ÍÑIGO ERREJÓN Y LA DISPUTA
ELECTORAL
FERNANDO LUENGO
Hacía tiempo que
Iñigo Errejón estaba preparando su lanzamiento -sería más preciso decir su
reincorporación- a la política estatal; con un nuevo partido, Más País (MP),
que, finalmente, ha visto la luz. Su efímero tránsito por la Asamblea de la
Comunidad de Madrid dice mucho de sus ambiciones políticas, cuya legitimidad,
por supuesto, nadie discute.
Desde que se empezó
a gestar este proyecto se ha manejado la posibilidad de incorporar a Manuela
Carmena, cuya gestión ha sido reivindicada como modelo a seguir, declarándose
fervorosamente “Carmenista”. La exalcaldesa de Madrid, no obstante, sin dejar
de apoyar esta iniciativa, ha preferido dar un paso atrás de momento, quizá a
la espera de recibir propuestas más ambiciosas y atractivas, como incorporarse
a un eventual gobierno socialista.
Me parece evidente
que la decisión de lanzar el nuevo partido se explica, en parte, por la
oportunidad que le brinda la convocatoria electoral de dar a conocer su
proyecto político, que estaba y está en pleno proceso de construcción, con el
objetivo de hacerse con un espacio entre el Partido Socialista Obrero Español
(PSOE) y Unidas Podemos (UP). Intenta beneficiarse del hartazgo político
existente entre un amplio sector de la población que, claramente, no deseaba
unas nuevas elecciones y que culpa a los partidos de no haber sido capaces de
llegar a un acuerdo de gobierno.
Pero hay más. Una
variable muy importante a considerar para entender este trascendente movimiento
político de Íñigo Errejón es la delicada situación en que ha quedado UP y su
grupo dirigente, muy especialmente Pablo Iglesias, tras el fallido debate de
investidura. Cuando Podemos, antes de formalizar la convergencia con Izquierda
Unida (IU), irrumpió en la escena política despertó una mezcla de temor,
sorpresa y desconfianza entre los de arriba y, al mismo tiempo, la esperanza
por parte de la ciudadanía indignada de que había llegado la hora del cambio.
No pasó demasiado tiempo hasta que las elites económicas y políticas tomaron
buena nota de que sus privilegios estaban amenazados. Había que responder y han
respondido, con toda la artillería disponible: campañas de difamación, montajes
policiales, intoxicación mediática, opacidad informativa… todo ha valido; pero
UP, aunque con fuerzas claramente mermadas y con numerosos errores, ha sobrevivido
a ese ataque “por tierra, mar y aire”.
Ahora los poderosos
están convencidos de que UP se encuentraen una posición especialmente
vulnerable. Habría llegado el momento de rematar la faena, culpando al partido
que dirige Pablo Iglesias de haber hecho imposible la formación de un histórico
gobierno de izquierdas, y hacerle cargar con el descontento, la frustración y
la desafección de la ciudadanía progresista, que deseaba un cambio en esa
dirección.
La nueva formación
política entra en escena en este contexto, y juega un papel en esta operación
de acoso y derribo. Aunque los dirigentes del nuevo partido dicen querer sumar
(atrayendo el voto de la abstención), en mi opinión lo más importante es que
han surgido para disputar.
Sólo así se puede
explicar el trato recibido por los medios de comunicación. Todos los focos
mediáticos están puestos en Iñigo Errejón (con mucha más intensidad que en el
partido que lidera), en sus movimientos e intenciones, hasta en sus gestos; los
más diversos estudios de radio y televisión se disputan su presencia. Buena
parte de las opiniones vertidas sobre él y sus pretensiones políticas por los
medios y los tertulianos que colonizan los debates son favorables o, como poco,
comprensivas. Contraponen su talante negociador, centrado y hasta “patriótico”
a la (supuesta) insolencia e intransigencia de Pablo Iglesias y del grupo
dirigente de UP. No necesita hacer campaña, los medios se la están haciendo,
continuamente.
El objetivo es
desplazar a UP -electoralmente y también simbólicamente- a la izquierda
residual, al territorio que habitaba IU. El mensaje es claro. Esa izquierda
testimonial y vieja, con su retórica obrerista y radical, encerrada en un bucle
nostálgico, es incapaz de interpretar en clave de mayorías sociales los cambios
que el país, “la patria”, necesita.
El partido de Íñigo
Errejón no tiene programa conocido. Su equipaje en este sentido es, al menos
cuando se escriben estas líneas, un torrente de declaraciones, genéricas e
imprecisas. Cuando algún periodista ha preguntado, ¡cuánto atrevimiento!, sobre
algunas medidas, las más importantes, de su programa, la respuesta, ¡ojo,
proporcionada por una de sus cabezas más visibles!, ha sido “estamos en ello”.
Menudo engorro tener que tomar posición sobre los problemas concretos que
enfrenta la ciudadanía.
Acabo de señalar
que carece de programa cuando, en realidad, su programa consiste en proclamar
que el nuevo partido favorecerá la formación de un “gobierno progresista”. Este
y no otro es el ADN de este partido. ¿Qué significa tal cosa? ¿Qué se exigiría
de un gobierno para que tuviera ese perfil “progresista”? Vaguedades al
respecto. Lo fundamental es presentarse ante la ciudadanía como un partido
dispuesto a abrir el candado que Pablo Iglesias y los dirigentes de UP habría
cerrado.
Se trata, ni más ni
menos, de permitir que gobierne el PSOE -que, con toda probabilidad será el
partido más votado en las próximas elecciones-, con o sin la participación
directa de Iñigo Errejón. Claro, mucho mejor la primera opción, pues para este tipo
de política y de políticos ocupar una posición gubernamental es clave, brillar
con la luz del que ha llegado a la política para ser útil, del que tiene como
objetivo fundamental alcanzar poder institucional, aunque sea en una esquina
del gobierno o de la administración pública.
Se afirma que Íñigo
Errejón representa una nueva manera de entender la política, frente a los
viejos modos que simbolizaría Pablo Iglesias. Una ligereza sin ningún
fundamento. No cabe olvidar, en este sentido, que, cuando formaba parte del
núcleo dirigente de Podemos, fue una pieza clave a la hora de armar un partido
fuertemente vertical y jerarquizado, con escaso respeto por las minorías y por
la diversidad que, supuestamente, era la quintaesencia de la formación política
que surgió del 15M, y con menos aprecio aún por los debates internos. Muchas de
las crisis y encrucijadas que experimentó Podemos en aquellos años se cerraron,
en falso, por arriba, sin el concurso de la militancia.
Encarna una manera
de entender la política -que, por cierto, también encuentro en UP- sostenida en
las imágenes y los mensajes mediáticos, en la comunicación a través de las
redes, en los hiperliderazgos y el culto al líder. El nuevo partido quiere
representar a un electorado pragmático y poco exigente, que todo lo fía a la
presencia en las instituciones, realista, sin grandes pretensiones. Y de esta
manera pretende situarse en un espacio político tibio -ni frio ni calor-,
condescendiente con un PSOE asimismo tibio, vacilante y contradictorio.
La campaña
electoral de UP pretende movilizar a los círculos y a su electorado potencial
alrededor de la idea de un gobierno de coalición, con el argumento de que,
previsiblemente, con los resultados en las manos, si quiere hacer una política
de izquierdas, será necesario formar un gobierno con ese perfil y el concurso
de UP será imprescindible. Para contrarrestar la imagen que han trasladado a la
opinión pública unos medios de comunicación claramente hostiles y una gestión
desacertada del proceso de investidura por parte de la dirección de UP, ahora
parece que se pone todo el énfasis en el contenido programático. Veremos si los
resultados electorales proporcionan a este partido la fuerza requerida para
condicionar en esa dirección el nuevo gobierno, con independencia de que se
participe en él o no.
Entre los dimes y
diretes de una dinámica política encerrada en el regate corto, la agenda
neoliberal avanza, y nos lleva al abismo. Esta situación exige una respuesta
radical, que enfrente los nuevos desafíos. En este contexto, deberíamos tener
muy claro que nuestra fuerza para cambiar las cosas reside en que la ciudadanía
se active políticamente.
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