RÍETE TÚ
Toño
Fraguas
¿Te
han mandado por Whatsapp la foto de las señoras protegiéndose del ébola con
bolsas de plástico en la cabeza? Es la enésima chorrada que circula por nuestros
móviles, nuestro correo electrónico y las redes sociales… Una lluvia fina de
humor nos va calando hasta los huesos en un país en el que el humor (de variado
pelaje) está en todas partes: en los programas serios y en los frívolos, en la
publicidad, en sesudos reportajes periodísticos, en el Parlamento (a menudo en
forma de broma de mal gusto). Las películas más taquilleras de España son
comedias: Ocho apellidos vascos, la saga de Torrente…
El
humor es útil para muchos fines. Para el humorista de verdad, es una terapia
individual. Es raro el humorista que no hace humor movido por un íntimo
sufrimiento, como una forma de procesar y conjurar emociones desagradables:
miedo, incertidumbre, ansiedad… Por eso no se entiende a esos humoristas que
hacen humor cruel (el más fácil y ramplón de todos), sumando dolor a un mundo
que de por sí ya duele bastante, por absurdo, por arbitrario, por
incomprensible: “La vida es el capricho de varios trillones de células deseando
ser tú durante un rato”, decía Groucho Marx. Imaginemos el grado de
descreimiento al que tiene que llegar alguien para pronunciar una frase así.
También
es citado el humor como la llave que puede hacer ceder la voluntad de alguien,
individual o colectivamente. Es una herramienta de seducción romántica y
también publicitaria (si es que ambas cosas no son la misma). La seducción
puede llegar tan lejos que no descartaría que más de uno estuviera satisfecho
con nuestra clase política sólo por los buenos ratos que nos hacen pasar. Hay
en España cierto orgullo de ser un país ridículo. Los gabinetes de comunicación
política respiran tranquilos porque saben que tras cada escándalo intolerable
el grueso de la población lo digerirá haciendo un chascarrillo en la barra del
bar o en las redes sociales… El humor funciona así como un exutorio, una
válvula de escape. Si sólo se queda en eso, sirve únicamente para perpetuar el
statu quo, algo muy conveniente para los poderosos. Preferimos partirnos de
risa porque nos estamos desangrando antes que hacernos un torniquete.
No
tengo muy claro si el humor debería servir para algo más que para desahogarnos:
en concreto si debería servir de catarsis colectiva. En griego, ‘catarsis’
significa limpieza, y una buena limpieza es urgente desde hace tiempo.
Evidentemente para poder reírse de algo hay que perder el miedo. Por eso el
humor que de verdad cuestiona a los poderosos pone nerviosos a los que mandan,
porque hace peligrar la gestión del miedo sobre la que se articula el ejercicio
del poder en sociedades como la española, en la que la clase dirigente carece
de autoridad. Ya se sabe que el recurso a la fuerza (verbal, física e incluso
‘legislativa’) es el primer síntoma de pérdida de autoridad.
Los
ciclos de noticias escandalosas e indignantes prácticamente se agotan cuando ya
se han hecho casi todas las bromas al respecto. En buena medida vivimos
ansiosos esperando una nueva astracanada, un nuevo lapsus, una salida de tono o
un patinazo para poder elaborar sobre ello un efímero corpus humorístico. Y
pasamos página. O hacemos ‘click’ y a otra cosa, mariposa. Y a seguir tragando.
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