TARTAR DE PERSONA
Ser humano es pedir que se invierta en ciencia cuando a ti ya de
nada te sirve. Es mandar un mensaje de esperanza cuando a ti la vida te ha
machacado. Es que se te corte el cuerpo con la muerte prematura del hijo de una
famosa cuya vida nunca te interesa
GERARDO TECÉ
Ana Obregón envía un beso a su hijo Áless Lequio, fallecido este año.
Ni sus posados de
verano, ni sus romances, ni la serie que protagonizó, ni sus apariciones
estelares en concursos y programas de la tele, ya fuera en condición de bióloga
o de famosa profesional. Nada de lo que había hecho me importó ni me llamó la
atención en mi vida. Hasta la otra noche.
Las campanadas son, probablemente, el momento televisivo más frívolo del año, lo que es mucho decir cuando hablamos de tele. Un espacio que consiste en hacer la crítica de rigor al vestido de quien presenta el cambio de año en medio del ruido de la familia que no se aclara repartiéndose las uvas. Un momento al que se le pide poco más que quien está en directo desde el balcón no se haga un lío con los cuartos. ¿Quién iba a imaginar que este momento rutinario y vacío de contenido lo iba a llenar este año un icono de esa tele rutinaria, que ese espacio se iba a convertir en un homenaje real y sincero a, ni más ni menos, la vida? ¿Quién nos iba a decir que un año íbamos a colocar las doce uvas en el plato entre el silencio del que escucha con respeto y el nudo en la garganta? Despedir 2020 con respeto y un nudo en la garganta era, seguramente, la forma más adecuada, honesta y justa de hacerlo.
Si el maldito 2020
debía tener una portavoz adecuada a tanto dolor, Ana Obregón era una de esas
personas aptas para el encargo. Y en condición de eso, de persona, apareció.
Persona servida en crudo ante la cámara, tartar de ser humano que llegaba a
nuestra mesa en condición de madre que había conocido este año el que, dicen,
es el lado más bestia, más duro que se puede conocer. Con todo lo que le había
pasado, ¿qué hacía esta señora presentando una noche de fiesta televisiva?, nos
preguntamos muchos erróneamente. Ella se encargó de respondernos con un
discurso de humanidad sincera. Algo difícil de ver por televisión. Un discurso
que acabó en un alegato de más inversión científica para la investigación
contra el cáncer. Ser humano es esto. Ser humano es pedir que se invierta en
ciencia cuando a ti ya de nada te sirve. Es mandar un mensaje de esperanza
cuando a ti la vida te ha machacado recientemente. Es preocuparte por el que
viene en patera, aunque tú pises tierra firme. Es que te duelan las neveras
vacías, aunque la tuya tenga las baldas ocupadas. Es que se te corte el cuerpo
con la muerte prematura del hijo de una famosa cuya vida nunca te interesó.
En una época que,
además de dolor, ha traído una dosis grande de inhumanidad y diversión con
banderas, el discurso de Ana Obregón fue el mejor final posible para acabar el
año. Ante una compañera de campanadas que no ejercía de presentadora, sino de
amiga, Obregón recordó el mensaje que siempre le daba su hijo: “Lo importante
en la vida es dedicar tiempo y amor a las personas que quieres”. Ella hizo el
esfuerzo de vestirse de gala y mostrarse en crudo para extender ese mensaje de
amor a tu gente del que hablaba su hijo a personas que no conoces de nada. Ana
Obregón, gracias por la lección.
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