AFORTUNADAS
JOSU AIZPURUA
Siempre las creí
afortunadas, de niño sobre manera, cuando llegaba con mis padres del sirimiri
helado de mi Botxo natal y me ponía a correr por sus playas y senderos. ¡qué
imborrables recuerdos!
Pero esta secuencia
vital, hermosa, se ha quebrado en 2022, donde desde mi atalaya de anciano, las
cosas cobran otro sentido, y miro a las “Afortunadas” con recelo; algo cambió y
me esmero en descubrirlo con ahínco.
La población autóctona que yo descubrí, pobre y digna, se ha transformado en ansiosa por el dólar, en obsesionada por la apariencia, en miedosa de ser ella misma. El voto se convirtió en mercancía.
No es posible que
la situación isleña permita una vida tan aparentemente apacible como la de las
terrazas canarias, cuando en sus costas mueren niños y desaparecen seres
humanos dolientes ahogados. Todos saben que hay 3.000 niños hacinados y
escondidos en su tierra canaria, esperando a que cumplan 18 años para
arrojarlos a la calle donde deberán convertirse en delincuentes para sobrevivir.
La buena gente
canaria se sabe impotente y calla. ¿Callar es la solución?
Callar no; pero
hablar alto se convierte en peligroso. Dramática alternativa canaria.
Nos vigila el godo
colonizador, nos acecha el Sultán, nos adormecen los coaligados, solo el paseo
por el Teide nos devuelve a la tranquila existencia. Y en sus cumbres oímos la
voz de los ancestros, la de sus alzados orgullosos, la de la raza wanche que se
negó a ser castellana e irguió su bandera propia.
Son tiempos de
mantener el espíritu wanche en la mente del siglo XXI; ya no somos afortunadas,
pero debemos erguirnos para volver a serlo.
Necesitamos el
Tagoror que supla al mal político y abra el rumbo canario que nada tiene de
castellano. Vamos al abismo y cuando llegue, los godos tendrán su asiento en Castilla,
pero nosotros nos ahogaremos en nuestra desdicha.
Falsos políticos,
malos empresarios, servil burguesía, disperso obrerismo, púlpitos plegados,
corazones canarios olvidados, males de muchos, pero consuelos de nadie.
Cuando, agotado, regresaba a mi zulo tinerfeño, era mi compensación; la isla me confortaba. Hoy cuando la miro desde el avión, creo ver miles de manos en el agua, la de los que no lograron su destino al mundo mejor, y pienso en sus familias que ya no recibirán su ayuda para vivir. Me aterro y oigo el clamor del silencio institucional y ciudadano. Ya no aterrizo como antes, algo cambio en mi pequeña isla. ¿Soy yo o sois vosotros.
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