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lunes, 7 de octubre de 2019

ÍÑIGO ERREJÓN Y LA DISPUTA ELECTORAL


ÍÑIGO ERREJÓN Y LA DISPUTA
 ELECTORAL
FERNANDO LUENGO
Hacía tiempo que Iñigo Errejón estaba preparando su lanzamiento -sería más preciso decir su reincorporación- a la política estatal; con un nuevo partido, Más País (MP), que, finalmente, ha visto la luz. Su efímero tránsito por la Asamblea de la Comunidad de Madrid dice mucho de sus ambiciones políticas, cuya legitimidad, por supuesto, nadie discute.
Desde que se empezó a gestar este proyecto se ha manejado la posibilidad de incorporar a Manuela Carmena, cuya gestión ha sido reivindicada como modelo a seguir, declarándose fervorosamente “Carmenista”. La exalcaldesa de Madrid, no obstante, sin dejar de apoyar esta iniciativa, ha preferido dar un paso atrás de momento, quizá a la espera de recibir propuestas más ambiciosas y atractivas, como incorporarse a un eventual gobierno socialista.


Me parece evidente que la decisión de lanzar el nuevo partido se explica, en parte, por la oportunidad que le brinda la convocatoria electoral de dar a conocer su proyecto político, que estaba y está en pleno proceso de construcción, con el objetivo de hacerse con un espacio entre el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y Unidas Podemos (UP). Intenta beneficiarse del hartazgo político existente entre un amplio sector de la población que, claramente, no deseaba unas nuevas elecciones y que culpa a los partidos de no haber sido capaces de llegar a un acuerdo de gobierno.

Pero hay más. Una variable muy importante a considerar para entender este trascendente movimiento político de Íñigo Errejón es la delicada situación en que ha quedado UP y su grupo dirigente, muy especialmente Pablo Iglesias, tras el fallido debate de investidura. Cuando Podemos, antes de formalizar la convergencia con Izquierda Unida (IU), irrumpió en la escena política despertó una mezcla de temor, sorpresa y desconfianza entre los de arriba y, al mismo tiempo, la esperanza por parte de la ciudadanía indignada de que había llegado la hora del cambio. No pasó demasiado tiempo hasta que las elites económicas y políticas tomaron buena nota de que sus privilegios estaban amenazados. Había que responder y han respondido, con toda la artillería disponible: campañas de difamación, montajes policiales, intoxicación mediática, opacidad informativa… todo ha valido; pero UP, aunque con fuerzas claramente mermadas y con numerosos errores, ha sobrevivido a ese ataque “por tierra, mar y aire”.

Ahora los poderosos están convencidos de que UP se encuentraen una posición especialmente vulnerable. Habría llegado el momento de rematar la faena, culpando al partido que dirige Pablo Iglesias de haber hecho imposible la formación de un histórico gobierno de izquierdas, y hacerle cargar con el descontento, la frustración y la desafección de la ciudadanía progresista, que deseaba un cambio en esa dirección.

La nueva formación política entra en escena en este contexto, y juega un papel en esta operación de acoso y derribo. Aunque los dirigentes del nuevo partido dicen querer sumar (atrayendo el voto de la abstención), en mi opinión lo más importante es que han surgido para disputar.

Sólo así se puede explicar el trato recibido por los medios de comunicación. Todos los focos mediáticos están puestos en Iñigo Errejón (con mucha más intensidad que en el partido que lidera), en sus movimientos e intenciones, hasta en sus gestos; los más diversos estudios de radio y televisión se disputan su presencia. Buena parte de las opiniones vertidas sobre él y sus pretensiones políticas por los medios y los tertulianos que colonizan los debates son favorables o, como poco, comprensivas. Contraponen su talante negociador, centrado y hasta “patriótico” a la (supuesta) insolencia e intransigencia de Pablo Iglesias y del grupo dirigente de UP. No necesita hacer campaña, los medios se la están haciendo, continuamente.

El objetivo es desplazar a UP -electoralmente y también simbólicamente- a la izquierda residual, al territorio que habitaba IU. El mensaje es claro. Esa izquierda testimonial y vieja, con su retórica obrerista y radical, encerrada en un bucle nostálgico, es incapaz de interpretar en clave de mayorías sociales los cambios que el país, “la patria”, necesita.

El partido de Íñigo Errejón no tiene programa conocido. Su equipaje en este sentido es, al menos cuando se escriben estas líneas, un torrente de declaraciones, genéricas e imprecisas. Cuando algún periodista ha preguntado, ¡cuánto atrevimiento!, sobre algunas medidas, las más importantes, de su programa, la respuesta, ¡ojo, proporcionada por una de sus cabezas más visibles!, ha sido “estamos en ello”. Menudo engorro tener que tomar posición sobre los problemas concretos que enfrenta la ciudadanía.

Acabo de señalar que carece de programa cuando, en realidad, su programa consiste en proclamar que el nuevo partido favorecerá la formación de un “gobierno progresista”. Este y no otro es el ADN de este partido. ¿Qué significa tal cosa? ¿Qué se exigiría de un gobierno para que tuviera ese perfil “progresista”? Vaguedades al respecto. Lo fundamental es presentarse ante la ciudadanía como un partido dispuesto a abrir el candado que Pablo Iglesias y los dirigentes de UP habría cerrado.

Se trata, ni más ni menos, de permitir que gobierne el PSOE -que, con toda probabilidad será el partido más votado en las próximas elecciones-, con o sin la participación directa de Iñigo Errejón. Claro, mucho mejor la primera opción, pues para este tipo de política y de políticos ocupar una posición gubernamental es clave, brillar con la luz del que ha llegado a la política para ser útil, del que tiene como objetivo fundamental alcanzar poder institucional, aunque sea en una esquina del gobierno o de la administración pública.

Se afirma que Íñigo Errejón representa una nueva manera de entender la política, frente a los viejos modos que simbolizaría Pablo Iglesias. Una ligereza sin ningún fundamento. No cabe olvidar, en este sentido, que, cuando formaba parte del núcleo dirigente de Podemos, fue una pieza clave a la hora de armar un partido fuertemente vertical y jerarquizado, con escaso respeto por las minorías y por la diversidad que, supuestamente, era la quintaesencia de la formación política que surgió del 15M, y con menos aprecio aún por los debates internos. Muchas de las crisis y encrucijadas que experimentó Podemos en aquellos años se cerraron, en falso, por arriba, sin el concurso de la militancia.

Encarna una manera de entender la política -que, por cierto, también encuentro en UP- sostenida en las imágenes y los mensajes mediáticos, en la comunicación a través de las redes, en los hiperliderazgos y el culto al líder. El nuevo partido quiere representar a un electorado pragmático y poco exigente, que todo lo fía a la presencia en las instituciones, realista, sin grandes pretensiones. Y de esta manera pretende situarse en un espacio político tibio -ni frio ni calor-, condescendiente con un PSOE asimismo tibio, vacilante y contradictorio.

La campaña electoral de UP pretende movilizar a los círculos y a su electorado potencial alrededor de la idea de un gobierno de coalición, con el argumento de que, previsiblemente, con los resultados en las manos, si quiere hacer una política de izquierdas, será necesario formar un gobierno con ese perfil y el concurso de UP será imprescindible. Para contrarrestar la imagen que han trasladado a la opinión pública unos medios de comunicación claramente hostiles y una gestión desacertada del proceso de investidura por parte de la dirección de UP, ahora parece que se pone todo el énfasis en el contenido programático. Veremos si los resultados electorales proporcionan a este partido la fuerza requerida para condicionar en esa dirección el nuevo gobierno, con independencia de que se participe en él o no.

Entre los dimes y diretes de una dinámica política encerrada en el regate corto, la agenda neoliberal avanza, y nos lleva al abismo. Esta situación exige una respuesta radical, que enfrente los nuevos desafíos. En este contexto, deberíamos tener muy claro que nuestra fuerza para cambiar las cosas reside en que la ciudadanía se active políticamente.

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