LAS MAREAS DEL AYER
(NARRATIVA)1 PARTE
DUNIA SANCHEZ
TÍTULO:
LAS MAREAS DEL AYER
Se levanta de aquel
sillón, un sillón que actúa como una
canoa del tiempo pasado. Una manta de
cuadros posa sobre sus rodillas, la reminiscencia de sus años ya evadidos y palpables en sus
arrugas la acarician. Sus arrugas, caminantes paralelas con el
tic-tac de un anciano reloj,
tanto, como los años que juega con sus
ojos cansados en fraternidad con sus pensamientos, también, ofrenda de la
vejez. Miraba todo su alrededor con un cierto desconcierto, con algo de
melancolía invadiendo su marmórea piel. Antiguos recuerdos la recorren sobre
esa absorta mirada a unos antiguos libros, alineados en unas estanterías de un polvoriento ayer. Recorre con sus llamaradas toda aquella habitación, con la media luz de
una lámpara arañada por alguna termita: riada en su pie. Ella ,¡ mujer del
sueño¡,llamada Luam , se halla sola bajo
la oscuridad de las secuelas positivas y
negativas , con el tacto torpe
de cada una de sus imágenes del ayer
: su juventud, sus logros, su
presente y por último ese baúl que despacio acoge toda
su mirada .
-¿Qué me dirá?- se
dice - ¿Qué dirá ese baúl de antaño donde yo guardo todas aquellas secuencias
de mi vida?
A el se dirige con
la extrema delicadeza de los recuerdos
que allí se guardan, con la suficiente energía para descubrir de nuevo sus
vivencias, esas, donde ella fue mujer de su tiempo, mujer de sus amantes, mujer
de sus soledades, mujer de sus fuerzas. Ahora es fileras de canas, con sus
cabellos recogidos para no entorpecer la visión en su absorto estado. Con ese
añejo bastón: apoyo de sus pasos y no
caer. Se dirige hasta su baúl.
Como junco se dobla
hacia esa madera anciana para atender
sus sentimientos, abriéndola suavemente con la meticulosa fragilidad de
sus dedos hasta ser puente del pasado
por ese túnel paralelo a su entrada.
¡Otra vez¡ , esa llama de sus trajes juveniles
cuando el paseo de la aurora se rima a
ella antes de ser peripecia de la más alta elongación del astro rey y
perturbará sus ojos por esas playas de sedosos jables acariciando sus pies desnudos, con esa verde mar en
calma , con ese gris plúmbico de la bóveda
ciñéndola a un andar más ligero y, al lado de ella ,ese arrogante joven
en la andanzas de sus años jóvenes .
Como dos gaviotas absortas en ese mundo envuelto por espumas donde las
campanillas de la marea arrasaba sus
cuerpos semidesnudos a medida que un
rocío de la lluvia caía por sus cabellos en comienzos de un otoño en el
tintineo de sus acaricias. ¡Es su primer amante¡, su
primer novio, la primera circunstancia
de ser lago de cúspides en el más profundo querer de sus dos océanos,
quizás, sin el latido fervoroso del
amor, pero con esos juegos juveniles de su edad.
Ella lo conoce
allí, como puede ver en aquellas fotos que comienza a hojear después de abrir
ese baúl de los sueños perdidos. De nuevo
se sienta en su sillón y deja
prender la chimenea cuyas llamas toman el mismo impulso que las cortinas
con la brisa de la noche. Por ella surcan ríos de añoranzas al abrir aquel
álbum de fotos donde él se halla, donde ella se halla en aquellos primeros años
de instituto, en aquella playa; primer escalafón de los pasajes de su vida
donde un beso inalado por un transeúnte en la repentina llovizna se plasmo en
su vida como ave de sus deseos.
**
Ese chico lo conoce
en su época estudiantil, en un instituto de las medianías de su casa, allá en
un pequeño pueblo donde las abruptas y arrugadas montañas lo amurallan, y bajo
ellas, esa larga carpa del exuberante paisaje aromatizando las caracolas de una playa que surcaba en la lejanía de sus
hogares solariegos.
Sus padres son de
esos labradores de la tierra, esos que con el esfuerzo continuo de la primera
hora levantan al sol con el trinar de la azada y la protección de sus campos.
Ella, a veces, les ayuda, en esos fines de semanas cuando los deberes y el
descansar son vencidos. Entre semana acude a sus clases diarias en esa
bicicleta regalada en cumpleaños, a no ser que el cielo fuera tronar, entonces,
andando tendría que recorrer esa vereda hasta el instituto .Allí se encuentra con las únicas amistades que posee, todas
esas chicas y todos esos chicos del pueblo, pocos, pero los suficiente para
formar aquel culto al estudio con la
siempre anhelada hora del recreo.
Horas libres para distraerse en la cafetería o
en los jardines. Entonces, son todas avecillas emigrantes en busca de la mirada
fugaz de algún muchacho, esos que con ellas van a clase. Son ahora libres, con
esas risas que con sus faldas tejidas por las manos de sus madres dan brinco a
la par de sus bromas, de sus burlas, de sus
juegos y ese tentempié antes de volver a
clase de nuevo. En esos momentos, cuando
son cadenas rotas de las aulas, son viveza de esas cartas que los chicos suelen
enviar. ¡Sí!, era costumbre que el chico
ambulante en amoríos enviara una carta a
la chica que más le gustaba, después, si ella acertaba, se cobijaban en uno de
esos pasillos de la escuela, en la trasera de aquel amplio colegio donde nadie
ambulaba: desértico, sin uso, abandonado por todos los que componían el centro.
Allí, bajo la luz insonora, bajo el aletargado polvo, eran encuentro de sus
cuerpos sin ser luz de sus pupilas y, entonces, un beso se entremezclaba entre
la timidez, la duda y la risa . Sólo,
el crujir de algún tropiezo por la oscuridad; sólo, el bullicio que en las fueras les esperaba cuando ese acto, ya ritual de los alumnos, había finalizado,
saliendo ambos con sus manos entrelazadas por el mero echo de haber conseguido
esa altitud de los primeros deseos, después, que fueran pareja o no era otra
cosa, dependía de cómo se llevarán en su nueva aventura. Algunos en esa carta
enviada a la deseada se quedaban con las
ganas, ellas, lo negaban, quizás, por que no le gustaba o por que le
daba vergüenza. Otras, sin embargo, como el transcurrir de aquella foto en la
segunda página de su libro mientras el frescor de la noche era acaecer entre
sus dedos era fustigado con balas de fruta henchida, casi siempre a ese, el que
se las creía todas, ese que con su
expectante físico y dominio sobre sus compañeros sobresaltaba. A ese, en una carta
a una de esas muchachitas vírgenes que envío le quisieron gastar una broma. Una
broma tal, que cuando ella apareciera
sacarle una foto y dejarla
plasmada para toda la vida.
Luam a igual que las otras pupilas también siente atracción por esos
juegos pero, con el temor de que tal vez el hombre deseado no fuera esa
revolución su corazón. Ella anda
ruborizada por uno de esos
chicos, le soplaba ese cierzo en su corazón por
su mirada. Es alto, leal de la reconditez, apocada palabra, solitario,
con ahuesado abdomen.
Chicos y chicas
están separados por esa línea divisoria que marca el instituto, unidos sólo en
el momento de tomar ese festín de media mañana
en esos jardines floridos.
Jardines de primavera permanente y desatraídos por ellos. Siempre el jardinero
requebrado de alaridos zumba detrás de
cada sospechoso que había sometido al
jardín en sus gestos vandálico en un marchitar, siempre quejándose de ello a la directiva en un tono agrio .Nunca le hacían caso.
Ella, Luam
anhela que el sea ese príncipe del papel. Cada día más y más por que
todos tenían que caer como ritual de aquel vigor juvenil .Ese día llega,
llega ese sobre encima de la mesa en medio de
una clase, cuando la ciencia era tiza que se desparrama de su mentor en la
pizarra. Sus ojos tornan en aquel sobre que la tienta a abrirlo de inmediato
sin dejar finalizar la clase.
-¿Profesor puedo ir al servicio?- dice Luam
levantando la mano. El de inmediato se vira, la mira con la vejez de sus ojos y busca en su memoria
lo que tiene que contestarle. El hombre ya había pasado la edad de jubilación y
todavía por a amor a su profesión seguía dando clases.
– Sí, alumna mía, puedes ir al baño. Sabéis, alumnos míos, el baño es ese
lugar por el cual siempre os dejo, ya
que a mi edad a veces mis necesidades me apuran- dice con una radiante chispa
de entre sus labios en especial a Luam .
Se levanta de su sitio y apresuradamente como si ya no
aguantará más se dirige a las afuera de la clase. Mientras transita hasta el
baño, abrió de manera desesperada esa carta. Un temblor acorrala sus manos. Al
llegar al servicio leyó aquel trozo de
papel.” Te espero donde tú sabes, firmado Liam” .Luam suspira. Esa firma
perfumada por él, de ese quien ella era llama como
relato de una tormenta en el apogeo de la primavera.
Vuelve de nuevo a clase con una sonrisa de oreja a
oreja casi ineludible para el maestro
que la observa hasta que se sentó de nuevo en su sitio.
- Buena es la
gracia de usted señorita. Como no, después de haber salido del apuro-
todos en clase se ríen.
La hora de clase
parece que no da a su fin, Luam no aguanta más, se revienta , siente vergüenza
por las carcajadas de sus compañeros .
Después de esa clase el rito del beso en medio del oscuro pasillo se haría
realidad. . Desesperantes momentos
envueltos en nerviosismo con una
lentitud marcada por las manecillas de
un reloj que parecía que no avanzaba situado encima de la pizarra, mientras, de
su flanco izquierdo , los ventanales que
dan para el jardín dejan pasar una gran luminosidad mezclada con una brisa
especial y fragante que hacía a Luam
evadirse de lo que el profesor está
explicando ,una explicación que acaba con la sirena .El profesor es
desesperante, aunque la sirena suene, como era costumbre de él , pone Amor ti
vieta de Giordano . Todos tienen que aguantar la melancolía que sobrevuela por
sus ojos en esos momentos, las palabras que de su interior escapan. Al
terminar, todos se deslizan velozmente
hasta las afueras de aquellas paredes.
Con Luam van todas las compañeras al lugar de
encuentro, todas se situan en una zona
alejada esperando a ver lo que sucedía. Ella se acerca con el lento pulso de su
corazón, con el temblar inevitable de todo su cuerpo, con un ardor por su
cuello .Se siente extraña. A sus mejillas le suben los colores. Se desquita de aquellas trenzas de niña buena
que usa, dejando su pelo al viento suave
que aquel día cincela la jornada.
Llega a la entrada, siempre abierta para cualquiera que pase por
allí. Se encuentra con una pandilla de muchachos, ellos, no permiten el paso a
nadie . Los dos estarían solos en ese edificio. Luam entra
con el temor penetrando por cada uno de sus poros , insegura de lo que va hacer
, de si haría el ridículo o sería plenitud . La polvareda y la suciedad que
desprende aquel lugar penetra en su interior. Desahuciado edificio, piensa. Para ella es un sitio desagradable, un sito donde la luz se
distorsiona. -¡Aquí tendré mi primer beso!- se dice para si misma .Comprende el
por que la mayoría de las relaciones
salen desastradas.
Allí, desorientada,
se quedo a la espera de aquel semblante
indistinguible apareciese por la puerta y,
así fue, cuando los minutos pasan, se presenta aquella larga
palidez con la lentitud de su timidez en
sus pasos en busca de ella.
Él al principio no la ve, su silencio era
absoluto. Sólo se oye sus pasos. Luam calla, imagina todos sus movimientos. La
inseguridad la acosa y más cuando siente un tropiezo de él. Se va de bruces al suelo. Un refunfuñar de él los
enlaza, el hallazgo mutuo se ha logrado.
Sus ojos tardan en toparse, cuando sus pupilas se cruzan una mordiente
vergüenza los atrapa dando lugar a la
mudez de sus palabras, luego, el sublime y culminante beso. Un beso errado y torpe, sus labios no se encuentran por culpa de la visibilidad, es tan nula que hace de ellos un rebuscar hasta acertar. Ese pequeño instante de tiempo
acaba con los chillidos de afuera. Los quieren ver salir con la danza de sus
ojillos y de sus manos liadas para ser
vitoreados por ellos. Luam y Liam aunque oían el escándalo no se precipitan en
salir, están ensimismados en aquella unión de sus labios. Al sentir que el bullicio no para la vergüenza se les acentua más. Ambos quieren huir de esos pitidos y gritos de alegría de sus amigos,
ser distintos caminos al de ellos, por ello, esperan unidos de manos.
-¡Vamos chicos¡¡
Vamos chicos ¡-se oye desde fuera –
Salir ya, para que podamos comprobar vuestro amor .
El alboroto cada vez es más estridente pero,
ellos, no se inmutan, no quieren saber nada de ellos. Hasta que con el paso de
los minutos aquello llega a fin, la
sirena los llama para que regresasen a las aulas. Todos se disipan, dejando a
Luam y Liam solos.
La siguiente clase
es de inglés, es donde una rubianca con sus vestidos prietos insuflando sus
pechos como adorno de su belleza conduce la clase con una regla y movimientos desastrados. La profesora se considera una diva con sus
antiguadas gafas de culo de botella que renace después de la ferviente brisa de
la sirena. Se cree la reina de la belleza del instituto, como no, había pasado
por debajo de cada uno de los profesores agotando la esencia de cada uno de
ellos. Después, todos la abandonaban. Sólo el sexo. La dejaban así, como una
vagabunda bajo una nube de depresiones por sus fallos, tupiéndose a barbitúricos por cada relación errada.
Después se levantaba, se levantaba y presumía de su moza hermosura, de su gran
cultura, seduciendo a los alumnos,
pues, más profesores ya no quedaban, a ellos bien podría dominar y dejarles
respirar de su aliento.
Liam entra en
clase, no sin pedir permiso antes. La profesora lo mira y le pregunta con
severidad:
-A ver, ¡ a ver ¡.¿
Por qué esta tardanza?¿Donde has estado? Acaso, ¿ no escuchaste la sirena?
Venga, a tú sitio.
Liam baja la cabeza y se vuelve de un
colorido rojizo sus cachetes. Todos en clase lo miran . La profesora toma su
rumbo, a medida que explica observa a Liam, un color divino atraviesa su mirada
a cada ojeada. Se dedica entonces a pasear por los pasillos que dejan las
mesas, examina las libretas de sus alumnos. A uno por uno le despilfarra un
suspiro hasta llegar a ese asiento de
sombra ausente, ese en el cual siempre se sienta el huesudo Liam sobrado de mutismo. Ella se quedaba mirando y
siempre le decía al oído:
- Tu cabello son
táctica de las ígneas madrugadas cuando yo con mi bello dormir soy recital del
aguas de rosas. Is pretty . Is beautiful . ¿Sabes lo que quiero decir Liam ¿
Todos en aquel momento saben que algo puede
pasar, no pueden se, aunque, por dentro se revientan. Sabían que por cualquier burla ella los mandaría a
dirección con su poder de convicción por delante. Pero llega ese día, ese día en que Liam no asiste a clase por
estar con Luam . En toda la escuela se escucha su explosión.
-¡ Donde está!- empezó vociferar -¿¡Dónde esta
Liam¡?- grita y grita .
Toda la clase de repente se lía en un
cuchicheo . Mientras ella continua, preguntando
el por qué, el por que uno de sus alumnos favoritos no ha ido a su
clase.
-¿¡Está enfermo
acaso!
Nadie responde a
sus palabras mientras ella sigue hablando.
-No , no es posible
,hoy lo he visto entrar en el instituto. Esta mañana a las ocho, ¡no!- alza entonces su tono de voz .-¿¡Acaso no lo
vieron?¡
El silencio en la
clase se hace de nuevo solemne, están nerviosos.
- Que alguien
conteste, por favor. Sino tendré que ir a dirección y entonces será peor. A
todos os castigarán.
**
Luam ríe, ríe desde
ese sillón donde el refulgido toque de las campanas de la medianoche
sobrevenían capturando el calor del
fuego de la chimenea que se extingue. Mira una y otra vez
la fotografía de la profesora que figura en su álbum de fotos. Un grillo balbuceaba a medida que las vecinas horas de la madrugada se
aproximan .Ella, aún levantada.
Por un momento
cerro ese libro de los sueños reales del atávico pasaje, se pone de pie y se
acerca para hacer más candente el fuego de la chimenea, coge unos trozos de
madera que tiene junto a ella y la
alimenta. Otra vez siente ese calor
excelso corretear por sus huesos. Ser acogida por la calidez en un nocturno de
soledad y bella luna. Después, con un meticuloso paso por ese majestuoso salón
es brisa de la luna traslucida a través de la ventana. Le transmite
todo su fragor platino .¡ Tan lejana¡. ¡Tan magnífica¡. Tan
solitaria como los días de su vejez, aunque, con el aliento de la vileza que las conjugaban a ser
vía láctea de su historia, Ella ha observado todos sus rastros, todos sus
pasos. Ha sido compañera de sus noches enlutadas en sus frescas sábanas
insonoras, donde, ella, cristal roto en
el ahora sólo lamenta ese ayer, ese ayer reducido por hallar ese amor. Sólo
halla la soledad aquejada acosándole
entre esas ansias de amar a una semejante avecilla que traspasará esas paredes,
esa que con el andar por los vastos
horizontes de sus amantes la condujeran en esos momentos culminantes de su
cumbre, pero no llego, sólo ese derroche de su reconditez similitud a la bóveda
celeste en la oscuridad; como la noche.
De nuevo tras ser
espejo de su alma es fuente de sus pensamientos en el ayer sellado. Se sienta de nuevo en su sillón, sillón tan
aterciopelado como las plumas de cines.
Corre de nuevo por las cascadas de sus pensamientos en ese lugar donde se ha estancado, esa
entrada de la profesora en el preámbulo de sus palabras cariñosas, donde ambos,
Liam y ella, son unión de sus corazones.
**
Entró con una linterna que le ha pedido al
jardinero. Localiza la madriguera de
Liam y Luam .Allí están, abrazados, como dos enamorados. Sus ojos se vuelven de rayas escarlatinas. Los celos la zurran. Se
enoja, es encrespa y atacada su mal oliente vocabulario insulta a Luam.
– ¿Serás ramera?
Qué hace una muchachita como tú en este sitio, en esta gruta deforme donde, su
destierro, es sólo merecido para personas como tú. Acaso no has oído el timbre,
retorno a las aulas. Acaso no sabías que tenías clase de idioma conmigo. Acaso no sabes de las reglas del colegio.
Eres sólo una gamberra. ¡Levántate de ese sitio! Regresa a clase
inmediatamente.
Ella se eleva como el rayo de luz, con
la mirada perpleja del jardinero.
Mientras ella ya es escalera arriba hacia el aula Liam aún anda acurrucado con el pavor que la
profesora le provoca. No sabe que hacer: si levantarse y seguir su compañera o,
quedarse allí engreñado. A él no lo
han insultado sólo a Luam. Por ello, en esa cuenca de la
certidumbre piensa que era mejor
quedarse allí, acoplado en la esquina. Después de un tiempo de pausa de su histerismo, la profesora clava el cono de
luz en las pupilas de Liam. Su seísmo es ahora más manso, más pacífico, algo
trajeado de seducción, algo conjurado por ese deseo que sentía por los hombres.
-Tú. Hoy te esperaba en mi clase, Luam no me importa
que haya fallado. Pero tú, yo que tengo tanta confianza en ti . Tú , que ya
eres un hombre y supuestamente serio .Sabes, Liam , te tengo como un alumno
especial .Algo me faltaba hoy cuando tú faltaste a clase , algo que en días
anteriores no había percibido , algo por lo que llevo una máscara .
El cada vez se encuentra más cohibido. No
comprende lo que esta sucediendo.¡La profesora lo esta
seduciendo¡, aunque ,ya sabía muy bien de sus deseos hacia los hombres .
–Dirás que soy
mayor que tú pero, no creas, no creas. A lo mejor treinta años. No, no .Tal
vez, veinte años o quizás, quien puede saber, diez años más. No más. Te lo
aseguro. Por ti se eleva mi corazón y palpo ese albor del amor.
La suavidad de sus palabras es evidente. Es hipnotizante. Quiere
conquistar a Liam.
Al tardar
el jardinero comenza a extrañarse, le extraña que Liam no hubiera salido con la muchacha. Piensa que ha ocurrido algún siniestro al
quedarse sola con él. Con un sudor frío aún por los gritos anteriormente dado
por la profesora entro, entro rebuscando la luz de la linterna y la ira de
ella. Va con mucha precaución por si él tiene que pagar su mal genio. Tropezó en su búsqueda con cada uno de los muebles
corrompidos allí abandonados. La linterna está al ras del suelo, como si nadie la tuviese en sus manos. El
jardinero al darse cuenta se extraño.
-Señorita,
señorita- llamó él cauto por el pavor.
-Aquí estoy, aquí
estoy. ¡ Ay ¡, es que he tropezado
y la linterna se me ha caído- disimula
la profesora .
- Bueno, señorita.
Esta usted bien, es que he visto salir a la chica pero al chico no, ¿Ha tenido
usted acaso algún problema con él?
-No hombre. No.
Sólo le estaba explicando la mala acción que había hecho. ¡Vamos!¡Vamos ¡, que
se me hace tarde y ya la clase esta a punto de terminar.
Al entrar en clase todos se ríen.
-Tú, pequeña
granuja, .Tú atrás, en lo más alejado de la clase, ahí permanecerás durante todo
el curso.
Ese es el castigo
apuntado sobre Luam, mientras a él nada.
Luam con su
bicicleta después de despedirse de sus amigas con la humillación a sus espaldas
va para su casa por una vereda de
arboledas hasta llegar a esa planicie donde se halla su hogar. Mientras,
Liam, el cual también posee una bicicleta
para retornar hasta sus paredes lo para la profesora de ingles en medio de su camino. Se
pone delante de él con su coche implicando al muchacho a una proposición de
la cual no se podría negar. Lo invita ir
a su casa por la noche, para conmemorar, según dijo ella, su cumpleaños, ya que se encuentra sola y aislada y necesita alguien en su celebración. Liam ,
no sabe decir que no ,accede a la
propuesta. Una propuesta de un nocturno, un nocturno cuando aún la luna es rosa
menguante y el sera alianza para el
júbilo de ella.
Luam , en su regreso a casa, después de la
viscosidad de la arboleda, después del
cimbrar de su cuerpo por la escarpada
superficie, presencia esa casa aislada donde ella vive y esos campos donde los
filamentos áureos representan el más grato esplendor al son de una divina
bóveda celeste. El día no está nublado,
es acogido con los rasgos
veraniegos ya venideros. Sí, el verano se acerca, con el canto del secar de los pétalos primaverales,
con el secar de los arroyuelos que en su paso deja, con la canción de los
diminutos insectos zarandeando, mordisqueándola
cuando para a descansar y respirar de esa maravilla natural . Desde lejos intenta ver si sus padres están
por los alrededores pues, era costumbre de ellos de esperarla sentados en el porche.
Sus padres es un matrimonio loado de
felicidad, ninguna rudeza entre sus relaciones, siempre dosificados con
la cariñosa balada del amor, siempre con
sus acaricias derritiéndose entre sus afectivas miradas.¡Siempre mirándose¡ ,
ese mirar que entusiasma a Luam.
Pero, ese día, el humear de una mala hierba
era ruptura se le avecina a Luam..
¡Nadie la espera ¡, y, ella, cada vez está
más cercar de sus paredes de maderas, madera talladas por el espíritu
limpio de su padre, por la emotividad de su madre que le ayudaba en todas las
tareas .Uno y otro, cuando fueron alianza bajo la luz de una boda con toda humildad,¡
un brindes para los novios¡ y después esa danza nupcial hasta ser ruta de las
sabanas tejidas por las manos de su madre .
Al llegar a casa Luam los llama, quiere ser recibida como
siempre, pero esa llamada se transforma en una eterna llama fundida, se
transformo en una preocupación para Luam, ¿Qué pasara? ¡Por qué esa tardanza ¡
.No lo entiende.
Deja su bicicleta a un lado de la
puerta, donde se encuentra esas sillas de madera picada por la ruin polilla.
Sillas para el descanso después de
esas horas liadas al trabajo, cuando el ocaso es acérrimo liar de
sus manos. ¡Trabajo del campo ¡ perdurable
durante todos los ciclos del sol en el avance del día.
Al entrar dentro
piensa que algo ha pasado. ¡No es normal ese silencio¡, ese silencio de fogones
amortajados, donde el tararear de la comida de su madre no sucumbe , el
silencio de la pipa que acostumbra su padre fumar al ser el sol querencia de esa cumbre más allá del horizonte . ¡Nada¡, no se
siente nada, el apretar de un precipicio
era espectro de su silueta desesperada .
Corre con la
certidumbre recorriendo por sus venas. Se dirige hacía la puerta trasera de la
vivienda ., esa que da con las plantaciones de las de sus padres. La
alumbra un cercano quejido de
calvario, algún agrio percance que la
invalida a dar más pasos. Se detiene en
la salida de aquellas murallas de roble,
encima de esa tierra calva donde aún las semillas no son verdor en sus surcos.
¡Se detiene con el hermetismo de unas tinieblas desagradables! .¡Es un llanto
lo que escucha ¡.Es una siega de
escarcha la que la embarca un naufragio.
Instantes después
de volver a la realidad comienza a
correr, a correr con esa presteza de su presentimiento hacia el lugar donde
el huracán era brote. ¡Comienza a
contemplar una silueta arrodilla¡, comienza a contemplar un mástil
derrotado. El pavor entonces la
convierte en un telón tórrido hasta ser escena de ellos: de sus padres . Él
limo cárdeno emancipado de la vida, ella, ocaso de la luna . ¡Arco iris de
azufre que la consume con un voraz cierzo¡, sus palmas son locura de su llanto,
su rostro es tosco senderismo por el país de los ahorcados, sus palabras son
extinción .
¡Calla la madre!, calla cuando su hija es
figura de espanto ante ella, figura que se levanta en el vuelo del dolor en busca de ayuda.
Atravesó de nuevo la casa, pedalea
con toda su fuerza la
bicicleta ensangrentadas de desolación,
azorada por ese pensamiento aún infértil. ¡No puede creerlo¡ No lo acepta , no
permite esa ida por los valles de los elefantes moribundos de su padre .
En su recorrido al pueblo su corazón late cada vez más rápido y
potentemente. Un pueblo de piedra viva
cobijando todos sus habitantes. Un pueblo
callado por ser caldear del mediodía
donde el único bar que poseía se relamía
con el vaivén de esos sombreros caídos por sus dueños embriagados, a ellos, no
quería cruzárselos por el camino, sabía de esa tendencia felina de piropear su
juventud. Sólo quiere llegar a la casa del médico. Está situada en un lugar céntrico, frente una fuente donde todos los años se celebra
la conmemoración de las mujeres que iban
a coger agua al lugar con sus cántaros
acostados en sus cabezas, con los pies descalzos; endurecidos por rozar
de la tierra , esas mujeres que ya no se
veían por el paso de los años. Mujeres trabajadoras, sufridoras de ser fardo de
todo lo que concurría en sus inmediaciones, mientras, los hombres, eran fluir
de los campos de sol a sol como su padre. Por ello cuando pasa ante ella es recuerdo, lo
recuerda en esas historias que su padre
contaba todas las noches, con las mismas palabras:
“ Sabes hija..” le decía “.. cuando yo era
joven ruiseñor y tu madre golondrina de mis revuelos, todas las mujeres se congregaban en esa pequeña fuente del pueblo
: donde la iglesia es reina y las casas
giran a su alrededor . Con sus risas y sus faldas recogidas magnetizaban la mirada de los chicos en ese
ir y venir de cántaros durante todo el día .Desde la cantata del primer gallo,
el más fornido del pueblo, hasta esa hora donde el sol bulle con más ímpetu,
esa hora donde nosotros, los hombres regresábamos del campo para relajar
nuestro esfuerzo hipnotizados por el
chismorreo de ellas. Nos recostábamos bajo la sombra de la iglesia observando
cada gracia de sus movimientos, observando aquella que cada uno de nosotros
teníamos designada. Con un regocijo cuando hacíamos una gracia para el alberga la mirada linda de ellas. ¡Ay esos
días¡, cuando yo, joven apuesto y tu madre bella , éramos colina de
siemprevivas que temblábamos con el
simple hecho de la alianza de nuestra mirada . No hacia falta más para saber de
quien sería esa mujer para el
futuro”.
Sus pensamientos de
esos momentos de felicidad son arrasadas
cuando el dolor se perpetua más y más en su alma .Llega
a la casa del médico que está
situada al lado de la iglesia una aldaba
de grandes dimensiones la hizo apurar sus fuerzas con la rapidez escalofriante
de la llamada. Una y otra vez, una y otra vez hasta que escaleras abajo se oía
las pisadas aceleradas del medico.
–¡Ya va¡. ¡Ya va¡ - grita él desde el interior de la casa.
Abre la puerta sin preguntar de quien se
trataba .El médico sabe que no tiene enemigos, que nadie toca en la madera fornida de su casa por lo largo de los siglos si no era
por una necesidad, su familia es considera por lo largo de las centurias un
privilegio de la comarca, con esas manos remendando todos los males: alquimistas primeros,
científicos confundidos con la metafísica
y luego en la cúspide del paso de los siglos determinándose por una de
sus ramas, él, eligió ser médico. Preocupado siempre por los que tienen más
miseria, por los más desgraciados de
aquel pueblo. Porque si bien era pequeño, en esa pequeñez existen almas
desamparadas: vagabundos que él mismo invita a veces a su casa.
“¿Qué haces aquí
amigo mío?, Vamos a mi casa”, les decía aquellos que no tenían techo. Siempre tan benevolente, siempre tan
educado y afable para la necesidad de los demás.
- ¿¡Qué ocurre
Luam,? - Pregunta al abrir la puerta -En
tu rostro la mala bala de un sufrir se aloja. ¡No quiero ni pensar lo que a
pasado¡, Dime ,¿qué ha sido niña mía?. En tus ojos ese candil de las estrellas
satinadas son volcar sobre un mal. Cuéntame, Cuéntame lo que te sucede.
Luam , pálida criatura, incrédula aún de lo que ha pasado no dijo nada, sólo
incrusto su mirada a la del médico . El médico comprendió que la angustia la azotaba.
-No digas nada
hija. No digas nada- Dijo él comprendiendo el significado de sus ojos mustios. Algo cruel ha sucedido-
Sólo seguiré tus pasos, tus pasos hasta donde ha habido esa penumbra que a ti
te azota.
Se aparta de ella para entrar en su casa la
bicicleta con la que ha venido Luam. Cerro
todo, cogió su maletín y se
pusieron en marcha con su auto .
Otra vez ese camino
entre el boscaje, ese camino que para Luam es sólo hierros oxidados, donde las
hojas verdinas no son sino una plegaria del llanto, donde los baches del camino
son una estaca que se le enclava cada vez más y más al aproximarse a la casa.
Él médico no dice
nada, sólo deja el silencio ser guía de lo sucedido. Una tragedia cavila, ha
tenido que ser una tragedia para que la faz de Luam sea modelo de la languidez. Esa desgana del
trinar y esa deforme vivienda donde ya el color de sus campos hacía contraste con ella.
Al llegar, ambos
bajan del coche. El médico sigue a Luam
a través de la casa, a través de los orodados campos del infierno hasta
el lugar de los hechos. Entonces, el médico, ante el pavor de lo peor
comienza a galopar dislocado hasta llegar al lugar de
la catástrofe. Halló una mujer que con el pañuelo escondía sus
canas acurrucada sobre un cuerpo erosionado.
¡ Vitalidad baldía¡ .¡ Mortal para una fosa¡. Se agacho junto a él mientras
Luam mira al universo, con la derrota de que su alma volviera vida, con el absurdo de lo que era la vida,
con el reprimir de sus lágrimas.
El medico y el
padre de Luam se llevaban de mil maravillas. Los domingos paseaban juntos cuando la madre escuchaba la misa y era chismorreo con sus amigas; esas
que cuando en su juventud eran ida y venida
del cántaro sobre sus cabezas, con esas con las cuales se había empapado
ciento de veces en la fuentecilla y
hablaban de los sueños.
El médico le coge
de la mano y comprueba su pulso. En sus adentros existe una gran angustia, no
puede creer lo que ha sucedido. ¡Ha
perdido un amigo¡. Un amigo de juegos de su infancia aunque los status de cada uno fueran diferentes. Ese amigo con
el cual corría hasta el arroyo enmarañado entre los árboles de aquel monte
centinela de sus travesuras y después se
zambullía en sus corrientes. Ya no le vera más.
Se levanta de
la posición que esta observando a esa mujer asolada y esa hija
abstraída. Tiene que ser valiente, no romperse él también en aquel desastre de
la muerte prematura, del amor.
Toma camino de nuevo al
pueblo, tiene que avisar a toda
la vecindad, tenía que conseguir ayuda para recoger ese cadáver engullido por
esa monstruosa máquina aurora de sus campos . Deja allí a
las dos solas y el espíritu de él vagar entre sus corazones, tropezando una y
otra vez con el pasado donde ambos fueran oasis, con ese revolver de la
incredulidad en sus vidas. Su ida al
inframundo de los jamases donde ya en la dominical reunión no sería brindis de
ese buen vino en el bar del pueblo.
Pobre hija, medita
él en el transcurso de ese arroyo que se disipaba en la llegada al pueblo donde aún sus habitantes son
silencio por esos adoquines .Detiene su
auto en el centro de la plaza y rápido
va en busca de algunos hombres que le
ayudasen con el cadáver. Lo primero que
hizo es ir a la iglesia donde el cura
duerme aun con sus añejos atuendos. Ese símbolo negro que lo vestía fue minutos
desesperados para él médico. Lo llama apuradamente sin dejar de ser nudillos de
esa puerta hasta que él es eclosión ante el
rostro de él.
– ¿Qué ocurre señor doctor? ¿Alguna mala
cosecha? ¿¡Quien es el muerto¡?-
Pregunta el cura al médico con ese tono de voz de preocupación por sus
feligreses, con esa calvicie que lo coronaba y la pelusa cana que ya le
quedaba en sintonía con su barriga
abultada y, en la mano, ese libro de misas para la venida de la tarde .
– El campesino Pancracio ha fenecido.
-¡Pancracio!
¡Pancracio!. Oh Díos y virgen santísima. ¡Por qué! A un pobre hijo de tu mundo
lo condenas cuando aun es joven espíritu a ese submundo donde
nosotros seremos apartados para verlo de nuevo.
Cierra su puerta para ir en busca como de costumbre
a esos hombres que encima de sus hombros llevaran el
cuerpo. Ambos, tocan en algunas casas donde el descanso aún era
vigencia. Ya todos reunidos se encaminan al lugar del hecho con esas antorchas
que en la noche y puestas en las
cercanías de la casa se prenderán como signo de un alma que se va .
Al llegar allí aun se encuentra su esposa y Luam junto al cadáver .El cura y el médico se
acercan cogiendo cada uno a cada una de
las manos para hacerlas levantar de ese suelo impío. Después, con el permiso
del párroco cuatro hombres se aproximan al cadáver, cuatro hombres que con sus
cuatro esquinas lo llevan hasta su casa. Con paso lento, con el duelo entre los
huesos, con el llanto sórdido, con la letanía de esa tarde que ya se avecinaba
.Hay un sol cabizbajo paralelo del
suceso. Al llegar a la casa al cadáver lo ponen sobre la cama .El cura cede toda su calidez a las manos de la madre
de Luam en esa habitación donde noches
de estación tras estación eran jugo del amor, eran jugo de esas sábanas
bordadas por ella y esos rústicos muebles alumbrados por una
lamparilla que absorbían de sus cuerpos desnudos. Su mujer se sienta a su lado. Todo a su alrededor son
velas llameantes. El cura cuando deja las manos de la madre, desconsolado,
comienza esa plegaría al difunto, esa plegaría donde todos los que allí se
encontraba en ese momento agacharon sus
cabezas quitándose sus sombreros hasta
que él cura acabase. Acabase con el reposar de sus manos sobre la mano de ese
que la vida le dio la espalda. Los hombres se van menos el médico que con la media luz que
acaparaba esos cristales de la habitación, donde el sol ya comenzaba a ser fuga
ante la apresurada oscuridad, se queda
al lado de Luam .Quiere sofocar ese
sufrir inalterable. Quiere asegurarse del estado de ella y también del de la
madre hasta que la noche arribe y comiencen a llegar todos esos habitantes de l
pueblo. Cuando ellos lleguen, ellas estarían acompañadas y él de nuevo podrá
volver si quería a su casa. Las llenarán de regalos por ser el muerto hombre y
no de esencia femenina.
Con el paso de las
horas y ese andar de la luna la casa es
visitada por todos los vecinos .Mujeres y hombres apenados
entran en la estancia donde está el muerto. Posan sobre su frente
marmórea un beso. Todo es silencio, nadie dice nada, sólo alguna mirada pero, con el severo respeto del momento. Se
sientan, se rozan y con el venir del
amanecer y el fundir de las antorchas,
el cuerpo es izado otra vez por esos
hombros de los mismos hombres que
lo recogieron del campo para
llevarlo al pueblo. Van de pie y, detrás del muerto, todos esos seres que lo querían y guardaban una
entrañable amistad .La madre Luam
y ella son pintura grasienta. Los árboles
hacen sombra a cada paso. No se siente
el cantar de las aves mañaneras, no se avista el cantar del gallo, no pasa nadie para
reanudar la jornada laboral. ¡Es día de luto¡, luto que cincela todas las
paredes de las casas, todos los quehaceres de sus habitantes. Todos se
congregan en ese lugar donde el cuerpo reposará nuevamente, en esa
iglesia donde el cura ofrece
en su honor una misa para después
ser trasladado al campo santo. No hay pésames por medio porque no es de buen ver sino días después de
que el difunto estuviera bajo la faz de
la tierra entre flores de multicolores.
El médico que había
sido vela de las dos mujeres toda la noche aún lo seguía siendo con la entrada
de ellas en la iglesia, sus pisadas son como esas cadenas que los furtivos
difuntos llevan en sus espaldas. La iglesia desprende un olor particular, de
sus antepasados reflejados en sus grises
columnas, de esos cirios alumbrando
el altar de piedra tallada por escultores del ayer .
El padre se coloca
delante del altar como símbolo de la última despedida antes de llevarlo al
camposanto, así todos pueden ser pasaje de un último recuerdo, pasaje de sus
vivencias, sobre todo esos que en su juventud fue aventura de su ánimo. Al
acabar la misa, todos los asientos de aquella majestuosa iglesia , esa
construida por la fe a Dios , son deshabitados. Se repite de nuevo la imagen de esos cuatro hombres que
con la penumbra de las emociones llevan ese cuerpo hasta el cementerio seguido por todos en ese ritual del
silencio y el sol aún no pinchando con
su voraz calor. Todo un desfilar de las gentes y dos almas en decadencia.
Al llegar al
cementerio, un cuervo se relame en su graznar ante ese último toque de queda de
una pala que con su ruido casi inexistente es forzada por un hombre de ya de viejos rasgos, con el
albar de su frente arrugada, con la
andrajosa prendas que usaba y el sudor de un excavar y excavar reiterado .Todos
se agrupan alrededor de la fosa cuando el sepulturero termina. Esa será la
nueva casa de aquel hombre. ¡Lugar tosco¡ ¡Lugar tenebroso¡ Lugar sin
sentimientos, alejado de todo ese balbucear de las risas ,de las palabras de
amor de su mujer y su hija . Allí es enterrado con el adiós eterno de ojos
agrietados. Con el término del entierro
esa tierra blanda de porosidad fina y rojiza se queda sola. Sólo el
médico, la madre y Luam se quedan allí con el paso del día , un día que no se
distinguía entre la noche del universo y la claridad de la mañana: monótono ,
intangible a la muerte aun. Cuando la
noche es himno triste se despiden de esa masa corpórea enjaulada para los
futuros gusanos que lo rastrearían hasta no quedar nada de él. Luam y su madre
se van a casa solas. Andan en paralelo a
las acequias secas y , tras sus espaldas, el
redoblar incesante de las campanas que las acompaña con su eco hasta la casa . Ya no será la misma con la huella del padre
petrificada en cada una de sus maderas, en cada uno de los movimientos sonoro
al compás de las palabras. El aroma de él será perenne en esa cama que reposo
por última vez. Luam y su madre aúnan su
calidez y sus fuerzas atemperándose así con la
desvaída noche que viene.
El médico en su
retorno a su casa es conciencia de lo
impredecible, sometiéndose a esos tragos de ron en ese bar del pueblo donde aún
el mutismo entre sus muros es evidencia: barajas cansadas, murmuraciones
desfallecidas y un dueño con los recuerdos
de ese ayer cuando él fenecido
era presencia. Se sienta en una esquina, en esa esquina donde el sol era
un candelero de las sobras del día hasta caer en la tupida trinchera del
desmayo. Dos hombres lo llevan de vuelta para su casa. Lo dejan a ras de su puerta hasta cuando el
despertarse y se diese cuenta de ese nefasto estado en que se encuentra.
**
Él aire que se precita de la ventana abierta se transforma en tormenta y esa mujer
con el sueño aún no erecto a esa
reminiscencia de su vida huye de dormirse.. ¡Nunca olvidará la muerte de su
padre¡, aunque los años que pasen. Recuerda perfectamente ese rostro tendido en
el suelo y el dolor de su madre, reccuerda perfectamente ese entierro maldito y
ese retorno a la casa sombría de sus manos, con ese frío amortajador conduciéndola de nuevo por esos retoques de la tristeza,
con esa añoranza de no haber podido vivir el paso de sus años con él. Ya es madrugada y el frescor de
la noche la martiriza como una cuchillada, y es que no era el frío, era esa
hojarasca que nieva entre sus pensamientos. La desvía de ese sillón donde se
halla para cerrar la ventana, para cerrar esas sedosas cortinas hiladas con el
carmín de sus pasiones. Se yerta ahora a
esa vitrina de mediados siglo diecinueve donde posee todos esos retratos: el de
su padre, el de su madre, el de ella y sus padres, hoy en día yermos. Pero con la atrocidad del pasado que no más
que sirve pasadizo de las vivencias del hoy concurre de nuevo a ese álbum de
fotos estudiantil, discurre por ese
chico, por ese Liam. Ha sido invitado
por la profesora para cenar, en esa misma noche, en esa noche cuando su padre
expiró el último aroma de las flores.
**
Liam llega a casa de la profesora sin saber
aún de lo sucedido. Esa casa que ella posee en las afueras del pueblo: aislada,
aguardada por largas verjas que era casi imposible o peligroso el acceso a ella
.Ella siente su llegada y abre la puerta inmediatamente.
-¿Como te
encuentras Liam? Agradezco que me
hayas visitado.
El muchacho pávido
no dijo nada sólo dejo llevarse por el aroma
de ella.
Es una casa de una nave y, a su alrededor, un diminuto y
rebosante elegante jardín. Ella misma
lo cuida. Sus flores yacían apagadas
hasta la nueva aurora.
El observa su espalda desnuda al entrar en la casa. Su suelo está decorado
con alfombras persas. Ella se halla
descalza, a Liam también le invita a que se descalzarse antes de pisar sus
suaves vellosidades. Liam obedece, mientras se quita sus zapatos mira las paredes de la casa, son
de un azul lavado y mariposas blancas, con un aroma a esa atávica senda de los
egipcios . .Estatuillas adornan la entrada del salón de la casa
después, en su centro, una mesa ovalada donde dos candelabros son sólo
luminosidad de la densa oscuridad que allí hay. Todo está ya preparado, todo
está listo para comenzar esa cena donde
ella ha designado un traje negro de seda: provocativa, guapa , tanto, que los
ojos de el no pueden desviarse del halo de belleza que presenta. Liam se
despoja de sus gafas mirando atentamente su
maquillaje: flora que la hace más maravillosa. El tono de su voz tampoco es el mismo, es como una gran mujer
que cualquier hombre se enamoraría de
ella. Ahora entiende él por qué era una
de las mujeres más deseada por los
hombres. Ese interiorismo, esa personalidad que exalta hasta en sus cortinas de
las altiplanicies de los pueblos indígenas de Sudamérica, es como una especie
de viaje por esas selváticas esencias de las culturas del ayer. Aunque la casa
es pequeña todo lo que se muestra es un
mosaico de expedición afrodisíaca para los que allí entran. A él le
estimula intensamente. ¡Su misterio¡ Es misteriosa y ello crea magnetismo.
Quería saber más de ella.
Liam no dice palabra, está como retraído, obsoleto
en la beldad que ella insufla.
-¡Venga muchacho ¡
Siéntate aquí,frente a mí, para comenzar ya
esta cena especial que te he preparado .
Liam toma asiento.
Delante de él se encuentra la arrogancia
de unos cubiertos de nácar y esa porcelana de una vajilla pintada a mano que lo
impregna en una experiencia que nunca
había vivido.. La música clásica es
atmósfera que los envuelve. ¡Tanto romanticismo¡ ¡Esa sonrisa de ella¡.La
exquisitez rebosante de ese plato que con el comienzo de ella él también
comienza engullirlo cuidadosamente. Se
fija atentamente en esa refinada educación de ella para comer.
Liam era un chico
pobre, humilde, hijo de padre obrero, donde su capacidad monetaria y el nivel
cultura eran altitud inalcanzable, donde las paredes de su casa eran de ese
gris desgastado por el paso de los años, donde sus muebles eran esos trastos
que otros no habían querido y sus padres los habían recogido para ornar
la casa, por ello, estaba alucinado de la riqueza y la finura que allí
se cocía. Nunca había entrado en un lugar tan semejante, ¡tan íntimo¡
La cena acaba y con
ella hacen la mesa a un lado para bailar bajo una melodía romántica. La mirada
de ella no se separa de los azules iris de Liam .Las velas se apagan y el
clamor de la luna del verano joven comienza a ser cantiles de esa danza rítmica, esa danza de
toques exóticos con el relucir de sus
dos seres. El se deja llevar por ella, como plástico que se derrite en su molde
hasta ser fundidos por esos toques de vino que de vez en cuando beben .Después,
con el naciente de una sonrisa de entre sus labios que no dejan de bailar comienza despojarlo de sus
ropas. Ello, a Liam, le excita al mismo tiempo que siente temor .Es su primera
vez. A paso lento la profesora lo lleva a su habitación. El dormitorio
está pintado de un azul marino
representando el universo, como si fuese
una noche bajo las estrellas. Sólo posee una cama sin patas y una ventana que
no deja ver el exterior por unas
esterillas de ocre que tiene. El va
encadenado a ella con el fuego de una ardiente lentitud que los magnetiza. El
mira la cama, no puede creer lo que está sucediendo pero , se deja llevar .
El silencio es absoluto en ese descampado donde ella
habita. No puede pen
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