casa. Se miro al espejo, había envejecido solo le quedaba
sus ojos amarillos, sus ojos morados y el rumor interminable, no vayas allí.
Ven, ven sobrina mía escucho en un instante. Su tía muerta le hablaba. Ven,
ven…donde la tierra de cipreses se arrima a los nichos donde los hombres
descansan, mueren en el adiós. Ven, ven…no vayas allí.
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