TRAS LEER " DESDE EL SUR", LIBRO
DE VÍCTOR RAMÍREZ
POR ISAAC DE VEGA
Ante nosotros, de nuevo, Víctor Ramírez, que hoy nos trae una escogida
antología de sus relatos, CUENTOS DEL
SUR, como indica el título, cuentos de por aquí, de nuestra tierra diferenciada.
Y entre ellos, abriendo
el camino, de nuevo topamos "Cada cual arrastra su sombra",
relato éste que me fue una revelación cuando, ya hace años, pude conocerlo. Más
bien con asombro lo releí prendido de la perfección y la fuerza expresiva que
consigo trae.
Este cuento temprano de
Víctor Ramírez me hizo caer en reflexiones que en otra ocasión ya he contado:
el asombro por la perfección de una primeriza obra. Casi se podría decir que es
un escritor que ya nació perfecto, que no tuvo que recorrer esos pesados
caminos que a todos nos cuesta remontar.
Tal vez es un poder
superior desarrollado por la constante relación, un tanto analítica, en cuanto
al lenguaje, con nuestras gentes. Ese asombroso equilibrio que, además,
arrastra consigo la estabilidad de la completa obra, que la eleva y da
categoría.
La Literatura es un arte, y por serlo supone un manejo especial de la
materia que se trabaja para obtener esa belleza que le es fundamental en todas
sus manifestaciones. Yo creo hoy que lo básico de una obra, como Literatura, es
el buen manejo del lenguaje. Lo demás, lo que se cuenta o se dice, también
estará bien, pero es un asunto aparte, que puede comunicarse en algún
articulito, en algún editorial de periódico, en algún panfleto.
Pero, cuando ese asunto
es tomado por un artista, su importancia y su impacto entre la gente es
bastante mayor, más penetrante, más duradero. Incluso creo que a la mentira es
más difícil cubrirla tan bellamente, que el adorno se resiste o resulta como
despegado y ajeno.
Nosotros nos
introducimos en ese "Cada cual arrastra su sombra", o en
cualquiera de los otros cuentos de que consta este libro, y tomamos el puesto
del personaje. A mí me adentra pronto en mis andanzas por los barrios y por los
pueblos, me coloca en ese ambiente que tenemos tan metido profundamente en
nuestra sangre.
Esos personajes los
estoy viendo recreados. Los estoy viendo en otros que yo conocí y en cuyo
comportamiento suena la música paralela a éstos de Víctor. Los personajes que
él ha creado despiertan los que yo viví, los vuelvo a ver y a sentirlos hablar.
Veo sus bigotes que en su momento retuercen, sus ojos que se achican, el sonido
de sus voces que a veces fingen asombro; sus vestidos, su manera de moverse.
Son personajes tan verdaderos que, como digo, ha escapado de las
páginas del libro para andar por ahí, fundiéndose con los que de carne y hueso
por esos sitios andan. Las mujeres, los hombres, los niños.
Están profundamente
enraizados con la tierra nuestra. Ven las montañas que se repiten por las
islas, el mar que rodea, sentido de continuo. Las tabernas y ventas que siempre
son las mismas; el socarrón que no tarda en aparecer en alguna esquina, el que
vaguea en busca de que lo inviten, el generoso que siempre quiere ser el
primero. Una serie que se conserva y resiste el paso de los años. Nuestras
gentes de siempre que tal vez se repitan, con alguna variación de gesto y de
trapaje, por esas tierras de fuera.
Como indiqué al principio, una de las claves de la literatura de
Víctor es su utilización del lenguaje, sus palabras; la debida conexión entre
ellas. Y éste es un aspecto que yo considero importante.
La adaptación al habla
de nuestras gentes tiene el peligro, en que caen algunos, de la utilización de
términos que no son derivados, o propios, con la necesaria categoría, sino mera
degeneración de un castellano básico.
Víctor Ramírez sortea
con buen paso el peligro de caer en unas palabras inferiores, palabras que
rebajarían la calidad de nuestra común lengua, y que es chabacanería de la que
no han podido escapar algunos autores nuestros.
Evitado este peligro,
nos encontramos con un habla que sin temor de ninguna especie podemos enfrentar
con la de otras partes del ámbito del idioma, e incluso con la manifestación
que pudiéramos llamar oficial.
Víctor Ramírez es un indudable maestro, un gran maestro, en el
tratamiento de nuestro lenguaje común, el de todas las gentes de aquí, y nos da
una prosa de gran altura, que leemos con placer y satisfacción, que nos penetra
y sentimos como propia, sin arreglos ni mixtificaciones, sin artificiales
añadidos ni forzamientos a lo típico.
Y luego la historia que
se nos cuenta, el ingenio que se pone y la habilidad para organizar situaciones
que se apoderan, con fuerza, de nuestro interés. Y sin caer en una rebuscada
grosería propiciada por la naturaleza de algún tema. Que para varios sería una
irresistible tentación.
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