LAS UNIVERSIDADES PROSTITUIDORAS
LIDIA FALCÓN
Veinte
universidades españolas entre las que se encuentra la de Salamanca, la más
ilustre de España, han organizado
jornadas sobre prostitución con el indisimulable propósito de contribuir a la
campaña por su legalización. Tanto los temas que se han seleccionado, como las
participantes, pertenecen al lobby que está impulsando una legislación
permisiva –aún más que la que tenemos- para que el negocio prostituidor crezca
y recoja más beneficios.
Veinte centros de
la sabiduría. Comenzó hace unas semanas la de La Coruña y cuando recibió las
críticas de las abolicionistas suspendió las jornadas, muy dolidos sus
organizadores con lo que consideraron “censura” feminista. Y al parecer se
están vengando, con la colaboración de otras diecinueve que deben estar regidas
por una dirección que acoge en su seno a proxenetas de toda laya, con sus
cómplices –y víctimas a la vez- que operan ahora como activistas por los
derechos de las prostitutas.
Al parecer, para
que las feministas no seamos tachadas de represoras y censoras hemos de
consentir, calladas, toda clase de ignominias perpetradas contra las mujeres:
la prostitución, la pornografía, el alquiler de vientres, todas las violencias
que están masacrando a la población femenina.
Creíamos que las
Universidades eran templos del estudio y pese a las divergencias y
controversias que se producen en su seno, que hacen avanzar la ciencia, no
permitían que se debatieran en sus sagrados espacios disparates o
monstruosidades. Excepto cuando estuvieron aherrojadas por la represión
franquista, y aún entonces unos cuantos profesores se arriesgaron a defender
los derechos humanos con riesgo de su propia libertad, hasta ahora en nuestras
Universidades no se permitiría debatir si debemos instaurar la tortura
nuevamente como método de interrogatorio, o la esclavitud con protección
social, o los dogmas de los Testigos de Jehová sobre las transfusiones de
sangre, o la preeminencia de la raza blanca sobre las de color, por poner
algunos ejemplos. Y no por ello los rectores y decanos universitarios se
sienten censores de la libertad de expresión.
Porque si es cierto
que la libertad de expresión no tiene límites, sí los tiene la investigación
científica y sociológica en el ámbito universitario, para que nunca más se
sucedan los horrores del régimen nazi que convirtió las universidades en
espacios del horror con los experimentos biológicos y la difusión del racismo y
el exterminio de colectivos humanos.
En tiempos en que
el capitalismo ha introducido con tanto éxito la ideología de la libertad en el
discurso de políticos, filósofos, sociólogos, periodistas, con el que convencer
a la sociedad de que le permitan perpetrar sus crímenes con total impunidad, la
prostitución se presenta como una opción libre, voluntaria y respetable. Para
algunas mujeres, que suelen ser pobres, por supuesto, y que no son ni las
madres ni las esposas ni las hijas ni las hermanas de quienes así la defienden.
Esas otras que se merecen ser carne de deseo sexual de los hombres, a cambio de
míseras compensaciones, porque no tienen alternativa para sobrevivir.
Ciertamente, unas
cuantas activistas, preparadas por el lobby prostituidor, están difundiendo el
mensaje de que son ellas las que escogen esa “profesión”, que es rentable,
agradable y digna, y que están siendo perseguidas por las feministas
inquisitoriales.
En el discurso de
las regulacionistas no existe ni el negocio de los lobbies proxenetas, el
segundo más rentable del mundo después del tráfico de armas, ni el beneficio de
chulos y macarras ni aún siquiera la violencia cotidiana que sufren las mujeres
explotadas. La prostitución es una opción privada y totalmente voluntaria que
depende únicamente de la decisión de la mujer, y que además es más rentable que
cualquiera otra profesión manual, como la de fregar escaleras. Siempre se da
esta alternativa en los ejemplos escogidos.
En ese perverso
discurso no se menciona nunca lo que supone la relación sexual, la más profunda
de las relaciones humanas, en la que el atractivo físico, la simpatía, el
afecto y el deseo son fundamentales para hacer de ella el culmen del placer
humano. Condiciones que ni se plantean en el coito rápido, tantas veces
violento y denigrante, que deben soportar las víctimas al menos veinte veces al
día, por diferentes hombres, para que su actividad les permita sobrevivir. Y
poco más, que ni los gastos de su mantenimiento ni las coimas que han de pagar
a proxenetas y policías les permiten ni aún siquiera pagar las deudas que
tantas veces han contraído anteriormente.
Ninguna de estas
terribles condiciones, que aquí tan someramente he enumerado, se plantean en la
veintena de jornadas prostituidoras que las Universidades han enmascarado bajo
la enseña de la libertad de expresión.
Y yo me pregunto,
¿realmente en esas Universidades no hay ni rectores ni decanos ni catedráticos
ni profesoras que sean capaces de ver la infamia que supone la prostitución
para las mujeres y la perversión de una sexualidad masculina que se satisface
con ella? ¿Y qué enseñanzas impartirán a los alumnos sobre sexualidad y amor, hoy
en que la pornografía es la principal fuente de conocimiento de las relaciones
sexuales para los adolescentes? ¿Y a esos profesores y profesoras que
consienten que en su Universidad se haga campaña por legalizar la prostitución
les gustaría que sus hijas se dedicaran a ella? ¿Y sus dirigentes, de
diferentes disciplinas y esfuerzo en el estudio y en el saber, ven con
naturalidad y hasta complacencia que en sus aulas se reciba a proxenetas y
cómplices para defender que los cuerpos de las mujeres pueden estar al servicio
de una sexualidad venal para hombres pervertidos?
¿Esos profesores y
profesoras se han planteado alguna vez, ya en el terreno de lo simbólico, lo
que supone la aceptación social de que la sexualidad masculina se satisface con
la explotación y vejación de la mujer, porque
las mujeres pueden ser prostitutas porque son mujeres?
Esos profesores y
profesoras que consienten semejante indignidad en los espacios donde se enseña,
se estudia, se investiga y se avanza el conocimiento, que deberían estar
dedicados a estudiar y debatir cómo defender los derechos humanos, el progreso
y el avance de la igualdad entre hombres y mujeres, no son dignos de trabajar
en el ámbito universitario, que queremos sea el que tenga los ideales más
elevados en la larga búsqueda de la verdad y el progreso humano.
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